Parado frente al muro que divide a Estados Unidos y México, David Camargo* no pensó mucho. Cruzó la frontera con paso decidido y empezó a caminar en la búsqueda de un policía de migración ante el cual entregarse. A diferencia de los miles de personas que entran a la tierra del Tío Sam por el ‘hueco’, su experiencia no había sido negativa, ni traumática, lo que tampoco quiere decir que estuviera exenta de miedo durante las dos semanas que estuvo en suelo mexicano.
David no tenía un particular deseo de migrar, la oportunidad apareció en un momento en que se sentía estancado laboralmente. No había terminado sus estudios de contaduría y tuvo que empezar a trabajar porque a los 24 años se convirtió en padre y tenía que responder. A diferencia de otras personas que no son profesionales, consiguió un empleo estable en tiendas deportivas en Bogotá, en donde alcanzó el cargo de administrador. Sin embargo, por más que trabajaba diez horas diarias, sábados y domingos, el sueldo no le alcanzaba. Sentía que todo su esfuerzo no se veía recompensado. En ese momento, irrumpió la pandemia y, durante el confinamiento, se enteró del Título 8, que engloba las regulaciones migratorias en Estados Unidos, las cuales permiten que aquellos que cruzan la frontera puedan solicitar asilo político.
“Yo ni siquiera contemplaba irme, pero mi familia siempre hablaba de mi tío que estaba bien en la Florida y que me podría ayudar a trabajar. Un primo sí se quería ir, pero le daba miedo hacerlo solo, sobre todo por el paso por México. Le pregunté cuánto se necesitaba para hacer ese viaje y me dijo que entre 10 y 12 millones de pesos. Los conseguí y arrancamos”, dice David, hoy de 32 años y cuyo motor principal fue el deseo de darle una mejor calidad de vida a su hija.
Era julio de 2022 y la recomendación del coyote al que le pagaron 1.200 dólares por el viaje era llegar a Cancún, con pasaje de ida y vuelta, y reservaciones hoteleras, que mostraron a las autoridades migratorias mexicanas tan pronto aterrizaron. Al igual que David y su primo, numerosos connacionales hacen el mismo camino y eso es lo que ha llevado a que a muchos colombianos les pongan trabas en México. David ni siquiera se planteó intentar solicitar la visa estadounidense, simplemente se fue por México con la convicción de que estando allí llegaría a Florida a casa de su tío.
En Cancún se comportaron como cualquier turista: fueron a la playa y disfrutaron del hotel, esperando ser llamados por el coyote. Estuvieron cinco días y de allí tomaron un vuelo a Ciudad de México. Llegaron de nuevo a una especie de hotel, donde esperaron tres días para completar el grupo. Eran 20 y todos eran colombianos. De nuevo otro vuelo hasta Hermosillo, que está en el estado de Sonora, el cual colinda con Arizona. “Ese aeropuerto parece una terminal de buses, hay un puesto de migración y nos advirtieron que probablemente nos iban a parar a pedirnos plata, 50 o 100 dólares por cabeza. Ellos saben que nuestro destino es Estados Unidos y van seleccionando a dedo a quién pedirle. Nosotros nos dispersamos, no hablábamos para que no se nos notara el acento. Afortunadamente no nos pararon. Era un vuelo doméstico y no tocaba mostrar papeles, simplemente salimos, pero sí vimos cómo a unos peruanos les tocó pagar”, recuerda David.
El siguiente trayecto fue de seis horas en bus hasta Sonoyta, ciudad de Sonora que colinda con Lukeville (Arizona). Primero llegaron a un hotel y luego a un rancho que está cerca del muro fronterizo. Ahí el grupo de 20 esperaba a los coyotes, que en este caso, a diferencia de los que se conocen en las noticias, fueron cumplidos, no los robaron, ni los maltrataron. Tenían que esperar a que las puertas del muro se abrieran. En el momento adecuado llegaron con dos camionetas y los dejaron en la entrada, les dijeron que se bajaran y caminaran.
En la cárcel
Era mediodía, no duraron mucho tiempo caminando y David confiesa que se sentía aliviado al salir de México. Del otro lado había mucha seguridad y drones vigilando sus pasos. Los recogió una border patrol (patrulla fronteriza), sin maltratos y con español machacado les preguntó su nacionalidad. “Siempre nos dijeron que en Arizona eran más amables que en Texas y así fue. Nos ofrecieron agua y nos llevaron a un albergue, donde empieza un proceso de toma de huellas y fotos. Le abren un expediente a cada migrante y nos dan una manilla con un número”, rememora David y dice que en ese momento se dio cuenta de la cantidad de gente que estaba haciendo lo mismo que él. Se oyen muchos idiomas y se ven todas las razas.
Los trasladaron a una especie de galpón en donde caben entre 40 y 45 personas. Ahí deben entregar todas sus pertenencias, incluido el dinero y el celular. Les dan un uniforme y pasan a una cárcel migratoria. David se separa de su primo. En el reclusorio le dan tres comidas al día y pasa el tiempo jugando cartas, dominó y parqués, así como conociendo a los otros migrantes y esperando al funcionario a cargo de su caso.
“No es que uno esté encerrado, se puede mover por todo el espacio, hay televisión y los sábados nos dejaban sacar dinero del que habíamos traído, máximo 20 dólares, para comprar en las máquinas expendedoras”, explica David.
A esa cárcel migratoria llegó el 24 de julio y salió el 4 agosto. Le dieron un plazo de un año para empezar a tramitar el asilo político, que fue lo primero que hizo tras llegar a la casa de su tío, donde tres días después se reencontró con su primo. No tuvieron claro por qué a ellos sí los dejaron salir y a muchos de sus compañeros de travesía los deportaron; otros siguieron en las cárceles migratorias por tres o cuatro meses.
Migración histórica
Como David, 547.000 colombianos se fueron del país en 2022, la cifra más alta de la que se tenga registro. La segunda estadística más cercana fue la de 2023, cuando fueron 446.000, lo que indicaría que la pandemia y sus consecuencias como un elevado costo de vida, un dólar por encima de los 4.000 pesos y un crédito cada vez más caro, sumados a la incertidumbre de un cambio de Gobierno, impulsaron a más gente a migrar que la dura crisis de finales de los noventa, cuando se cayó el Upac, el país tuvo su primera contracción económica y el orden público era un completo caos.
En esa época, en los años 2000 y 2001, se fueron 282.000 personas en cada año y en promedio desde 1996 han sido 209.000 anuales, lo que ratifica a Colombia como un país expulsor de población.
Esa es una triste realidad, que aunque tiene su lado amable por las remesas que envían todos esos migrantes a sus familias, también evidencia un grave problema de pérdida de capital humano. “Numerosos estudios han demostrado que las personas que emigran de un país, y esto es no solo para Colombia, tienden a ser las mejores, con los mejores rendimientos académicos, las más arriesgadas para emprender, las más creativas. Eso es lo que estamos perdiendo y eso no es buena noticia”, asegura Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), quien hizo un estudio sobre el tema.
Ese es justo el caso del ingeniero químico Daniel Felipe Aguirre Romero. Él tiene 24 años y hace nueve meses decidió mudarse a Brisbane, Australia. Allí no ejerce su carrera por las restricciones laborales de su visa de estudiante. En la actualidad, trabaja en un hotel como asistente de limpieza y ocasionalmente realiza trasteos y hace entregas con Uber Eats.
Si bien no ha podido aprovechar lo que aprendió en la Universidad EAN en Bogotá, dice estar satisfecho por poder aprender inglés y por la mejora que ha percibido en su calidad de vida. “La vida en Australia no es como la imaginaba, y aunque disfruto sus beneficios, no siento conexión profunda con este país. Sin embargo, sus oportunidades laborales son muy buenas y en diversas áreas. Siempre hay trabajo disponible”, comenta.
Una situación similar vive la pareja de ingenieras industriales bogotanas Laura* y Catalina*, quienes hace dos años migraron a Adelaida, Australia. Allá una trabaja en hotelería y la otra en las tiendas Zara, no ejercen su profesión, pero se sienten muy satisfechas con el cambio. Su motivación para mudarse fue la limitada oferta laboral en Colombia, y creen que en Australia no solo ganan más, sino que han aprendido otras habilidades que las han vuelto mejores profesionales.
Los casos de David, Daniel Felipe, Laura y Catalina confirman las teorías del director del Cerac con respecto a por qué migran los colombianos. En primer lugar, están los factores de atracción de economías fuertes como la estadounidense, la australiana y otras desarrolladas a donde los nacionales pueden ingresar sin visa. Son economías que están andando bien, con niveles de crecimiento por encima de las expectativas, a pesar de las sombras de recesión. En segundo término, el peso colombiano, que pese a la corrección que tuvo el año pasado es una moneda aún muy devaluada si se le compara con los niveles anteriores a la pandemia, razón que hace muy rentable irse y enviar remesas a la familia. “Cualquier dólar, euro, dólar canadiense o, incluso, pesos mexicanos significa comprar muchísimo más aquí”, advierte.
Esa es una de las mayores satisfacciones de David, quien trabajando en limpieza con su tío en Daytona Beach (Florida) envía recursos que le permitieron cambiar a su hija de un colegio público a uno privado.
El tercer factor que motiva la migración, según Restrepo, es la situación económica en Colombia, que el año pasado casi ni creció (apenas 0,6 por ciento), con una elevada informalidad laboral y salarios que, si bien suben, se enfrentan a una elevada inflación que hace que, por ejemplo, cada vez sea más difícil tener un techo propio. “Además, hay factores estructurales: la calidad de vida en las ciudades, la dificultad para la movilidad social, la inequidad en oportunidades y la poca pertinencia del sistema educativo. A lo que se suma que se crean pocas empresas en Colombia”, precisa.
Otras causas
Restrepo considera que no es claro que la tensión social que se vive en Colombia, la polarización, la incertidumbre política, ni tampoco las reformas que se están discutiendo influyen hoy en la decisión de salir del país.
“Esa situación no creo que se le pueda atribuir ni a Duque ni a su mandato, ni a las protestas que vivió, ni a Petro, ni a sus propuestas de reformas, ni a la pugnacidad política que se ha vivido durante el actual Gobierno. Eso, si acaso, va a afectar la situación de migración en el futuro, porque si este año no comienza una recuperación rápida de la economía, vamos a continuar viendo que ese desbalance de oportunidades, de niveles de ingreso, de actividad económica con el exterior, va a seguir incentivando que colombianos sigan saliendo para quedarse fuera, así sea unos meses”, advierte.
David Camargo, en su paso por la cárcel migratoria y en los dos años que lleva en Estados Unidos, confirma que en efecto la mayoría de migrantes se van por la situación económica y por la falta de oportunidades, pero en su travesía por México y la frontera compartió con un señor del Meta que tenía varias carnicerías y un negocio muy próspero, porque además era dueño del ganado que sacrificaba, pero lo que lo hizo huir fue la situación de seguridad y la extorsión, que lamentablemente está al alza en el país.
Un problema de pertinencia
El director del Cerac insiste en que hasta que Colombia no brinde más posibilidades empresariales, educativas o una formación más pertinente, y cierre la brecha de acceso que existe para los jóvenes, la migración seguirá en aumento. “Son precisamente a ellos, a los jóvenes, a los que les cuesta más trabajo conseguir empleo y hasta que no corrijamos esos factores estructurales vamos a seguir perdiendo población”, enfatiza.
Eso es justamente lo que le pasó a la arquitecta Ángela Margarita Flórez, quien se trasladó a Estados Unidos, luego de tener que aceptar que sus posibilidades de encontrar un buen empleo en su campo en Colombia eran limitadas y temía quedarse estancada indefinidamente. Por ello, sentía que, si no aprovechaba la oportunidad de mudarse al extranjero luego de graduarse, la vida no le ofrecería otra oportunidad.
En Melbourne, Florida, donde vive actualmente, no trabaja a tiempo completo en arquitectura, ha tenido algunos trabajos ocasionales con empresas del sector, y mientras le sale algo definitivo ha desempeñado roles en la industria hotelera como mesera y niñera. Ha podido estar siempre ocupada porque cuando migró ya hablaba inglés.
Algo similar le pasó a Valeria Gómez* quien estaba estudiando Derecho en Colombia, pero no terminó la carrera porque no se sentía bien con ella y, mientras definía qué hacer, decidió irse como au pair a Estados Unidos.
Originalmente, planeaba quedarse solo un año, pero le gustó tanto que optó por extender su estadía. Siguió de niñera y finalmente decidió quedarse permanentemente, así implicara estar ilegal.
Actualmente, estudia y trabaja por su cuenta en Estados Unidos, a pesar de lo difícil que pueda ser. Nunca le faltó nada en Colombia, pero vivir en Estados Unidos le ha enseñado nuevas facetas de sí misma.
Giros millonarios
Pese a que una migración tan elevada como la colombiana genera desequilibrios demográficos, pues los que más se van son los jóvenes y afecta el mercado laboral por la pérdida de talentos, tiene un efecto positivo que cada vez es más marcado: las remesas.
Los colombianos se van en búsqueda de mejorar el nivel de vida, no solo el de ellos mismos, sino también el de sus familias. Por eso, religiosamente, les envían dinero, el cual no solo apalanca el consumo de millones de hogares, sino que también ayuda balancear los desequilibrios externos del país.
Así como cada año crece el número de migrantes, las remesas también vienen al alza y en 2023, por primera vez, superaron los 10.000 millones de dólares, unos 43,5 billones de pesos, casi la misma cantidad que gastó el Gobierno en defensa y policía el año pasado. Equivalen, además, al 2,8 por ciento del PIB.
Es una cifra millonaria, que al mismo tiempo se ubica como la segunda mayor generadora de divisas para el país, solo superada por los hidrocarburos, por cuyas exportaciones el año pasado entraron 15.610 millones de dólares.
Las remesas se han convertido en un bálsamo en momentos en que las exportaciones caen, el comercio internacional todavía no despega y la economía interna está en franca desaceleración.
Esos 10.091 millones de dólares que llegaron a manos de las familias colombianas en 2023 crecieron 7 por ciento respecto a los 9.428 millones de dólares que ingresaron en 2022, y han continuado esa tendencia en 2024, pues en enero crecieron 16 por ciento.
De acuerdo con la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) del Dane, el ingreso laboral, los créditos, las remesas y los subsidios son las principales fuentes de dinero para los colombianos. Las remesas se destinan a pagos de arriendos, alimentación, educación, vestuario y entretenimiento, ítems fundamentales en el gasto de las familias.
Cálculos de Corficolombiana indican que, en 2024, las remesas se mantendrán al alza en niveles cercanos a los 12.300 millones de dólares. En eso coinciden en el Banco de Bogotá, donde también esperan que este año sigan creciendo, así como aumentando su peso en la economía.
“Pese a que acá no son tan relevantes como en América Central y el Caribe, donde en Jamaica, Haití, Honduras y El Salvador llegan representar entre 20 y 23 por ciento del PIB, según información del Banco Mundial, las remesas se han convertido en un ingreso complementario sumamente importante para los colombianos”, precisan en el banco y agregan que, según la GEIH, en 2023 cerca de 9,6 millones de personas recibieron remesas en el país, lo que equivale a 18 por ciento de la población. A cada uno le giraron en promedio un poco menos de 90 dólares mensuales (hoy unos 378.000 pesos), lo que equivale a casi la tercera parte del salario mínimo vigente.
La hija de David Camargo es una de esas receptoras y por ella y su bienestar es que él está convencido de que todo su esfuerzo ha valido la pena.
*Nombres cambiados por solicitud de los entrevistados.