Fue un vuelo raro, como todo lo que sucede después de la aparición del coronavirus. Una treintena de pasajeros se lanzaron a la aventura de participar en el piloto de EasyFly, pese a que podían transportarse 48 personas. La aerolínea que realizó el primer ensayo de un trayecto comercial con itinerario, desde que la pandemia cambió la rutina del transporte aéreo, salió a las 8 de la mañana de Bucaramanga hacia Cúcuta, dos de las primeras ciudades escogidas en Colombia para volver a conectar las regiones por vía aérea. La elección de estas zonas se produjo ante el activismo de la compañía con los alcaldes, quienes, a la larga, son los que toman la decisión de la reapertura.
Están preocupados por la economía y por el alto desempleo en sus regiones, dice Alfonso Ávila, fundador y actual presidente de EasyFly. El Gobierno nacional convocó a los mandatarios locales para que tomaran la iniciativa de empezar a abrir sus rutas. La solicitud debían hacerla por pareja, es decir, la del puerto de salida y la del de llegada. Frente a varias peticiones, escogieron a Bucaramanga y Cúcuta porque han hecho bien la tarea de control de la pandemia: tienen pocos contagiados y pocas muertes.
Entre tanto, EasyFly está en el piloto por su condición de compañía aérea con 8 años de operación en esta ruta. La aerolínea se dedica a la conectividad de ciudades intermedias y antes del coronavirus, hacían 10 vuelos diarios. Las aeronaves que hacen el trayecto piloto son tipo ATR42. Tienen sistemas EPA para garantizar la calidad del aire, el cual se renueva cada 5 minutos. Son los mismos que se usan en una sala de cirugía, por lo que el interior de la cabina del avión es prácticamente estéril. No obstante, los ciudadanos estuvieron quisquillosos. No tanto por ser parte de la primera prueba de un vuelo doméstico con pasajeros anónimos en un recinto cerrado, sino porque el viaje se vuelve exigente. Un protocolo de 200 puntos El reto para los viajeros era llegar con suficiente tiempo al aeropuerto Palonegro de Bucaramanga: dos horas antes de la partida, sin excusas, y, sobre todo, no tener mucha prisa. El protocolo que se cumple tiene 200 puntos y transforma por completo la manera en que habitualmente se viaja en avión. En contraprestación, el pasajero paga 126.000 pesos y en vez de gastar 6 horas por vía terrestre, llega a su destino: la terminal Camilo Daza de Cúcuta, en 30 minutos, sin el cansancio de un viaje por carretera, pero si, muy sorprendido. Pese a que los colombianos ya han ejercitado las pautas del nuevo orden en la vida social, es inevitable asombrarse. La experiencia incluye muchas prohibiciones.
Desde la llegada al aeropuerto, todo empieza a cambiar. No es posible el parqueo de carros en la zona de ingreso al terminal aéreo. Solo hay una puerta de acceso habilitada en el edificio. Las despedidas es mejor hacerlas previamente pues el ingreso al terminal es solo para el pasajero, a menos que se trate de un menor de edad o de personas que requieren asistencia. Para entrar, las reglas son similares a la de otros sitios con riesgo de aglomeraciones: uso permanente y obligatorio del tapabocas desde que se entra hasta que se sale del aeropuerto. La toma de temperatura y la desinfección de las manos y del calzado es lo que sigue. Una vez en el interior del aeropuerto, con el pasabordo ya tramitado en los medios digitales, siguen los protocolos. El rigor en el uso de la señalización y la conservación de la distancia son permanentemente vigilados. Los que tenían exceso de equipaje pudieron facturar en los módulos de Check In. Los demás se dirigieron a la sala de embarque. De vez en cuando se detenían en algunas de las varias estaciones para desinfectar las manos en los dispensadores de gel antibacterial. En la sala de embarque todos conservan el distanciamiento físico, no hay más remedio. Las sillas están dispuestas para eso. Al ingresar al avión se aplica la regla de ‘los últimos serán los primeros’, es decir, los pasajeros con las sillas del fondo del avión entran en la primera tanda. Esto, aunque se venía realizando en los vuelos, ahora es más válido que nunca. La idea es que nadie esté muy cerca del otro.
Una vez en la silla le acercan el formulario de la aerolínea. Son preguntas sencillas que se volvieron habituales, como ‘ha tenido tos’. Los minutos siguientes son casi ceremoniosos. No hay revistas ni periódicos para leer. El protocolo elimina la lectura a bordo. Tampoco le entregan audífonos ni otros objetos para el entretenimiento al que estaban acostumbrados los viajeros. Como entre las medidas está el evitar al máximo que la tripulación del avión se acerque demasiado al pasajero, el servicio a bordo es restringido. En otras palabras, no le darán ni agua. Y las personas no pueden ir al baño a menos que sea una emergencia. El desembarque es al contrario del ingreso: los de las sillas delanteras salen primero, por una sola puerta y, al avanzar hacia las bandas donde están las maletas hay que conservar la distancia que indica la señalización. El equipaje se recoge y el pasajero debe salir del aeropuerto lo más pronto posible. ¿Qué viene? El piloto de vuelo comercial tiene la intención de recuperar la confianza de los pasajeros en el transporte aéreo. En principio, esta aerolínea en particular trabaja a pérdida, con niveles de ocupación que no cubren los costos de la operación, los cuales requieren entre 70 y 80 por ciento de pasajeros. En el caso de Easyfly, que estima que hasta diciembre la demanda de pasajeros solo cubrirá un 40 por ciento de la capacidad del avión, la aerolínea ha movilizado 150 vuelos charter durante la cuarentena, los cuales eran contratados por empresas para dirigirse a sitios específicos con personal plenamente identificado en términos de sanidad. Aún así, allí también se siguen todos los protocolos establecidos para el transporte aéreo. Entre tanto, los vuelos comerciales apenas están renaciendo, con la expectativa de que cada vez haya más colombianos que se les apunten.