A las 9:15 de la mañana de este jueves, el presidente Álvaro Uribe llegó a la Plaza de Bolívar, en Bogotá, a donde el profesor Gustavo Moncayo lo había invitado después de caminar más de 1.000 kilómetros a lo largo de Colombia. Moncayo llegó a ese sitio el día anterior, tras un multitudinario recibimiento por parte de miles de personas que ya conocían muy bien quién era. Se sabía que era el hombre que decidió emprender una travesía a pie para darse una batalla por la libertad de su hijo, el cabo Pablo Emilio, secuestrado desde hace más de 10 años. Ya es conocido como el caminante por la paz, pues a lo largo de su recorrido, decidió que su petición se extendería a todos los demás plagiados. Según su propósito, llegaría hasta Bogotá para instalarse en la Plaza de Bolívar para hablar con el Presidente y se quedaría viviendo allí hasta ver un acuerdo humanitario con las Farc. Y tal como lo había planeado, logró una cita con Uribe. El mandatario llegó puntual, a la hora acordada, rodeado del alto comisionado para la paz, Luis Carlos Restrepo; el canciller, Fernando Araújo; el ministro del Interior, Carlos Holguín, y otros miembros de su gabinete. Lo recibió una plaza llena de curiosos, manifestantes que apoyaban el acuerdo humanitario y familiares de secuestrados. Muchos padres de personas plagiadas se amontonaron alrededor de Uribe. Muchos también le reclamaron el acuerdo humanitario para lograr la libertad de sus hijos. Tan paternal como aquellas peticiones, fueron las respuestas de Uribe, que rodeado por las cámaras y los micrófonos de los periodistas, entabló diálogos con algunos de ellos. -Presidente, queremos que nuestros hijos vuelvan-, dijo uno de los familiares que lo rodeaban. -¿Eres padre, hijo?- le respondió Uribe en el momento en que lo apuntaban las cámaras. -Sí, Presidente-, señaló el adolorido padre. -Déjame hablo primero con el profesor Moncayo, cumplo la cita con él, y luego hablaré con ustedes, queridos amigos-. En medio de una plaza llena de manifestantes gritando clamores por la libertad de los secuestrados y por un acuerdo humanitario, el Presidente señaló que estaba ahí “porque el poder no es de vanidades, sino de tratar con todas las instituciones. La primera es el ciudadano”. “Una cosa es reunirse con bandidos, otra cosa es reunirse con el profesor Moncayo, que es un compatriota víctima, un padre con dolor. Por lo tanto me tengo que reunir con él con todo el afecto, con toda la consideración, y he venido aquí a hacerlo, en la Plaza de Bolívar”, señaló el Jefe de Estado. Quizá no fue eso lo mismo que pensó cuando le canceló una cita a Moncayo en Bogotá después de haber viajado con dificultades desde Nariño para reunirse con él. Tal vez, tampoco pensó eso cuando le negó la palabra en un consejo comunal. Y, seguramente, este jueves Uribe no recordó que una reunión en una universidad de Bogotá le dio un sermón con cara de regaño por haber preguntado sobre la suerte de los plagiados por las Farc. Pero este jueves, llegó puntual. Tanto, que debió esperar por casi una hora mientras el profesor terminaba una eucaristía. Y esa puntualidad estuvo acompañada por las cámaras y sus declaraciones, que parecían tener un profundo olvido de los anteriores encuentros con Moncayo. Uribe no ahorro halagos. “El profesor es un hombre de una inmensa fortaleza espiritual y física. Lo escucharé y luego me dirigiré al país para comentar mis decisiones. Pero todos ya saben cuál es mi posición”, recalcó.  Y señaló que “lo que sí no podemos perder de vista, y lo digo desde esta Plaza de Bolívar a mis compatriotas, es que la perseverancia en la seguridad es el camino de la paz”, recalcó el mandatario. Pese a aquel pasado, el profesor demostró un corazón conciliador. Cuando se vio con Uribe, esta vez, ambos sonrieron y entraron a las carpas donde estaba acondicionado un alojamiento con ocho colchonetas y un calentador a gas. Ahí vivirá Moncayo con su comitiva hasta ver libres a los secuestrados. Afuera, los ánimos se elevaban contra el gobierno. A gritos, lo tildaban de culpable de que los secuestrados siguieran en cautiverio por no haber negociado un acuerdo humanitario. Pese a que Moncayo había hecho comentarios similares en discursos previos, esta vez quiso que el diálogo con el presidente se hiciera en un ambiente de calma. Por eso, salió de la carpa y les dijo a los manifestantes que “cambiemos la mentalidad. No seamos retrógrados. Gritemos mejor que ‘sí a la vida y sí al acuerdo humanitario’. Digamos eso. ‘No a la guerra, sí a la vida’”, les aconsejó. La multitud acogió la sugerencia y la cumplió, mientras continuaba el diálogo entre el Presidente y un padre desesperado por volver a abrazar a su hijo secuestrado desde hace una década.