Cuando Víctor Bonilla llegó al fútbol de Qatar en 2003, en la vereda de enfrente lo esperaba Romario. El delantero brasileño aterrizó en el país árabe tras una oferta millonaria del Al-Sadd, el club más poderoso y propiedad de la familia del emir.

Ante la revolución causada por Romario (quien firmó un contrato de 100 días, apenas jugó tres partidos y no anotó), el Al-Rayyan decidió traer a su propia figura sudamericana: Bonilla. El colombiano venía de jugar tres años en Francia, con mejor o peor suerte entre el Toulouse, Nantes y Montpellier. Tras una mala temporada en este último, Bonilla quería volver al fútbol colombiano. Pero Frank, marroquí y representante, recibió la oferta del Al-Rayyan, y lo convenció de ir a Qatar.

Como a Baixinho, al colombiano lo esperaba un país convulsionado por la intervención de Estados Unidos en Irak. Durante la administración de George W. Bush, Qatar sirvió de refugio para las tropas estadounidenses. Aunque le aseguraban que la guerra no llegaría a este país, a Bonilla le bastaba con asomar la cabeza desde su apartamento para sentir miedo. “Desde mi balcón se escuchaban los estallidos y se veían las luces de las bombas y los fusiles. Estábamos en un sitio donde en cualquier momento podía pasar algo trágico”.

Además, en 2003 todo estaba por construirse en Qatar. Lo único que se podía hacer era ir a la playa o al único centro comercial del pequeño país. Dice Bonilla que “cuando quería tener un rato de ocio o me daban uno o dos días de descanso, iba a Dubái”, en Emiratos Árabes Unidos. Tampoco se acostumbró al calor catarí: “Soy de Tumaco, pero en Qatar salía y era insoportable, más de 40 grados”.

El fútbol también era extraño. El calor los reducía a entrenar y jugar de noche, y a veces no se podía huir de la hostilidad de la península arábiga: “Una noche el partido se tuvo que parar porque hubo una lluvia de arena, no se veía nada”.

La liga la conformaban diez equipos, cada uno con su estadio propio. También coincidió con Ricardo ‘el Gato’ Pérez, que jugaba en la segunda división. Fuera de los jugadores traídos del extranjero no había mucha competencia. Romario, que llegó al torneo catarí con 36 años, tampoco dejó todo de sí. Pese a todo, Bonilla admiró a Baixinho. “Jugaba parado”, no corría y casi no entrenaba, pero “se le notaba la magia”.

Durante sus meses en Qatar, el clima y la falta de entretenimiento moldearon la rutina de Bonilla en un continuo entrenar y volver a su apartamento. Frank y ‘el Gato’ le explicaron cómo funcionaba el mundo árabe, pero prefirió mantener la distancia y dedicarse a jugar.

Aunque su representante lo ha invitado a visitar la renovada Qatar, Bonilla se resiste a volver desde que dejó el Al-Rayyan. Tampoco irá al Mundial, muy costoso y lejano para su gusto. Espera que sea un gran torneo, y dice que no habrá excusa para no ver buen fútbol, porque los estadios están acondicionados y la temperatura en estos meses es tolerable. “Es fresco, como Manizales”, dice para encontrar un ejemplo de la sensación térmica para los que desconocen el mundo árabe. En todo caso, lamenta que Catar sea la sede del torneo. “Para abrir el deporte no necesitas hacer un Mundial. Hubiese preferido un sitio con más facilidad para ir. Solo hay que compararlo con Brasil o Estados Unidos. Ir a Qatar no es fácil”.