No hay mal que por bien no venga” es el refrán que mejor ilustra la trayectoria de Gremca, una empresa que nació hace 45 años, pero que hace 30 vivió una de sus peores crisis, que a su vez se convirtió en un punto de inflexión y que hoy la ubica entre las más grandes del sector palmero.
Óscar Cifuentes, su gerente general, explica que el primer dueño de la empresa fue el Grupo Grancolombiano, a principios de los años ochenta, pero este la vendió y al nuevo dueño le explotó la crisis, la cual fue producto del inicio de la apertura económica, combinada con la difícil situación social de los municipios de El Copey (Cesar) y Algarrobo (Magdalena), donde opera la compañía. “Era una época de violencia y de dificultades económicas. A eso se sumaba un sindicato fuerte y beligerante. Además, estaba la presión de un frente guerrillero. El tema se volvió inmanejable. Se contempló incluso la liquidación”, explica el ejecutivo y dice que la solución para algunos fue empezar a llevarse tractores o llantas para conseguir alguna ‘indemnización’.
Sin embargo, esa misma desesperanza fue la que originó una solución. “En el sindicato se dieron cuenta de que la lucha laboral no tenía sentido si no había empresa; los dueños de las fincas que proveían a la compañía también requerían que siguiera operando y los dueños tenían que buscar una solución para obtener liquidez”, explica Cifuentes.
Pese a la desconfianza que había entre las partes, todos decidieron aportar para que Gremca no muriera. El sindicato cedió a las prebendas laborales que había conseguido, y en contraprestación les dieron acciones de la compañía a los trabajadores, que se fueron valorizando a medida que la empresa se recuperaba. También adquirieron dos puestos en la junta directiva.
Los dueños, por su parte, tomaron créditos para poder seguir operativos y las fincas que les proveían el fruto de la palma también se asociaron.
Las negociaciones tardaron unos tres años e implicaron cambiar de roles, los trabajadores pasaron a ser accionistas y, como tales, debían apropiarse de la empresa, entender su situación y participar en la toma de decisiones. “Desde entonces, todo en Gremca se define por consenso”, precisa Cifuentes.
Añade que a diferencia de otros procesos de asociatividad que se han dado en su sector, como el de Indupalma, en su caso todos los 350 trabajadores están sindicalizados y son dueños del 20 por ciento de la compañía, mientras que en el otro modelo se incentivó la creación de cooperativas.
“Son trabajadores que reciben sus salarios y beneficios laborales de ley, pero también dividendos cuando a la empresa le va bien; además, al jubilarse se les recompran sus acciones, lo que les da un dinero extra para su pensión. Esas acciones luego se entregan a los nuevos empleados”, aclara Cifuentes.
Ramón Durán Castellar, presidente de Sintraproaceites, recuerda que no fue fácil convencer a las bases del sindicato para que dejaran de ver al patrón como a un enemigo. “Fue una transición dura, pero hubo dos pilares para lograrlo: voluntad de las partes y construcción de confianza. Empezamos a cambiar ese paradigma de que los sindicatos acaban empresas y los patronos acababan sindicatos”, indica y subraya los buenos resultados que han tenido en los últimos 30 años. Aclara que son trabajadores accionistas y no solo accionistas, por eso siguen en pie de lucha y no cree que el suyo sea un sindicato patronalista. Recuerda que eran un sindicato muy beligerante y cuando paraban, detenía a toda la región, pero que ahora, gracias al modelo que han implementado, se dieron cuenta de que no hay necesidad de utilizar medios de represión, pues estos deben estar destinados a las empresas que les incumplen a sus trabajadores, y ese no es el caso de Gremca.
Hoy la compañía se destaca en su sector al ser la primera en el mundo certificada para la venta de biocombustibles destinados a la aviación, lo que genera grandes expectativas en las aerolíneas y representa una oportunidad para toda la industria nacional de la palma de aceite.
Esta compañía exporta el 50 por ciento de su producción a Estados Unidos y a Europa, pero como todas las palmeras, está afectada por la enfermedad de la pudrición del cogollo, la cual ha afectado su eficiencia. Como resultado, el año pasado vendieron 143.213 millones de pesos, 33,5 por ciento menos que en 2022. “Por la enfermedad, pasamos de procesar 185.000 toneladas de fruta en 2022 a 150.000 en 2023 y este año bajaremos a 120.000, pues es un problema progresivo, que tan solo en Magdalena ha devastado casi 15.000 hectáreas”, aclara Cifuentes, al tiempo que está convencido de que con su modelo de asociación con trabajadores y proveedores pueden darle la vuelta a esta situación.
Para eso están en un proceso de renovación de cultivos, pero también piensa que es una oportunidad para trabajar de la mano con el Gobierno, mediante créditos blandos y de fomento. Esto porque les ha tocado frenar la recompra de acciones a los trabajadores que van saliendo, dado que la prioridad de la caja está en la renovación.
“Estamos convencidos de que este modelo agrega valor y genera realmente cohesión social”, reiteran Cifuentes y Durán, al insistir en su pedido de financiación al Gobierno.
Una muestra más de que las crisis son oportunidades, en especial en el agro, que es actualmente uno de los sectores que está sacando la cara en materia de crecimiento.