Acaba de estallar un nuevo escándalo que tiene en vilo a más de 4.000 personas –naturales y jurídicas– que temen por el dinero que invirtieron bajo la promesa de recibir una alta rentabilidad. La directa responsable de este lío es la sociedad Estrategia de Valores –Estraval– constituida en Bogotá hace 16 años para dedicarse a la compraventa de libranzas.Curiosamente, no se trata de una entidad financiera, sino de una sociedad comercial. En total, su operación de pagarés-libranza ascendía a 500.000 millones de pesos, de los cuales 200.000 millones podrían estar en riesgo, pero esto aún no se sabe.La semana pasada, la Superintendencia de Sociedades, que vigila a las empresas no financieras, ordenó liquidar a Estraval, tras considerar que “no se advierten elementos concretos y convincentes que permitan concluir que la sociedad cuenta, en la actualidad, con la posibilidad real de satisfacer las obligaciones adquiridas con sus principales acreedores (inversionistas en los pagarés-libranza), ni de honrar sus demás pasivos”. La medida también cobija a tres firmas vinculadas al mismo grupo: Técnicas Financieras, Estrategias de Liquidez y Estradinámicas.Como suele suceder en estos casos, hay damnificados de toda naturaleza. Desde ciudadanos de a pie que invirtieron 20 y 30 millones de pesos en busca de mejores rendimientos, hasta inversionistas institucionales, como entidades financieras y fondos de inversión que tienen comprometidas sumas cuantiosas. SEMANA conoció el caso de una señora de la tercera edad que invirtió en libranzas 400 millones de pesos, todo su patrimonio. También el de un ingeniero que decidió recoger el dinero que tenía invertido en el sistema financiero, unos 300 millones de pesos, descontento por las bajas tasas de interés, y prefirió ponerlo en pagarés-libranza. También está el caso de una familia que puso 3.000 millones de pesos en este negocio.Como es natural, los afectados están desolados. Desde marzo, la superintendencia venía recibiendo múltiples quejas por incumplimiento en los pagos. Radicó una de ellas la Compañía de Financiamiento, Giros y Finanzas, que había adquirido pagarés-libranza de Estraval en una suma que superaría los 4.000 millones de pesos.Cómo se reventó la cadenaAntes de mirar las causas que llevaron a esta quiebra, vale la pena recordar que la libranza es una figura muy utilizada por los bancos para otorgar crédito a los empleados. El recaudo de las cuotas es muy seguro porque el deudor autoriza que se le descuente de su nómina una suma determinada cada mes o quincena, y, a su turno, el empleador se compromete a entregarle directamente al establecimiento de crédito dicho dinero.Se estima que las libranzas en manos de entidades financieras ascienden a unos 35 billones de pesos. Pero los bancos no son los únicos jugadores. Cooperativas multiactivas y otras sociedades también pueden ofrecer créditos de libranza. Con su propio capital prestan, principalmente a trabajadores del sector público o pensionados y venden los pagarés que respaldan la deuda -como si fuera un título valor- a inversionistas que obtienen a cambio rendimientos muy jugosos.Estraval, el protagonista de esta historia, reconocía tasas entre el 16 y el 19 por ciento, lo que hacía muy atractivo este producto, pues en el mercado las tasas son muy bajas. Un CDT está en alrededor del 7 por ciento o un fondo de inversión reconoce un escaso 5 o 6 por ciento.La firma trabajaba con varias cooperativas originadoras de créditos, que ofrecen en las entidades préstamos contra el salario. Sin embargo, la misma Estraval colocaba créditos de libranza para igualmente ofrecer los pagarés a sus clientes (ver esquema). Una de las empresas vinculadas realizaba los estudios de crédito y Estraval se hacía responsable ante los inversionistas, en caso de incumplimiento de los deudores. Es decir, garantizaba la rentabilidad y el capital. Pero este tipo de crédito no está exento de riesgo. Pueden darse situaciones que conduzcan a la mora del recaudo debido a embargos del empleado, despidos, licencias, o cualquier otro tipo de falla operativa.Aunque todavía no se sabe a ciencia cierta qué falló en este caso, hay toda clase de versiones. Carlos Darío Barrera, abogado de Estraval, le dijo a SEMANA que el punto de quiebre comenzó a presentarse cuando muchos de los créditos de libranza entraron en mora. La razón, según el apoderado, es que “en una proporción gigantesca, los deudores se autoembargaron” y dejaron de pagar sus obligaciones. También afirma que desde que la ley permitió prepagar las deudas de libranza, el negocio se descuadró. En estos casos, a la empresa le tocaba cubrir el descalce con su capital, hasta que este se acabó.Pero en el mercado circulan otras versiones. Hay quienes señalan muchas fallas en la forma como opera este negocio, tanto por parte de las cooperativas como de las otras sociedades incluida, por supuesto, Estraval.A pesar de que estos créditos de libranza cobran las tasas más altas del mercado (la mayoría al límite de usura), lo que significa que trabajan con un gran margen, sus costos también son muy elevados. Por ejemplo, por lo general pagan comisiones del 4 por ciento a quienes colocan cartera y reconocen un 19 por ciento a la fuerza comercial que vende pagarés o atrae inversionistas. Es vox populi en el mercado que muchos corredores de bolsa se retiran de las firmas tradicionales para irse a trabajar con libranzas por las jugosas comisiones. En fin, como los costos totales son muy altos el problema llega cuando el deudor no paga y hay que cumplirle al inversionista. “Se va creando una bola de nieve que los lleva a vender más pagarés para sostener la operación”, dijo un conocedor del sector.Y entonces aparecen los problemas más graves, pues se pasa la línea de lo legal, como ocurrió con una cooperativa en Barranquilla que vendía pagarés-libranza a firmas comisionistas de bolsa. Los clientes prepagaron muchos de los créditos negociados, representados en pagarés, y la cooperativa no los retiró del mercado y, por el contrario, siguió negociándolos, lo que claramente constituye una estafa. La firma comisionista incurrió en una pérdida millonaria.En el caso de Estraval, el liquidador Luis Fernando Alvarado no ha encontrado hechos de esta naturaleza, pero sostiene que su deber es informar a las autoridades si llega a detectar actuaciones fuera de la ley.Vacíos en la leyMuchos creen que los problemas que se vienen presentando con las libranzas son consecuencia del vacío de la legislación. En la práctica, nadie ejerce un verdadero control sobre las cooperativas y sociedades metidas en este negocio. La Supersociedades vigila lo que tiene que ver con el régimen societario y no la relación de las empresas con sus clientes. Aunque desde junio del año pasado sometió a control a Estraval y desde allí tomó diversas decisiones administrativas y judiciales, el alcance de su función no va hasta una vigilancia preventiva.La Superfinanciera dice que como no se trata de instituciones financieras, se escapan de su competencia. La entidad envió una circular a sus vigilados para advertir y reforzar las reglas que deben observar cuando adquieren cartera de créditos a originadores no vigilados por ésta.Por su parte, la Superintendencia de Economía Solidaria, que tiene otra gran responsabilidad porque muchas cooperativas multiactivas están en este negocio, no se pronuncia al respecto, pero para el mercado es claro que ejerce una vigilancia muy débil.Lo cierto es que el tema es muy polémico, pues hay quienes consideran que este negocio de compraventa de libranzas está en el límite de la intermediación financiera. Otros creen que al manejar instrumentos masivos de inversión, como se hace con los pagarés-libranza, la actividad se convierte en un negocio financiero y debería estar en la órbita de la Superfinanciera.En el fondo, esto hace parte del debate mundial sobre las entidades que parecen financieras, pero no lo son. “Si parece un pato, nada como pato y grazna como pato, entonces es un pato”, dice un artículo del FMI en el que se aborda el tema de la banca en la sombra. Colombia, después de los últimos escándalos, está en mora de resolver estos vacíos legales para evitar que ocurra una debacle de mayores consecuencias.