Primero prohibieron a ZTE y Huawei, fabricantes de equipos para telecomunicaciones; después, a TikTok, una red social juvenil. Y la semana pasada, a WeChat, la omnímoda plataforma de comunicaciones más usada por los chinos. Pero la Casa Blanca quiere más. La política de Clean Network (red limpia) formulada por el secretario de Estado, Mike Pompeo, busca prohibir cuanta marca china de tecnología y electrónica rivalice o supere a las estadounidenses en los mercados mundiales. Probablemente, las próximas semanas caerán en la lista los fabricantes de productos de videovigilancia Hikvision y Dahua, que dominan las ventas globales; el mayor fabricante mundial de drones DJI; los gigantes del comercio electrónico y los servicios en la nube Alibaba y Tencent, Baidu, el ‘Google’ chino, y los fabricantes de cables submarinos, entre un centenar de empresas. La periodista de tecnología de The New York Times, Shira Ovide, observó que “los políticos, como los jefes tecnológicos estadounidenses, se dedican al miedo por la tecnología china con tanta frecuencia que es difícil saber cuándo creerles”. Resume el lío de la guerra contra las tecnológicas chinas que lidera Donald Trump, pero que no comenzó él sino Barack Obama. En Estados Unidos el presidente tiene amplios poderes, mediante la figura de emergencia nacional, para prohibir negocios entre empresas norteamericanas y de otros países. Trump las usa como ninguno para presionar a su rival asiático. En ese país discuten la posible ilegalidad de estas decisiones, que algunos abogados creen que violan la primera enmienda constitucional que protege las libertades. Pero en Estados Unidos el término seguridad nacional parece pesar más que cualquier otro concepto.
El argumento oficial es el de la seguridad y las posibles ‘puertas traseras’ que tendrían las soluciones provistas por fabricantes chinos, por medio de las cuales espiarían a Estados Unidos. Lo terrible de la historia es que, al menos teóricamente, podría ser cierta, aunque nadie la ha probado. Durante años algunos acusaron de lo mismo a Microsoft, del que decían que instaló puertas traseras para el Pentágono. Sin embargo, nadie tuvo acceso a los 80 millones de líneas de código de Windows. En realidad, el miedo justifica un episodio más de la guerra comercial, originado en el atraso norteamericano en renglones tecnológicos claves. John Bolton, el examigo del presidente, dijo que “Trump quiso usar a Huawei como ficha en las negociaciones comerciales con China de un modo cínico”. Si el presidente chino, Xi Jinping, cedía, las puertas traseras en las tecnologías de Huawei ya no serían motivo de alarma. Las prohibiciones norteamericanas tienen un impacto evidente. TikTok tiró la toalla y está en venta, al menos en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. Tiene un plazo lapidario: el 15 de septiembre desaparecerá de Occidente a menos que Microsoft o Twitter la compren. Pero en el peor escenario, nada pasará. Los videos de jóvenes que bailan y hacen monerías saldrán en otras plataformas. Al fin y al cabo, Instagram ya tiene un clon de TikTok, llamada Reels. Pero Huawei es otra cosa. Posee patentes y precios en infraestructura de telecomunicaciones que decenas de naciones necesitan para subirse a la ola de 5G. Huawei simboliza la expansión china en los negocios tecnológicos globales. Es un importante proveedor de infraestructura para las telecomunicaciones, como antenas y estaciones base que transmiten las llamadas telefónicas y los datos móviles, así como de sistemas que los operadores utilizan para gestionar sus servicios. En teléfonos, Huawei desplazó a Apple y a la coreana Samsung de los primeros lugares en ventas. No obstante, logró su principal hazaña al superar a los fabricantes europeos Nokia y Ericsson en el negocio de las redes, lo que le dio un poder enorme en las telecomunicaciones en el lado occidental del planeta.
¿Qué ocurrirá con Huawei si queda por fuera de los negocios en Occidente? En teléfonos no ha tenido problema: tiene el 70 por ciento del mercado en su país y eso le bastó para ser el vendedor número uno de smartphones en el trimestre pasado. Pero perder el lugar en redes 5G, donde está su negocio fundamental, lo deja contra las cuerdas. En efecto, el 60 por ciento de la facturación de Huawei proviene de negocios internacionales. El primer ministro británico, Boris Johnson, ya se sumó al veto estadounidense, y las redes de quinta generación de Reino Unido no llevarán tecnologías de Huawei. Japón y Australia también la vetaron. En Occidente le quedaría el mercado latinoamericano, en donde 5G tardará algunos años; pero el embajador estadounidense dijo en una entrevista en O Globo que Brasil sufriría las consecuencias si permite que Huawei participe en el despliegue de 5G. En teléfonos, la firma pudo sustituir los mapas de Google y el buscador por apps propias. No obstante, la semana pasada Huawei reconoció que ya no podrá producir más sus propios procesadores Kirin, que hacen funcionar a los avanzados smartphones P40. La razón: necesita componentes de origen norteamericano. ¿Puede el mundo occidental vivir sin tecnologías chinas? Ni siquiera Estados Unidos puede hacerlo, porque China lleva ventaja en patentes en algunos campos estratégicos: redes 5G, inteligencia artificial y robótica. Fabricantes norteamericanos como Apple, Intel y Qualcomm dependen de proveedores con base en China, y bloquear a los asiáticos afecta la propia competitividad estadounidense. Pero en el mundo industrial nadie es autónomo. Ni siquiera China, pues depende de chips con patentes estadounidenses. Además, porque genera parte del empleo gracias a las plantas que ensamblan las más populares marcas de Estados Unidos. La retirada norteamericana de China ya comienza. Apple puso en marcha la producción del próximo iPhone 11 en India. Se trata, por ahora, de solo una parte, y la mayoría seguirá operando en las plantas de Foxconn, en Shenzhen. Sin embargo, Apple quiere reducir su dependencia de la manufactura china y se filtró que busca mover a India la quinta parte de su producción. Apple produce 220.000 millones de dólares en fábricas chinas y crea casi 5 millones de puestos de trabajo, además de los 10.000 empleados directos de la marca.
Ensambladores generalmente taiwaneses como Foxconn, Pegatron o Compal, que tienen la mayoría de sus plantas en China, fabrican los productos de Apple. Foxconn produce para diversas marcas el 40 por ciento de los electrónicos de consumo en el mundo, como la PlayStation, el iPhone, los computadores Dell y HP, entre otros. Un retiro paulatino de grandes marcas norteamericanas tendría un impacto considerable. Desde luego, no muchos países ofrecen la mano de obra y las escalas de producción existentes en territorio chino. Donald Trump no inventó el veto y los conocedores creen que el tema no se solucionará si hay un cambio de gobierno en Estados Unidos. Desde los tiempos de Barack Obama la inteligencia norteamericana señaló los supuestos peligros escondidos en las tecnologías de Huawei. Las sospechas provienen de una ley vigente en ese país que obliga a las empresas a cumplir cualquier solicitud de información del Estado, que generalmente es su dueño, o al menos accionista. También de la cercanía del Partido Comunista Chino con la compañía y del hecho de que Ren Zhengfei fue oficial del Ejército Popular de Liberación. Huawei es competitivo en calidad y precio. Los operadores British Telecom y Vodafone protestaron la decisión del Gobierno británico de excluir a Huawei, porque les supondrá un sobrecosto de más de 6.000 millones de libras. En Latinoamérica, Huawei entró al negocio de la infraestructura ofreciendo dos por uno en estaciones base y otros productos. Es claro que el veto de la Casa Blanca sobre las empresas chinas no es solo una bravuconada del presidente Trump. Está en juego la carrera tecnológica de las superpotencias.