Ese 28 de noviembre de 2016, Yaneth Molina, operadora de vuelo del aeropuerto José María Córdova de Rionegro empezó su turno rutinario. Todo parecía normal hasta que llegó la comunicación del vuelo 2933 de LaMia (LMI2933) que pidió prioridad para aterrizar. Esa aeronave transportaba a 68 pasajeros del equipo brasileño Chapecoense y 9 miembros de la tripulación.
“Para localizadores, solicitamos prioridad para la aproximación, presentamos un problema de combustible”, dice el piloto Miguel Alejandro Quiroga Murakami a la torre donde estaba Yaneth.
“Notifique rumbo”, se escucha a la operadora responder y agrega.
“Mantenga presente rumbo y espere para continuar su descenso”, puntualiza.
De hecho, un piloto de Avianca le pide continuar el alejamiento cinco millas más. Yaneth le explica que no puede autorizarlo porque una nave se declaró con prioridad para el aterrizaje.
Más adelante, el piloto de Lamia reitera el problema de combustible.
“Solicito vectores para acercamiento, señorita”, dice el piloto.
Yaneth responde y pregunta. “Atento, tengo una aeronave por debajo suyo en aproximación y adicional están efectuando la revisión de pista (...) ¿qué tiempo tiene para permanecer en su aproximación?”.
El piloto insiste: “con emergencia, el combustible, señorita, por eso le pido de una vez curso final (...) solicito descenso inmediato”, puntualiza.
Con afán ante la emergencia, pero profesionalismo, Yaneth contacta a un vuelo de LAN cancela la autorización de aproximación. Parecía darle prioridad al avión del equipo de fútbol.
“Lamia 2933, ¿puede iniciar el viraje ahora por la derecha para iniciar el descenso? Tiene los tránsitos a una milla por debajo de usted”, le sugiere.
Quiroga Murakami, el capitán responde. “Tráfico a la vista, no es factor y solicitamos incorporarnos de una vez al localizador”.
“Capitán, necesito bajarlo de nivel, para iniciar su descenso”, dice la operadora ante la insistencia del piloto del Chapecoense.
“Negativo, señorita, estamos ya iniciando el descenso”, reitera con impaciencia el piloto.
Al escuchar esto, Yaneth da órdenes a otras aerolíneas. Incluso, un piloto de Avianca pregunta preocupado si la otra aeronave ya fue declarada en emergencia.
Yaneth trata de controlar las múltiples situaciones de vuelo con el mal tiempo como otro factor de riesgo.
“Continuar la aproximación, con pista húmeda y se requiere algún servicio en tierra”, le dice al avión de Lamia.
Pasan unos minutos, se da indicaciones a otra aerolínea y de inmediato entra la voz del capitán a la torre reportando falla total.
“Falla eléctrica total y combustible”, señala el capitán.
Yaneth indica que la pista está libre, que llueve en el aeropuerto y que los bomberos están alerta. El capitán pide vectores con voz un poco más alarmante.
La operadora responde que la señal en el radar se perdió y le pide notificar el rumbo. Entre indicaciones técnicas, Yaneth lo alerta de que no lo tiene con la altitud y que se encuentra a 8,2 millas de la pista.
La última palabra del capitán fue vectores. A las 11:58 aproximadamente, el avión se estrelló en el Cerro Gordo, en La Unión, Antioquia.
El día después
“¿Esto realmente pasó?”, se preguntaba con angustia Yaneth Molina, la operadora de la torre, según relata a SEMANA.
Con el amanecer del 29 de noviembre, la angustia para ella se hizo más grande. Los medios reportaban imágenes con escombros del avión, cuerpos tapados con sábanas blancas y la magnitud de una tragedia inimaginada.
“Me decían, ¿Yanet tú supiste quienes estaban en ese avión? Cuando supe de quiénes se trataba, sentí que se me acababa el mundo”, recuerda en diálogo con SEMANA.
Y cómo no. Su voz le empezó a dar la vuelta al mundo. Todos se enteraron de que fue ella la que mantuvo comunicación con el piloto. Pocos entendieron que hizo todo lo que estuvo a su alcance para que aterrizaran sanos y salvos.
Bien es sabido que el fútbol es un deporte de pasiones enardecidas. Por eso, muchos la señalaron y amenazaron por lo sucedido. La contactaron a ella o a sus seres queridos para tratar de intimidarla. La instigaban cerca de su hogar y su trabajo.
“Me daba miedo salir, hablar. Me daba miedo enfrentarme a mí misma”, recordó Yaneth, que estuvo un mes y 10 días lejos de su labor.
Lloraba todo el tiempo, la angustia, el estrés postraumático la llevaron a pensar en renunciar a su trabajo e irse del país. Sus hijos la veían inconsolable; por ellos, por su familia y por tener su conciencia tranquila, tuvo un momento de sensatez.
“Recordé que amo mi trabajo y que no hice ningún mal trabajo. Hice todo lo que tenía que hacer. Además, ¿si me gusta lo que hago, por qué me tengo que ir? Le di un ejemplo a mis hijos de valentía y de enfrentar las adversidades”, indicó.
Angustia en cielo, tierra y hogar
Esta mujer se enfrentó a un dilema personal aún más fuerte. Uno de sus dos hijos es piloto. De su cabeza no podía sacar el escenario de imaginar a su hijo en una situación parecida al piloto de Lamia.
“Yo me ponía en la situación de ser la que guiara a mi hijo piloto. Le pido a Dios que si le pasa algo así, tenga una operadora tranquila y le dé una buena instrucción. Le aconsejo que no se quede callado, que notifique todas las situaciones”, recomendó a su ser querido.
En el caso del avión que llevaba al Chapecoense a la final de la Copa Sudamericana, el informe preliminar indicó que viajaba excedido de peso y con el combustible al límite, pues los pilotos decidieron erróneamente no hacer escalas para repostar en los aeropuertos Alfredo Vásquez Cobo de Leticia o El Dorado de Bogotá.
“Todavía me pregunto, ¿por qué no me dijeron nada, porque no informaron todo con veracidad?”, señala Yaneth.
Actualmente, es la supervisora radar y docente del centro de gestiones de estudios aeronáuticos, un sueño que cumple después de pasar años con pesadillas de la tragedia. Ella misma se ayudó. Decidió hacer parte de su terapia, realizar conversatorios y escribir un libro. Hablar del tema para sanar.
“La gente me preguntaba mucho, ¿qué más pude hacer yo o qué hice mal? Siempre respondo con sinceridad, argumentando todo mi conocimiento desde la parte técnica. Ahí empecé a sentir empatía, entender que no todos me señalaban”, indica.
Además, se encontró con los sobrevivientes del accidente. Compartieron puntos de vista de lo sucedido. Se volvió una coach, conferencista internacional y ejemplo de resiliencia para muchas personas que, no necesariamente, han vivido lo mismo que ella.
Si pudiera devolver el tiempo, Yaneth desearía, primero que se hubiera vivido a plenitud la final de fútbol, que se hablara de los campeones, del deporte, de la alegría que encierra un evento de esta magnitud en vez de homenajes fúnebres y la tragedia ya conocida.
Pero también quisiera no haberse enfrentado profesionalmente a esa situación.
“Nunca me hubiera gustado estar en esa posición. Llevo 30 años como controladora aérea, nunca había tenido ese suceso tan horrible, esa situación. A los jóvenes que están en este gremio de la aviación, les digo que hay que comprometerse. Hay que tener un compromiso muy alto como piloto. Es una profesión muy bonita, muy delicada. Siempre buscar un buen servicio. En el aire se arriesga demasiado y nosotros abajo con toda la responsabilidad. Esto no es un juego”, indica.
Desde entonces, Yaneth ha tenido que enfrentarse de nuevo a situaciones de riesgo con alguna aeronave. Sus compañeros la han arropado y mostrado su apoyo incondicional. Ella ha sido capaz de controlar todo sin ninguna fatalidad.
“En alguna oportunidad se declaró una aeronave en emergencia, hicieron bien su procedimiento. Mis compañeros me miraron y me preguntaron si estaba lista. Dije, tengo que lograrlo, era parte de mi proceso. Me llamó, lo ubicamos en un punto y empezó a dar vueltas”, recordó con orgullo.
Cada año, cada 28 de noviembre, Yaneth Molina va al sitio de la tragedia o a los homenajes planeados por el cónsul de Brasil. A la fecha, sigue con un proceso en Fiscalía, después de haber sido investigada en su trabajo, salir limpia de dicha investigación y seguir adelante segura de una sola cosa.
“Yo también sobreviví”, finalizó en SEMANA.