Apenas escuchó que su nieto lloraba desconsolado en la calle, doña Rosa Miryam salió despavorida para auxiliarlo. Un vecino del barrio Arkaparaíso de Ibagué acababa de pinchar el balón que James, de seis años para ese momento, había lanzado por encima de la tapia de una casa. Patricia Rubio, tía del niño, no olvida la discusión que se armó en la cuadra por lo que algunos consideraron una crueldad de un vecino rabioso. Era impensable que detrás de una pierna que rompía vidrios se escondiera una pierna zurda bendecida que revolcaría las redes de las canchas más importantes de Europa. Puede leer también: Especial Copa América 2019 Aunque ahora parezca obvio, a James, según lo ha dicho su mamá en varias entrevistas, nunca le interesó un juguete distinto a una pelota. Jugar en la calle y ver la serie de dibujos animados Súper Campeones era lo que más le gustaba en la vida. Y por eso aquel día -mientras miraba con impotencia el balón que el vecino le había destrozado- no hizo sino llorar. Tulio Varón, un joven que ahora se gana la vida como visitador médico en Ibagué, también vio llorar a James muchas veces durante los entrenamientos en la cancha arenosa de la segunda etapa del barrio Jordán. Arenosa es un decir. En realidad era un tierrero, según dice Yul Breiner Calderón, el técnico de esa época.
Tenían doce años cuando Tulio y James jugaron juntos en el equipo Academia Tolimense. James, que siempre fue incluido en una categoría mayor a la de su edad, se ponía rojo de la rabia -como un tomate, dice Tulio- cuando el equipo no podía ganar. Y si se acababa el partido y no lograban remontar, se venía en llanto. Pasaba que James no soportaba perder. Ni de niño ni de adulto. Su mamá alguna vez recordó que en Argentina tiró una raqueta al suelo porque no resistió haber perdido un juego de tenis de mesa con unos amigos. Estaba furioso.
La ambición con la que James asumió el fútbol desde temprana edad pudo haberse dado en parte por la disciplina férrea que le inculcó su padrastro Juan Carlos Restrepo, el hombre que se convirtió en el soporte moral de una familia que había conocido el abandono. Cuando James tenía 3 años, su padre biológico se desentendió del hogar. El hombre que se fue un día de la casa también se llama James, también fue futbolista, también hizo parte de la Selección Colombia. Solo que no triunfó como muchos hubieran querido por las mismas decisiones que tomó. Y cuando se fue lo único que le dejó al niño fue el talento impregnado en la sangre. Nada menos. Nada más. Pero por muchas condiciones genéticas que tuviera el pequeño James, Juan Carlos sabía que había otros jugadores mejores en la cancha.
—James se quedaba con el padrastro después de los entrenamientos a practicar tiros libres. Esos entrenamientos eran bastante duros. A veces se pasaba. Lo llevaba al límite. En ese momento no se veía tan bien. Decían que era demasiada carga para un niño. Pero con tan poco apoyo que había aquí en el Tolima, era la única forma de surgir— dice Tulio, parado sobre la misma cancha en la que 20 años atrás vio por primera vez llegar a un ‘monito’ al entreno. Un ‘monito’ que pasaría a la historia como uno de los jugadores más importantes de Colombia en todos los tiempos. James David Rodríguez Rubio nació el 12 de julio de 1991 en Cúcuta, la ciudad donde su padre Wilson James jugaba como profesional. Pero un par de años después un contrato con el Deportes Tolima –donde ya había estado años atrás- hizo que la familia armara maletas otra vez para Ibagué. Wilson James padre era un jugador talentoso. Tenía un futuro tan promisorio como el hijo que nació de sus entrañas. El técnico Jorge Luis Bernal dice que los pases de James padre tenían una técnica prodigiosa. —James padre era derecho, la sorpresa fue que el hijo le salió zurdo. Pero esos pases que uno ve que James le hace a Cristiano Ronaldo o que ahora le hace a Lewandowski en Alemania son los mismos que hacía el papá, es que tenían una técnica parecida. Ambos son armadores de juego. Los dos James Rodríguez siempre han sido importantes por lo que hacen que otros hagan con la pelota. Siempre encuentran al hombre libre, son genios para leer el juego —dice—. Un día de 1986, el Tolima se jugaba en Ibagué unas semifinales de infarto contra Santa Fe. Los directivos del equipo rojo patrocinaron a hinchas para que llenaran las graderías del estadio en el que eran visitantes. En la agonía del juego, Wilson James padre lanzó un derechazo desde cuarenta metros que el arquero Carlos Fernando Navarro Montoya no habría podido ver ni poniéndose gafas. Como entrenador, Bernal no había visto un gol así. El estadio San Bonifacio no pudo más que rendirse a los pies de ese jugador que, según decía la prensa deportiva, se perfilaba como una de las grandes esperanzas del fútbol criollo. Wilson James se había criado en Cabañitas, un barrio popular de Bello, Antioquia. Pero desde muy niño se iba para la barriada de Pedregal y Castilla porque allá era donde el fútbol callejero se vivía al todo o al nada. El papá de Wilson James –es decir, abuelo del James del Bayern Munich- trabajaba en el Ejército y solo regresaba en las noches. En la vida de Wilson James no se vislumbraba ningún apoyo para que se dedicara al fútbol y sus ambiciones tampoco es que fueran más allá de la cancha de la cuadra. Tenía unos doce años cuando un técnico lo vio y le propuso que fuera a entrenar con la selección Antioquia. Para comprarse los primeros guayos, Wilson James tuvo que salir a vender leche y periódico. Era eso o quedarse jugando en Castilla. De ahí en adelante Wilson James no paró de ascender. Su hermano Arley Rodríguez, a quien asesinaron a los 17 años, también hizo un proceso parecido hasta llegar a jugar con la plantilla profesional del Deportivo Independiente Medellín. De la selección departamental, Wilson James fue a la Selección Colombia y el 23 de marzo de 1985 –todavía tiene la fecha intacta en su memoria- debutó con el Deportes Tolima. La vida le sonrió. Todo ese talento acumulado comenzó a dar frutos en el Mundial de Rusia juvenil de ese mismo año. En aquella Selección, Wilson James compartía vestuario con jugadores que terminaron marcando una época dorada en el fútbol colombiano: René Higuita, Felipe Pérez, John Edison Castaño, John Jairo Trellez. Y Wilson James era de los más voraces, de los más talentosos. Jugando frente a Hungría, marcó el gol que más recuerda de su carrera. Iban perdiendo. Faltando cinco minutos para que se acabara el partido, apareció su pierna derecha y un disparo impresionante que quedó grabado en las canchas de ese mismo país en el que su hijo iría treinta y tres años después en busca de la gloria. Pero Wilson James, a pesar de que jugó seis temporadas con el Tolima, comenzó a bajar su rendimiento por sus constantes coqueteos con el licor. Y mientras eso pasaba fueron apareciendo en el espectro nacional jugadores como Carlos ‘El Pibe’ Valderrama y Bernardo Redín, que se fueron quedando con su puesto en la selección. Cuando su hijo ya había nacido, Wilson James tuvo varias recaídas. Un antiguo directivo del Tolima recuerda que una vez el técnico Jame ‘El flaco’ Rodríguez tuvo que ir rescatarlo de una tienda del barrio Jordán donde lo habían golpeado con un bate por no haber pagado la cuenta de varias botellas de aguardiente que se había tomado. Del Tolima, salió para Centauros de Villavicencio, un equipo de la B, y años más tarde fue contratado por el Envigado como entrenador de divisiones menores. Wilson James pudo haber ocupado el puesto de ‘El Pibe’ en la Selección, pudo haber ido a un mundial de mayores. Pero las oportunidades se fueron esfumando y su nombre comenzó a desaparecer de los titulares de la prensa deportiva. Así hasta que apareció el otro James Rodríguez, esa segunda generación que sin los consejos y sin el acompañamiento de quien le había dejado el fútbol en los genes, fue capaz cambiar el rumbo de la historia.
James, a los 4 años, se pasaba las tardes mirando los entrenamientos de los jugadores profesionales del Cooperamos Tolima, un equipo de la segunda división en Ibagué. Desde el balcón, donde vivía con su abuela y su mamá, el niño pedía que lo dejaran jugar. Al profesor Jorge Luis Bernal le daba mucha risa, pero a veces se compadecía, cruzaba la calle, y lo llevaba para dejarlo sentado en la gradería viendo cómo los grandes movían en el balón. Si bien en el hogar de James nunca hizo falta nada, tampoco era que los abrazara la abundancia. Pilar Rubio, la mamá, se ganaba un salario mínimo en Cementos Diamante, donde conoció a Juan Carlos Restrepo, quien se convertiría en una de las personas más influyentes en la vida de James. Desde el primer día en que lo vio jugar fútbol, Juan Carlos supo que James no era un niño del montón. Y conforme pasaban los años se propuso llevarlo a una escuela de fútbol. Pocos saben que la primera vez que James jugó en un equipo con niños fue en Bogotá, en un club llamado Sporting Cristal, en El Salitre, durante un breve paso laboral de Juan Carlos por la capital. A James lo invitaron a jugar en el equipo de un club de gente pudiente llamado Cañas Gordas, en Ibagué. Y siempre que James jugaba, el equipo ganaba. Si no iba, perdían. Las puertas de un club de alta alcurnia se le abrían a James cada domingo, con piscina y almuerzo incluidos, como si fuera el hijo de uno de los principales socios. Pero fue en Academia Tolimense, en Ibagué, donde James comenzó a destacarse, pero viviendo una niñez con horarios estrictos y comportamientos de adulto. Harold Rivera, un joven que ahora busca un equipo profesional que lo contrate luego de fugaces apariciones en el campeonato de la primera B, recuerda que conoció a James jugando micro en un conjunto residencial popular llamado Los Ocobos. Por indicaciones de Pilar y Juan Carlos, James era el primero de los niños que tenía que entrarse. Las cinco de la tarde era la hora máxima en la que podía estar en la calle. Y esa vida durante la infancia y juventud no dio mucho tiempo para las novias. James era extrovertido con sus compañeros, pero se quedaba mudo cuando le tocaba hablar con una niña. Tulio Varón era de los que decía cómo era que se conversaba con las muchachas. Cabeza fría y orden. Eso fue lo que siempre le inculcó Juan Carlos. Alguna vez Jorge Luis Bernal fue a visitar a la familia. Y cuando peguntó por James, Pilar le dijo que estaba encerrado en el cuarto embolando los guayos porque tenía partido al día siguiente. —No era común que un pequeño se tomara así el fútbol— dice Bernal—. Y de tanto insistir con la disciplina vino el día que trajo consigo los primeros frutos. El torneo que partió en dos la vida James, el que marcó para siempre su carrera, llegó en el año 2004. Con 12 años y la camiseta número 10 en la espalda, el juego de James por primera vez fue registrado por una cámara de televisión. El canal Teleantioquia transmitió en vivo la Pony Fútbol, un legendario campeonato que suelen ver con atención dirigentes interesados en cazar talentos para las divisiones menores de los equipos profesionales. James llegó a la final del torneo con varios goles anotados de tiro libre en su registro. Academia Tolimense se enfrentaba al Cali, un equipo con niños más altos que los de Ibagué. Era tanta la gente en la tribuna que parecía un partido de mayores. James intentó dos veces hacer un gol olímpico, pero falló por centímetros. La tercera fue la vencida. Pero no contento con eso, en el segundo tiempo marcó otro gol similar desde el tiro de esquina. Dos goles olímpicos en una final solo se veía en la serie Súper Campeones, esa que James se sabía de memoria. El técnico Yul Breiner Calderón, el fundador de la escuelita, cuenta que James en los entrenamientos ya había ensayado muchas veces ese tipo de cobros. Tulio Varón no olvida que las prácticas eran duras. El niño que olvidara llevar el chaleco de entrenamiento, tenía dos opciones: o llamar a la mamá o devolverse para la casa. Quienes llegaban tarde tenían que cumplir una penitencia que consistía en dar varias vueltas a la cancha tomados de la mano, mientras los compañeros miraban la escena muertos de la risa. La Pony Fútbol hizo que Gustavo Upegui, un controvertido dirigente del Envigado Fútbol Club, se fijara en James. A Upegui –quien fue asesinado en 2006- con los años las autoridades lo señalaron de pertenecer a la mafia. Sin embargo, mientras vivió no tuvo condenas a cuestas. Y nadie podrá negar, por muy brumoso que haya sido su pasado, que el hombre tuvo el ojo para hacer de su equipo tal vez la mejor cantera del fútbol colombiano. De allí salieron para el mundo jugadores como Juan Fernando Quintero, Giovanni Moreno, Freddy Guarín, entre muchos otros. Upegui llamó a Juan Carlos y le propuso que llevara a James a entrenarse con las divisiones menores. Todo ello implicaba que la familia dejara todo en Ibagué para ir a probar suerte. Fue el primer gran sacrificio de Pilar por un sueño que en todo caso todavía resultaba incierto. A Juan Carlos le dieron un trabajo en una universidad para sostener a la familia mientras James llegaba a la profesional. Un vecino de Envigado no olvida que una noche, cuando en el barrio ya se habían apagado las luces, se asomó a la ventana y vio a James y a su padrastro pateando balones sobre el arenal de la cancha de El Dorado, en medio de la penumbra. “Eh, ave María, estos sí son los más gomosos del mundo”, recuerda que pensó. La verdad es que a Juan Carlos nunca lo tomaron en serio. Pese al juego que ya mostraba James, hubo quienes subestimaron a James en Envigado. Se burlaban de la fe que se tenían. Lo que ocurriría después hace parte ya de una historia bastante conocida. James debutó a los 14 años: aún conserva el récord de estar entre los tres más jóvenes en haber jugado fútbol profesional en Colombia en toda la historia. A los 16 se fue con un modesto contrato para Banfield de Argentina. Allá sufrió en soledad las dificultades propias de un muchacho que por primera vez se desprendía de la casa. Se fue a vivir a la residencia del equipo. Alguna vez la señora que preparaba la comida no pudo ir y James tuvo que irse a un partido con un vaso de leche y un brownie en el estómago. Para un jugador de alto rendimiento era como exponerse a una pálida. Pero ese día hizo gol. James también padeció la xenofobia de un técnico que no le gustaban los foráneos. Pero se mantuvo, aguantó. Ahí fue donde se hizo verdaderamente un adulto. Aunque los primeros meses entrenó con las reservas en medio de una incertidumbre que a veces se hacía desesperante, Julio César Falcioni lo hizo saltar a la cancha con el equipo profesional, convirtiéndose en el extranjero más joven en llegar a primera en toda la historia del fútbol argentino. Y claro, entró y marcó un soberbio gol de media distancia que el narrador del canal T&C Sports no se creía: “Para no olvidar nunca más, pibe, ¡qué manera de pegarle a la pelota, por favor!”, dijo. El comentarista ese día mencionó a ese desconocido colombiano como ‘Yeims’ Rodríguez. No sabían ni cómo pronunciar su nombre.
James no paró de hacer goles en Banfield, luego en Porto (de Portugal), más adelante en Mónaco (Francia), Real Madrid y Bayer Munich. En el Mundial de Brasil 2014 llevó a Colombia a cuartos de final marcando el gol más importante de la selección en toda su historia: una media volea destellante que terminó eliminando al histórico Uruguay. Para ese momento James hacía rato que había superado a Wilson James. Para llegar hasta ese punto necesitó mucho más que la sangre que le había dejado en las venas. Sin los sacrificios ni la disciplina que aprendió con Juan Carlos, a lo mejor no lo hubiera logrado. En una entrevista James dijo alguna vez que los jugadores de fútbol son los seres más anormales del mundo. “Una persona normal tiene una vida social, va a fiestas, se toma un trago, trasnocha. Un jugador de fútbol en cambio es anormal: se duerme temprano, come sano, y hace siesta”. James terminó ese Mundial como el máximo goleador, en un torneo en el que también jugaron Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar y Thomas Muller. En cuartos de final, Colombia se encontró con Brasil, el local. Fue tal vez uno de los partidos más intensos del fútbol criollo desde que haya memoria. James hizo el único gol de su selección que terminó perdiendo. Al final del juego, el mundo entero vio en las pantallas a ese chico de Academia Tolimense que no paraba de llorar. Los brasileños fueron a abrazarlo, reconociéndole cortesmente el haber sido el mejor de la cancha, el mejor guerrero. Eran lágrimas de impotencia, de desasosiego, como cuando uno es niño y el vecino, de manera inmisericorde, te pincha el balón. *Editor general de Semana.com.