Hace cerca de 14 meses los periódicos mexicanos anunciaron la caída de los precios en el mercado mundial del petróleo. Era difícil imaginarse, sin embargo, que se estaba hablando del comienzo de un derrumbe económico que pondría fin al período de prosperidad del final de los setentas, años de bonanza que quizás no tenían antecedente en la historia del país. Como en la leyenda, comenzaba el período de las vacas flacas.colapso que, apenas unos meses después, el gobierno tuvo que comenzar a tomar medidas drásticas que implicaban el sacrificio de todos. Una primera devaluación, en febrero último, no fue suficiente para contener la fuga de capitales que se encontraba estimulada por la situación que se venía encima del gobierno y por las altas tasas de interés que impusieron las políticas económicas de Reagan en los bancos norteamericanos. Una segunda devaluación, entonces, sorprendió a los aztecas el 6 de agosto, y desató las consecuencias dramáticas que trae consigo una medida de este tipo.La inflación seguía subiendo, y su tasa duplicaba la del año anterior, a la vez que los índices de producción mostraban un inovitable estancamiento. Pero lo más grave, y a la vez lo más difícil de creer en un país que había vivido una bonanza externa tan importante, era que los dólares, requeridos para pagar la inmensa deuda externa (la más grande del mundo) que se había contratado con el respaldo de las divisas llegadas con la bonanza, se estaban haciendo muy escasos. México se comportaba en el mercado financiero internacional como una corporación que en un momento dado encuentra dificultades de liquidez: se estaba endeudando a corto plazo y con altos intereses. La devaluación, en consecuencia, no podía ser la última medida y los empresarios eran muy conscientes de ello. Se pensaba que un control de cambios se implementaría pronto, lo cual estimuló aún más la salida de dólares en busca de los bancos norteamericanos. La banca mexicana era un modele para el resto del continente. Su desarrollo había sido rápido, y alcanzaba características de modernización que resultaban envidiables para muchos países. Se había adoptado incluso el sistema de multibanca, que le permite a una sola entidad llevar a cabo todas las modalidades de intermediación financiera y, en consecuencia, captar recursos por diferentes conceptos.Con ese proceso, sin embargo, se produjo una altísima concentración de la actividad financiera. Durante el año pasado, los seis bancos más grandes recibieron el 83.4% de las utilidades del sistema. El resto, 16.7%, se distribuyó entre otras 30 instituciones. Los mismos seis bancos controlaron el 58.3% de las captaciones totales del sistema y otorgaron el 90.5% de los créditos.El presidente López Portillo, entonces, decidió tomar una medida que solo tiene antecedentes en 1938 cuando se nacionalizó el petróleo: 35 bancos y 27 instituciones financieras pasaron a manos del Estado. Según López Portillo, la banca privada había "fomentado la fuga de capitales y pospuesto el interés nacional".Las reacciones no se hicieron esperar por parte de los más afectados. Las asociaciones de empresarios anunciaron paros en todo el país, y lanzaron declaraciones acerca de "los primeros pasos hacia el socialismo" que estaba dando el gobierno. Pero el presidente electo, Miguel de la Madrid, la Confederación Mexicana de Trabajadores (CMT) y algunos sectores progresistas, respaldaron decididamente la actitud del Ejecutivo.Al nacionalizar la banca, el Estado se convierte simultáneamente en un fuerte accionista de los principales consorcios privados de la industria, comercio, seguros y servicios, algunos de ellos filiales de corporaciones extranjeras.Al señalar los más perjudicados con la nacionalización de la banca privada, en primer lugar aparecen los propietarios del "Crupo Monterrey", sinónimo de poderio economico, que nacio a comienzos del siglo, de manos de una familia (Garza Sada) y que hoy es un imperio industrial con 300 grandes empresas en todo el país.El grupo Monterrey está formado por cuatro grandes corporaciones denominadas "holdings". Una sola de ellas, ALFA, es la más grande de México, superada únicamente por las compañías estatales de petróleo. Es la segunda más grande también a nivel continental. El año pasado ALFA había estado al borde del colapso, luego de que las altas tasas de interés y la baja producción les ocasionó una pérdida de 162 millones que solo pudieron recuperarse con un crédito del orden de 680 millones de dólares otorgado por un banco estatal.Esta es, apenas, una faceta dolorosa de las muchas que tiene la catástrofe económica de un país que hace poco se ufanaba de una tasa de crecimiento anual de 8% en una época de recesión mundial. Se espera, sin embargo, que los dolores que ahora produce ajustar el cinturón de la economía, clarifiquen un poco las cosas para la llegada, en diciembre próximo, del nuevo mandatario Miguel de la Madrid al palacio presidencial.