Cuando se anunció la llegada del coronavirus al país Armando Vargas le bajó el volumen a la música que sonaba en Full 80s hace más de 16 años. La realidad de una cuarentena estricta lo obligó a actuar pronto y en menos de quince días apagó indefinidamente los cuatro locales de la marca, tres en Bogotá y uno en Ibagué. El panorama era aterrador.

“La decisión de cerrar se tomó en cuestión de días, no había otra opción” explica Vargas. Rápidamente juntaron ideas para mantenerse activos conscientes de que cualquier acción resultaría insuficiente si el confinamiento se alargaba. Vargas sabía que sus dos líneas de negocio, la comida y el entretenimiento, serían las más afectadas. Las primeras en cerrar sus puertas y las últimas en abrirlas.

Durante los primeros tres meses enfocaron sus esfuerzos en mantener en la nómina a los empleados. Con fiestas virtuales y coctelería a domicilio empezaron a reconectarse con sus clientes, pero las cuentas no daban. A comienzos de junio la situación se tornó crítica. “No estábamos encontrando los recursos necesarios para tener a la gente sin poder operar”, explica Vargas. “Nos dimos cuenta de que tal vez una indemnización les servía más que lo poco con lo que les podíamos ayudar”.

De 75 empleados, entre directos e indirectos, que tenían en enero hoy quedan solo cinco. Vargas explica que el personal que trabajaba en la producción de conciertos es el que más ha sufrido. Sin una reapertura del sector a la vista hay un grupo importante de personas que ha visto sus sueños desvanecerse. A punta de campañas y colectas han logrado enviar algunos mercados a los empleados que quedaron más golpeados, pero “no ha sido fácil, ni tampoco es constante”, confiesa.

Armando Vargas, propietario de Full 80s

De los cuatro locales que tenían, solo reabrirán dos. Tras negociaciones fallidas con los arrendatarios, los socios tuvieron que cerrar las puertas de la sucursal de Ibagué y de la 95 en Bogotá. Esto solo profundizó la crisis. La sede de la 95 funcionaba como un centro de acopio general donde preparaban la mayoría de alimentos para todos los restaurantes y su cierre obligó la construcción de cocinas en los dos locales que continúan vigentes. Un gasto que debieron asumir en un momento de poca liquidez, pero que era fundamental para reactivar la operación.

La necesaria inversión en infraestructura y los costos de nuevos protocolos de bioseguridad pusieron a los socios contra la pared quienes tuvieron que buscar dinero donde no había. “Nos tocó pedirle prestado a nuestras familias y volver a los bancos a pedir nuevos créditos”, confiesa.

Para Full 80s la reinvención nunca fue una solución definitiva. Aunque lograron una transición al mundo digital creando espacios de reconexión con sus clientes, todavía les preocupa la rentabilidad del negocio. “Hacemos fiestas virtuales y es muy interesante porque nos conectamos con personas de otros países, nos reencontramos con clientes de toda la vida”, relata el empresario. “Pero eso también cuesta, tener un buen internet cuesta, la producción cuesta”.

“A algunos esto nos cogió con los bolsillos vacíos -explica-. No todo el mundo tiene la oportunidad de reinventarse. La reinvención cuesta. Cuando empiezas algo nuevo, muy pocas veces lo puedes hacer sin recursos”

Hoy el equipo se dedica a mantener vigente la marca por medios digitales mientras se preparan para la reapertura. Esperan reabrir sus puertas la próxima semana, revincular a algunos de los empleados y volver a encontrarse con los clientes que cantaban a todo pulmón clásicos de Michael Jackson, Madonna, Miguel Mateos y Lionel Richie.

“Esto ha sido muy duro. Tener algo construido y que se haya derrumbado es muy difícil”, confiesa. Pero ve con esperanza el próximo paso. Se han asesorado para aplicar los protocolos de bioseguridad de la mejor manera posible, “queremos que la gente se sienta segura al volver, que se sientan cómodos” y planean continuar con los encuentros virtuales que reúnen 250 conectados en una sola noche. Poco a poco le empiezan a subir de nuevo el volumen a la fiesta Full 80s.