Con su habitual puntualidad y como en los últimos jueves, el pasado 31 de julio el magistrado Hernando Baquero Borda salió de su casa al noroccidente de Bogotá a las siete y veinticinco minutos de la mañana. Lo hizo, también como en los últimos jueves, en compañía de su esposa con quien tomaba un curso de alemán dictado por una profesora particular. Después de saludar a los dos guardaespaldas y al chofer, iniciaron el acostumbrado recorrido de 53 cuadras por un apacible sector residencial hasta la casa de la profesora. Pero el automóvil Renault-18 de color azul sólo alcanzó a avanzar tres cuadras cuando su marcha fue detenida por el sonido brutal de ráfagas de ametralladora que tuvieron como blanco inicial a la escolta que iba en motocicleta y que después buscaron dentro del carro a su objetivo: el magistrado Baquero. En medio de la balacera y del terror, el miembro de la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia, ya herido, sacó valor para descender del vehículo, pero antes de que lograra alguna defensa, uno de los dos sicarios lo remató a quemarropa. El estrépito de los balazos, trece de ellos en el cuerpo de Baquero, y la rapidez del atentado (calculado entre 20 y 30 segundos) paralizaron a vecinos y transeúntes, que apenas se acercaron al sitio diez minutos después de que sonaran las primeras ráfagas y cuando ya estaba consumado el asesinato.La escena era de horror. El magistrado, boca abajo sobre un charco de sangre; el guardaespaldas muerto a un lado de su motocicleta y, dentro del carro, herida su esposa, su chofer y su otro escolta. Hasta ese momento nadie sospechaba contra quién se había ejecutado ese certero plan en el que no hubo disparos sino de un solo lado: el de los sicarios. De todos modos se intuía que se trataba del asesinato de una personalidad. Esto fue confirmado con la llegada al sitio de los primeros agentes de Policía y, así, las autoridades se enteraron por medio de sus sistemas internos de comunicación y minutos después el país conocía las dimensiones del crimen a través de las cadenas radiales.Uno de los primeros altos funcionarios del gobierno en conocer el hecho fue el ministro de Justicia, Enrique Parejo, quien fue avisado por el jefe de seguridad de su despacho. La primera reacción de Parejo fue llamar al presidente Betancur y, según contó uno de sus allegados a SEMANA, expresó su dolor y su rabia porque una vez más el Poder Judicial había sido blanco de la violencia. Aunque en un primer impulso quiso ir hasta el lugar del atentado los agentes de seguridad que lo acompañan lo hicieron desistir del propósito. Parejo permaneció entonces en su casa, habló por teléfono con varios funcionarios de su Ministerio al que sólo llegó a las diez de la mañana y fue recibido por la viceministra, Nasly Lozano, quien estaba llorando.Cómo lo hicieron Superado el pánico, al lugar comenzaron a llegar curiosos y entre la vecindad empezaron a aparecer testigos. En los primeros momentos se mencionaron hombres sospechosos que deambularon por el sitio desde el amanecer, surgieron versiones que vestían a los autores con impermeables amarillos y negros, se habló de diferentes vehículos desde donde se hicieron los disparos, pero lo único concreto eran tres cadáveres: el del magistrado Baquero, el del guardaespaldas Luis Evelio Arana Jaimes y el del obrero Humberto Bolívar Bottía, de 16 años, que fue alcanzado por una bala perdida.Después de los primeros testimonios nerviosos e incoherentes, al cierre de esta edición se imponían dos versiones sobre cómo fue el atentado. La primera la dio una señora que viajaba en su carro detrás de la escolta del magistrado. Su testimonio dice que el atentado fue cometido por dos hombres, uno de los cuales tenía chaqueta amarilla y el otro un saco jaspeado. Los dos sicarios se bajaron de un campero rojo, de cuyo interior le fueron entregadas las armas. Uno de ellos apuntó hacia la escolta motorizada y el otro fue quien remató al magistrado cuando éste bajó del carro. Según esta versión los asesinos huyeron a pie hacia el centro comercial del barrio Niza. Otro testimonio dice que dos hombres --uno de poncho rojo y otro amarillo-- se bajaron de una motocicleta, se acercaron al carro, primero dirigieron los disparos a la escolta motorizada y después contra los ocupantes del vehículo. Esta versión dice que, por lo menos, cinco personas integraban el grupo de los asesinos y tres de ellos iban en un campero. La única evidencia que quedó de los autores en el lugar fue una subametralladora de 45 milímetros y la única pista sobre la identidad de los sicarios era la descripción de que se trataba de dos hombres morenos "de aspecto costeño", con cuyos rasgos la Policía elaboraba retratos hablados al cierre de esta edición.Por qué lo hicieron La causa del asesinato de Hernando Baquero Borda no parecía ser otra distinta a la de su participación en calidad de funcionario de la Procuraduría, en el estudio y redacción de los primeros borradores que se hicieron del Tratado de Extradición. Bogotano, de 57 años, casado y con tres hijos, Baquero salió bachiller del Colegio Nicolás Esguerra y se graduó como abogado en el Externado de Colombia. Se especializó en derecho penal en las universidades de Roma y en la Nacional, de Bogotá. Durante 21 años fue funcionario de la Procuraduría hasta llegar al cargo de viceprocurador. El 21 de febrero del año pasado fue nombrado magistrado de la Corte Suprema de Justicia y desde esa posición participó en el estudio de las demandas sobre inconstitucionalidad del Tratado de Extradición, hasta que finalmente se declaró impedido por su labor en la redacción del Tratado. Además, como miembro de la Sala Penal, participó en el estudio de las peticiones de extradición y ultimamente estaba estudiando la situación jurídica de Gustavo Jácome en el caso de la narco-valija de la Embajada de Colombia en España. Aparte de sus actividades profesionales, su inquietud intelectual lo llevó a ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. Baquero se había salvado de los sangrientos episodios del Palacio de Justicia porque, por razones de salud, ese dia no había asistido a su despacho.Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre recto y disciplinado y como un juez inflexible que, por ejemplo, no admitía ningún tipo de publicidad a su labor ni transaba en sus convicciones, una de las cuales era su opinión favorable a la extradición de personas reclamadas por la justicia en otros países.Quiénes lo hicieron Si en la hoja de vida y en las convicciones personales de Baquero Borda podría encontrarse el motivo de su asesinato, también en esto se hallaban claros indicios sobre quiénes fueron los autores: la mafia del narcotráfico.La razón del crimen, de acuerdo con los investigadores, parecía desprenderse del convencimiento de que un acto de esta naturaleza podría poner fin a la ola de extradiciones de narcotraficantes hacia los Estados Unidos. O bien una retaliación por haberse ejecutado ya varias de ellas. En este sentido, las autoridades hablaron a SEMANA del surgimiento de un grupo alentado y patrocinado por narcotraficantes que, incluso, ya habría tomado nombre: el de Hernán Botero Moreno, por haber éste sido el primer colombiano extraditado hacia los Estados Unidos.A diferencia de lo sucedido en otras ocasiones, esta vez las demás opciones (grupo de extrema izquierda en plan de desestabilización, etc.) están prácticamente descartadas, a pesar de que en el curso de la semana se dieron otros hechos de violencia, esos sí con marcada motivación política.En efecto, el crimen de Baquero Borda fue el más grave pero no el único suceso violento de los últimos días: bombas urbanas (en Bogotá, ocho personas resultaron heridas por el estallido de petardos el mismo 31 de julio), tomas rurales (el EPL asaltó a Andes, en Antioquia, el viernes primero de agosto), asesinato de dirigentes de izquierda (tres lideres de la UP fueron muertos en los Llanos Orientales), planes siniestros (en Cali se descubrió un complot que aparentemente apuntaría al saboteo de la posesión de Virgilio Barco), fueron algunos de los hechos que alteraron el orden público en una semana violenta.El adiós Al final de la semana, el país estaba sumido en una sensación de zozobra. El asesinato del magistrado Baquero había golpeado de manera especial la sensibilidad de los colombianos porque cuando se pensaba que la rama judicial ya había recibido la estocada final en el asalto al Palacio de Justicia, quedaba claro que la persecución a muerte contra jueces y magistrados todavía no se acercaba a su fin.Por otra parte, en medio del repicar de campanas de la terminación del gobierno de Betancur, el asesinato del magistrado Baquero era una prueba más, que ya no necesitaba el país, de que la paz seguia siendo inmensamente esquiva.Pero como si lo anterior fuera poco, los indudables nexos existentes entre el crimen del magistrado y las redes del narcotráfico, confirmaban algo que ya todos los colombianos se temían, pero muy pocos se han atrevido a aceptar: que al final del cuatrienio de un gobierno que le declaró una guerra abierta y frontal a la mafia, hasta el punto de haberle ofrendado la vida de su ministro de Justicia, los narcotraficantes estaban no sólo enteros, sino envalentonados.Sólo algunos de los mandos medios y bajos de la mafia, habían caido por cuenta de la ofensiva gubernamental. Los altos, los grandes "capos", no sólo siguen vivitos y coleando, sino que además lograron rodearse de un muro comparable a los que rodean sus inmensas propiedades en distintas zonas del territorio nacional. Cuando se produjo el asesinato de Rodrigo Lara, la gente dijo en forma casi unánime que los narcotraficantes habían cometido un error fatal, pues no sólo habían dejado huellas muy claras de su participación, sino que "se habían echado el mundo encima". Por esto mismo, fueron muchas las personas que dudaron de la intervención de la mafia en el crimen, con el argumento de que "esos tipos no pueden ser tan brutos".Ahora, dos años después, no sólo la gente está convencida de que a Lara si lo mató la mafia, sino además, buena parte del sentimiento de incertidumbre e impotencia se debe a la impresión general de que, a pesar de ese crimen, los narcotraficantes manejan algunos de los hilos claves del poder. Y esto no sólo oscurece el epílogo del gobierno de Betancur, sino que complica aún más --si cabe-- las perspectivas del gobierno que estrena Virgilio Barco.