Los anglosajones acuñaron el termino sportswashing para referirse a todas aquellas iniciativas de apoyo a eventos u organizaciones deportivas para lograr mejorar la imagen pública. Dictaduras y regímenes totalitarios han usado esta práctica de manera repetida y Vladimir Putin lo ha hecho de manera recurrente.
Uno de los primeros eventos deportivos utilizados para proyectar una imagen positiva de una dictadura fueron los juegos olímpicos de Berlín de 1936, en pleno apogeo del nazismo. La iconografía reflejada en el clásico filme Olympia, de Leni Riefenstahl, mostró la fuerza del uso del deporte en la comunicación.
Otros regímenes autoritarios han utilizado el deporte como escaparate: la dictadura argentina en el Mundial de Fútbol de 1978, la Unión Soviética en los Juegos Olímpicos de 1980 o el régimen chino en los Juegos de Pekín de 2008.
El deporte como reflejo de una potencia mundial
A pesar de ser un país de enormes dimensiones, el poder económico de Rusia es limitado: su PIB es inferior al de Italia y su PIB per cápita es la mitad que el de Portugal. ¿Cómo proyectar entonces la imagen de potencia mundial que Putin quería para Rusia? El deporte sería el escaparate perfecto.
En 2019, la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) determinó que se había alterado la base de datos de un laboratorio de Moscú y sancionó a Rusia, prohibiendo a sus deportistas participar con la bandera y el himno de su país en competiciones deportivas internacionales, incluidos los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín. Ese fue el último descubrimiento de un programa de dopaje generalizado que había comenzado varios años antes.
Por otra parte, y a pesar de los efectos en su economía de la crisis de 2008, Rusia destinó la década pasada enormes cantidades de dinero a la organización de dos grandes eventos deportivos: el Mundial de Fútbol de 2018, que tuvo un coste de 15.000 millones de dólares, y los Juegos Olímpicos de invierno de 2014, que costaron unos 50.000 millones.
La influencia rusa en el deporte también ha venido de la mano de la gasista estatal Gazprom, patrocinadora del equipo alemán Shalke 04 y de la Champions League. También los oligarcas rusos vieron en la compra de equipos de fútbol la mejor manera de introducirse en Europa. Quizás el más conocido sea Roman Abramovich, dueño del Chelsea desde 2003 y ahora en venta.
¿Han servido de algo estas inversiones?
Parece que no pues, según las encuestas que Pew Research realiza en diferentes países, la imagen internacional de Rusia empeoró notablemente en las últimas décadas. Este deterioro se ha agravado tras el comienzo de los ataques sobre Ucrania. Rusia ha recibido fuertes sanciones económicas de la práctica totalidad de países del mundo. En una votación en la Asamblea de las Naciones Unidas, apenas cinco naciones votaron en contra de la condena a Rusia.
Una reciente encuesta indica que aumenta la percepción entre los españoles de que Rusia es una amenaza. También se han posicionado en contra de ella países tradicionalmente neutrales como Suiza, Suecia y Finlandia (además, estos dos últimos países fueron amenazados por el Gobierno ruso al inicio de la invasión de territorio ucraniano).
Un problema para el deporte
Las inversiones rusas se han convertido en un problema para las instituciones deportivas involucradas. Se han suspendido numerosos eventos que se iban a celebrar en Rusia: la Olimpiada de ajedrez, el Mundial masculino de voleibol, el Gran Premio de Fórmula 1… La Uefa ha tenido que cambiar de San Petersburgo a París la sede de la final de la Champions y ha renunciado al patrocinio de Gazprom. El Shalke 04 también ha roto con la gasista rusa.
Por su parte, Abramovich ha decidido vender el Chelsea y ha dicho que lo que obtenga de esa venta lo donará a las víctimas de la guerra iniciada por Putin.
Por: Luis Carlos Sánchez
Profesor de Economía, Universidad de Oviedo
Artículo publicado originalmente en The Conversation
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