El anticipo lo dio el presidente Iván Duque en su visita a Europa. El pasado lunes advirtió que, según cálculos del Ministerio de Hacienda y la misma Presidencia de la República, la economía colombiana habría crecido 10,2 por ciento. Apenas 24 horas después, el Dane, por medio de su director, Juan Daniel Oviedo, anunció la cifra oficial por encima de los cálculos del jefe de Estado: 10,6 por ciento.
Sin duda se trata de un crecimiento histórico. El doble dígito supera todas las expectativas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que el año pasado América Latina y el Caribe habrían crecido 6,8 por ciento en promedio. Colombia aparece muy por encima y solo quedaría por detrás de Chile y de Perú, cuyo crecimiento estaría arriba de 11 por ciento.
La pregunta es qué tanto se refleja un efecto rebote y una dinámica más ‘real’ al compararse frente a 2020, el peor año de la economía cuando se contrajo 7 por ciento. Algunos estiman que más del 20 por ciento del dato de 2021 corresponde a la dinámica propia de la economía, y un poco más de 70 por ciento, al rebote, mientras que para otros expertos podría ser por mitades.
Pero no necesariamente las economías, como advierte José Ignacio López, director de Estudios Económicos de Corficolombiana, “están condenadas a rebotar, pues pueden registrar caídas que en algunos casos son persistentes”.
El rebote fue producto de la alineación de algunos astros: el avance de la vacunación, que permitió el retorno a la presencialidad y la reapertura de sectores; la resiliencia de las empresas, que lograron reactivarse para atender una demanda creciente contenida; y las medidas del Gobierno, como los subsidios a los hogares más vulnerables, la inversión del plan Compromiso por Colombia y las medidas de fomento del empleo formal.
Fue un año complejo porque su inicio estuvo enmarcado por un agresivo pico de la pandemia. Y, además, la tensión social se reactivó, y las jornadas de bloqueos y parálisis pusieron en jaque al consumo y al aparato productivo. Pero tras ese complejo escenario la economía tomó tracción y empezó a enviar señales a los distintos analistas y entidades locales e internacionales, que a lo largo del año corrigieron al alza sus estimativos, incluso, luego de la pérdida del grado de inversión por parte de las calificadoras Fitch y Standard & Poor’s.
El gran protagonista de este crecimiento fue el gasto de los hogares, gracias al avance en materia de recuperación de empleos, acceso al crédito y al papel de las remesas, que ascendieron a más de 8.400 millones de dólares, una cifra sin precedentes. Según la consultora Raddar, el gasto de los hogares creció 14,6 por ciento; llegó a ser el 73,8 por ciento del PIB y aportó el 98,3 por ciento del crecimiento del PIB para 2021.
“En 2020, la gente gastó poco porque o no tenía con qué gastar, pues perdió el empleo, o sus ingresos cayeron o quienes mantuvieron sus ingresos tuvieron que ahorrar forzosamente. En 2021 nos montamos en un tren de gasto muy fuerte porque unos hogares recuperaron el empleo y otros tuvieron ahorros excedentes que pudieron gastar”, dice Alejandro Reyes, economista principal de BBVA Colombia.
De acuerdo con las cifras del Dane, al comparar los resultados de 2020 y 2021, todas las actividades económicas crecieron. Sin embargo, hay alertas. Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo, reconoce el valor absoluto de la cifra de crecimiento y el comportamiento que tiene frente a la región. Pero manifiesta una gran preocupación por el sector de construcción, “que tiene unos niveles de actividad 23 por ciento inferiores a 2019; más de una quinta parte del tamaño del sector de la construcción desapareció en dos años. Las edificaciones cayeron 17 por ciento, y las obras civiles, 34 por ciento. Lo que pasa con obras civiles depende de los niveles de ejecución no solo en el ámbito nacional, sino también el local. Eso va a ser fundamental para que, ojalá, se acelere este año ese ritmo de ejecución de las obras de infraestructura”, advierte.
¿Y el pesimismo?
El dato del sorprendente crecimiento del año anterior coincidió con los resultados del más reciente estudio del Gallup Poll de Invamer. El 88 por ciento de los encuestados consideran que la economía del país está empeorando, cifra solo superada en el momento de los paros y bloqueos del año pasado cuando llegó a 91 por ciento, y el mismo porcentaje que cuando empezó la pandemia. Por otro lado, lo mismo ocurre con el desempleo: el 84 por ciento piensa que está empeorando. Y, precisamente, el desempleo y la economía son los principales problemas que tiene el país para una de cada tres personas.
¿Cómo explicar un crecimiento histórico de la economía y un alto grado de pesimismo entre los ciudadanos simultáneamente? “En el agregado, a pesar de que la economía crece mucho, no toda la población disfrutó ese avance por igual, y eso es lo que transmite ese pesimismo en las estadísticas”, agrega Reyes.
Una de las tareas pendientes es la laboral. Mientras que el crecimiento de la economía va por ascensor, el del empleo va por las escaleras. “Hay un gran desacoplamiento entre el comportamiento de la actividad económica, que es muy positivo, y el del mercado laboral”, dice Mejía.
El empleo se convierte en la variable clave de toda la ecuación, y, si bien se ha recuperado, el año pasado cerró con una desocupación de 13,7 por ciento, más de tres puntos porcentuales por encima de 2019, antes de la pandemia. Además, la recuperación del número de ocupados tiene un sesgo hacia la informalidad. En las 13 principales ciudades la informalidad llega casi al 48 por ciento, y en el total del país bordea 60 por ciento.
Por eso, si bien el aumento del salario mínimo en más del 10 por ciento sirve para que los hogares mantengan el consumo y atenúen el impacto de la inflación, que anualizada a enero va en cerca del 7 por ciento, es un beneficio que llega solo a los formales y no a los informales; genera más desigualdad y profundiza los niveles de pobreza.
Precisamente, la inflación es una amenaza para el crecimiento y hoy se ha convertido en una gran preocupación, pues los niveles alcanzados se convierten en el peor impuesto para los más pobres; en especial, porque ha estado jalonada por los alimentos, un gasto inaplazable. Y, sin duda, es un ingrediente más para el pesimismo. Solo un ejemplo: de acuerdo con un cálculo de BBVA, el 40 por ciento del gasto de un hogar de menores ingresos se va en alimentos, que han subido el 20 por ciento; mientras que para una familia de mayores ingresos este gasto representa apenas el 8 por ciento. Según el Dane, mientras la inflación fue de 6,94 por ciento anualizada a enero, para los segmentos más pobres fue de 8,31 por ciento.
¿Qué viene?
Los estimativos de crecimiento para este año van desde un poco más del 3 por ciento hasta más del 6. Tras un año espectacular del consumo de los hogares, se espera que se ralentice y tenga un crecimiento cercano al 4,5 por ciento. De hecho, como advierte Reyes, de BBVA, lo malo del comportamiento en el gasto de los hogares es que el excedente de ahorro, a mediados del año pasado, se agotó, pero los hogares siguieron consumiendo en el segundo semestre del año pasado, y para hacerlo dejaron de ahorrar.
La inflación llevó al Banco de la República a subir sus tasas de interés, que ya están en el 4 por ciento. Con este panorama, se espera que en 2021 haya una recomposición en las fuentes de crecimiento. Si el año pasado fue el consumo de los hogares, para este año la mira está puesta en las exportaciones y, especialmente, en la inversión.
Las exportaciones han dado buenas señales desde el año pasado, con niveles históricos de las no minero-energéticas, mientras que petróleo y carbón, principalmente, se han beneficiado de los buenos precios, aunque ahora pueden presentar dificultades para hacer exploración y producción. Y la inversión tiene varios retos: la devaluación, que hace que la importación de bienes de capital se encarezca; la pérdida del grado de inversión pone al país una prima de riesgo encareciendo el crédito, a lo que se suma el aumento de tasas de interés en Colombia y en otros países.
Varios nubarrones se posan sobre el crecimiento de este año: inflación, desempleo e incertidumbre política y fiscal por el déficit de cuenta corriente y por las reformas que se deben adelantar. Un año turbulento en el que la economía tendrá que moverse y ratificar que el crecimiento debe ser más inclusivo.