La Marte Uno es un hervidero. Las dos tribunas están a reventar y el sonido de los tambores y las trompetas se conjuga con la gritería de los padres de familia que no paran de vitorear a sus hijos, y a los hijos ajenos, esperanzados en ver alguna jugada deslumbrante que les certifique que sí, que ese pequeño sangre de su sangre puede llegar a ser el nuestro astro de la Selección Colombia o, por qué no, del Real Madrid. Mientras tanto, en las afueras, Josué, un niño de 12 años de edad, trata de encontrar las palabras adecuadas para justificar la pérdida de 10 mil pesos, pues la dueña de ‘Ricuras de Romi’ seguro no le perdonará el extravío del billete. “A usted le pasó algo mijo, dígame qué fue”, le suelta la señora mientras el niño rebusca entre las filas de empanadas de carne que se exhiben en una amplia bandeja. “No, no me pasa nada, es que no encuentro la devuelta de la venta de ahora”, responde el pequeño con la voz temblorosa. La irrisoria tragedia monetaria de Josué y su jefa, sin embargo, se pierde en medio del bullicio de la fiesta máxima del Festival de Festivales, pues la pelota sigue rodando en la Marte Uno.Se disputa el clásico entre La Nubia y Fátima, dos equipos protagonistas de los recientes años. El marcador es 0-1 en favor de Fátima, gol de Kleverson Guerra, y con el tiempo cumplido (se juegan dos tiempos de 30 minutos), el árbitro pita una falta a favor de La Nubia. Tras el cobro la pelota se va al tiro de esquina. Las emociones crecen, los corazones se aceleran. Josué no sabe si seguir buscando el billete o mirar el partido. Doña Romi lo devuelve con un regaño a la realidad de las empanadas calientes. Se cobra el tiro de esquina y se forma un borbollón en el área. Alguien grita mano, pero el juez deja seguir la jugada. Fátima inicia un contragolpe. Desde la tribuna gritan “penal; pitalo juez que fue penal”. La bandera del línea dos está en lo alto. Entonces por fin el árbitro se da cuenta y da marcha atrás. Decreta penalti. Los hinchas de Fátima no lo pueden creer y los apostadores que se hacen cerca del estadio de atletismo Alfonso Galvis, elevan las cifras, pues el duelo, tras el cobro efectivo del goleador Sebastián Girado, termina 1-1 y se va a penales.
Foto: Manuel Salvador Quintero.En los disparos desde el punto penal es mejor La Nubia, quien vence 4-2 y avanza a la final frente a Itagüí, que a primera hora, también por penales, dejó por fuera a Millonarios, 4-3.El torneo Ponyfútbol (para niños de hasta 13 años), el evento más importante del Festival de Festivales de la Corporación Deportiva Los Paisitas, cumple 33 años y su popularidad, antes que disminuir, se acrecienta. Más de 570 niños vienen jugando a ser Messi o Cristiano Ronaldo desde el 7 de enero, y mañana, 36 de ellos, 18 de La Nubia y 18 de Itagüí, buscarán reclamar el título frente a más de 4.000 apasionados espectadores.Pero aunque se trata de una fiesta deportiva que busca renovar los lasos familiares y los valores de la amistad, del juego limpio y la deportividad, es indiscutible que para la gran mayoría de los asistentes a la Marte Uno, se trata de un semillero de nuevas figuras. Una amplia colección de cracks dieron sus primeros pases y lograron sus primeros goles en ese mítico escenario de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot de Medellín. Falcao García, James Rodríguez, Juan Guillermo Cuadrado, David Ospina y Juan Fernando Quintero, por sólo mencionar algunos, comenzaron su camino a la gloria internacional en el “torneo de chicos para grandes”, y es inevitable que cada año, los sedientos aficionados apuesten por quién será el próximo gran ídolo.Este año no ha sido la excepción. Decenas de niños se han destacado por sus innegables cualidades con la pelota. Algunos han brillado por su estilizada técnica, otros por su talla y otros por su apellido. Todos cargan con el peso de las frustraciones de sus progenitores, y todos sueñan con dar el paso que los lleve del anonimato al iluminado mundo de las estrellas del balompié. Pero también esa lucha por definir quién es el mejor del Ponyfútbol presenta inefables contrastes, porque mientras Juan Pablo Velásquez, un volante exquisito nacido en Acacías, Meta, y quien jugó para Yopal, ha gozado de todas las garantías posibles para convertirse en futbolista, llegando incluso a vestir durante un par de semanas la legendaria casaca de la Juventus de Italia, otro niño, Brandon Alexander Quiñónez, número 10 de Candelaria Valle, vive en la escuela donde cursa sexto grado en el barrio Siloé de Cali. Brandon es hijo de Sara, quien trabaja en un parqueadero, y de Alexánder, un joven desempleado. La pequeña promesa de la Escuela Sarmiento Lora cuenta nada más que con su talento para soñar con un futuro mejor, mientras que Juan Pablo, quien pretende ser como Andrés Iniesta, ya tiene su futuro asegurado, gracias al sacrificio de sus padres, por lo que el fútbol no es una presión para él.En el equipo de Fátima se vive el mismo contraste. En el poderoso conjunto del Club Estudiantil juegan los hijos de Mao Molina y Alejandro ‘Lobo’ Guerra, dos futbolistas profesionales de amplio cartel internacional. Alejandro Molina y Kleverson Guerra ha apostado por el fútbol, pero si la buenaventura no los acompaña siempre tendrán la chequera de sus padres para elegir otro rumbo. En cambio, Juan Diego Vélez Sucerquia, a quien apodan ‘Coyote’, no le queda otro camino que ser goleador y llamar la atención de los grandes clubes. Nació hace 12 años, en Segovia, y es hijo de Luz y Diego, dos mineros que a diario exploran las entrañas de la tierra en busca de oro. Juan Diego ha anotado más de 200 goles con Estudiantil, y el actual Ponyfútbol acumula 4 tantos. Hace parte de la Selección Antioquia Infantil y es consciente de que una lesión o una mala temporada pueden truncar su futuro y devolverlo a los húmedos y siniestros socavones de Segovia.Y es que el Ponyfútbol es un torneo darwiniano, donde sólo sobreviven los más fuertes. Ninguna oportunidad han tenido este año los humildes equipos de Anorí, San José de Urama o Laguna de Cúcuta frente al poderío económico de La Nubia, Fátima, Deportivo Independiente Medellín, Millonarios o Atlético Nacional, elencos que tienen la posibilidad de buscar talentos en todos los rincones de Colombia.
Fotografía: Manuel Salvador Quintero.A Sebastián David Girado Díaz, por ejemplo, lo encontró La Nubia, equipo del club Arco Zaragoza, en las calles del barrio Torizo, en Loma Fresca, Cartagena. Lo trajeron a Medellín hace más de un año. Le dieron estudio, un hogar y hasta le ofrecieron trabajo a sus padres: Andrés Avelino y Yolanda. El niño, agradecido por semejante salvavidas, ha respondido con más de 150 goles en todos los torneos que ha disputado, y es el goleador del Pony con 10 anotaciones. Lo apodan ‘Tiburón’, admira a Messi y quiere jugar en el Barcelona de España.Por su parte, Juan Sebastián Bernal Valbuena se unió a Millonarios el año pasado. Nació en Cubará, Boyacá, y sueña con emular al uruguayo Luis Suárez. Gracias a los goles de Juan Sebastián, Millos alcanzó la semifinal del Pony, fase en la que cayó derrotado por penales ante Itagüí. El pequeño boyacense tiene todas las condiciones para llegar al profesionalismo y el equipo Azul de Bogotá le dará todas las garantías para que lo logre.Tal vez no pase lo mismo con Stiven Becerra Vargas, un extraordinario número 10 del equipo El Rodeo, eliminado en octavos de final. Stiven vive en Moravia, uno de los barrios más pobres de Medellín, y es hijo de padres desempleados. Kevin Vélez, otro interesante mediocampista, y quien jugó para El Pinar, equipo eliminado en cuartos de final, es habitante de Caicedo, barrio de la comuna 8 de Medellín. Sueña con ser como Falcao García o Cristiano Ronaldo, pero sus carencias le han enseñado a ser cauteloso con sus ilusiones. “Yo voy hasta donde me dé, pero si toca cambiar el fútbol por trabajo pues ni modo”, dice el niño.Quizás les vaya mejor a los integrantes de Itagüí, equipo a la final de este sábado a la 1:45 de la tarde. El elenco del sur del Valle del Aburrá es patrocinado desde 2011 por un club estadounidense, el West Chester, apoyo que les permitió a los entrenadores sumar a excelentes jugadores para luchar por el título del Pony. Alejandro Salazar, por ejemplo, es un delantero manizaleño con más de 20 goles en la fase eliminatoria; Santiago Morales es un itagüiseño que anotó más de 30, y Miguel Trang Murphy es un japonés hijo de un estadounidense y una tailandesa, quien vive por pura casualidad en Medellín, pero que a sus 12 años de edad ya jugado en tres continentes diferentes. En Europa se probó en el Español de Barcelona; en Estados Unidos jugó para Los Ángeles; y también jugó en Japón.Josué, el niño que vende empanadas, por el contrario, jugó fútbol pero no le alcanzó el talento para llegar hasta el profesionalismo, o al menos eso le dijeron, y por eso ahora ve pasar las ilusiones de otros a través de la malla de la Marte Uno.El Ponyfútbol, un torneo que cada vez es más grande e importante; un torneo que despierta el interés de periodistas de todo el planeta y, sobre todo, de empresarios de todo el planeta. Por eso los niños son cada vez más altos, más fuertes y más protegidos nutricionalmente. Los equipos con dinero hacen hasta lo imposible por acelerar el crecimiento de sus figuras, mientras que los que no tienen ni un peso, llegan con lo justo, con lo que pueden, y salen en primera ronda. Más de 1.200 equipos optan cada año por llegar a la final de la Marte Uno, un escenario donde los niños dejan atrás su inocencia y se convierten en profesionales de un deporte que, en cualquier momento, los puede dejar a la vera del camino.