Este lunes 24 de mayo se cumplen 60 años de la peor tragedia en la historia del fútbol. Niños, mujeres y hombres murieron una tarde de domingo, en una fecha en la que el show central era un partido entre las selecciones juveniles de Perú y Argentina que luchaban por la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio.

Transcurría el domingo 24 de mayo de 1964 y en medio del partido que se disputaba en el Estadio Nacional de Lima, en Perú, un gol anulado desató el infierno.

Ese día, la selección local sumaba dos triunfos y un empate, por lo que necesitaba con urgencia una victoria y, para ello, llegaron a dicho escenario deportivo más de 45.000 personas para apoyar al conjunto ‘Inca’. Entre tanto, Argentina contaba con cuatro triunfos consecutivos, por lo que de alcanzar una nueva victoria, aseguraría el soñado pasaje a Tokio.

Ya en el trámite del partido, cuando el reloj marcaba el minuto 18 del segundo tiempo, los argentinos se fueron adelante tras un gol de Néstor Manfredi, luego de un saque de esquina que fue mal rechazado por el portero peruano, Juan Barrantes.

La mayoría de los muertos fueron jóvenes entre los 18 y 22 años. | Foto: Getty Images

Con el 1 a 0 en contra, Perú asumió las riendas del partido en busca del empate y al minuto 35, a 10 del final, el defensa argentino Horacio Morales trató de despejar el balón, pero este rebotó en el pie del peruano Víctor ‘Kiko’ Lobatón y terminó en el fondo de la red. Inmediatamente se escuchó el grito de gol en el Estadio Nacional de Lima.

Pasaron pocos segundos y el árbitro del partido, el uruguayo Ángel Eduardo Pazos, decidió anular la jugada argumentando falta por parte del delantero peruano.

Aunque los jugadores peruanos y los mismos hinchas protestaron airadamente la decisión del réferi, el juego continuó, pero a los 40 minutos del encuentro, a poco del final, iniciaron una serie de incidentes que terminarían en tragedia.

Todo empezó cuando un hombre ingresó a la cancha para agredir al árbitro con el cuello de una botella, mientras en las graderías otros hinchas empezaban a tirar todo lo que encontraban a la mano con dirección al réferi: botellas y monedas, entre otros elementos.

Sumado a lo anterior, otras personas prendían fuego a las instalaciones de madera de las tribunas, motivo por el cual la Policía decidió soltar a sus perros y lanzar gases lacrimógenos hacia las gradas, lo que provocó un caos general en todo el estadio.

Momento en que una bomba de gas lacrimógeno explota en las gradas del Estadio Nacional de Lima. | Foto: Getty Images

En medio de la zozobra, hubo quienes corrieron buscando las salidas del estadio, pero la gran mayoría estaban cerradas, motivo por el cual niños y adultos se fueron al piso, mientras otros fanáticos pasaban por encima de ellos: varios terminaron aplastados y otros fallecieron por asfixia.

De acuerdo con medios locales, la mayoría de los muertos quedaron en las puertas 10, 11 y 17 que al final fueron abiertasr, pero ya era demasiado tarde.

Instante en que la Policía detiene a un aficionado. | Foto: Getty Images

Y la tragedia no paró ahí. A las afueras del estadio, algunos automóviles fueron incinerados por hinchas enfurecidos, sumado a los saqueos en locales, iglesias y edificios, lo que provocó una violenta reacción de la Policía que terminó disparando, dejando víctimas mortales por las balas.

Al final, 328 personas murieron ese 24 de mayo. Datos del diario local El Comercio señalaron que 80 por ciento de los fallecidos fueron adultos hombres, en su mayoría jóvenes entre los 18 y 22 años; mientras que del 10 por ciento hicieron parte niños; otro porcentaje similar fue de mujeres.

Tras esa tragedi, el Gobierno peruano declaró siete días de duelo y canceló todos los actos oficiales.

Entre tanto, para definir al otro clasificado a los Juegos Olímpicos de Tokio, se disputó pocos días más tarde en la ciudad Río de Janeiro el partido pendiente entre Brasil y Perú, que terminó 4-0 a favor de la ‘canarinha’.

Ahora, cuando están por cumplirse 60 años de esta tragedia, quedan muchas cosas por esclarecerse y los responsables terminaron siendo muy pocos.