El panorama sigue siendo muy crítico. Todos los días aumenta el número de contagiados y fallecidos por cuenta del covid-19. Este jueves, según cifras de la OMS, el mundo llegó a 1‘000.000 de contagiados y los muertos superaron los 53.000, cifras que cambian cada hora y que tienen un impacto profundo en la economía mundial. La OMS advirtió que llegar a esta cifra de casos conlleva el riesgo de que el fenómeno se salga de control por el nivel exponencial de transmisión de la enfermedad. Ante el hecho, los gobiernos han optado por medidas drásticas: encerrar a su población, porque la única manera de impedir el contagio es con el confinamiento preventivo. Los países que no lo han hecho de esta manera han visto las consecuencias. En Italia, España, Francia y Estados Unidos el virus se esparció sin límite alguno.

El dilema se expresa así: o paramos la economía o aceptamos un nivel de decesos por cuenta de la nueva enfermedad. Es claro que la mayoría ha optado por afectar sus economías que ante la parada súbita (un término que se refería inicialmente al flujo de capitales y ahora muestra llevar la actividad económica prácticamente a cero en muchos sectores) ha puesto a la humanidad ante una realidad: por lo menos de manera temporal, todos los términos de lo que conocemos como economía tradicional han quedado suspendidos. La gente no tiene ninguna posibilidad de agregar valor por ninguna vía: salarios, ventas y en general muchos precios de la economía tradicional no tienen ninguna aplicación hoy porque la gente no puede transformar nada ni ofrecer ningún servicio. Están condenados a, por lo menos, un periodo de tres meses de total improductividad. El resultado será una buena cantidad de personas que no tienen cómo llevar dinero a sus bolsillos. Por eso, esta crisis tiene un rasgo muy particular, si bien los síntomas se expresan en términos macroeconómicos (déficit fiscal y déficit externo, caída del PIB) el problema real es micro, es decir, con qué va a pagar su subsistencia al menos el 40 % de la población mundial que hoy está confinada.

La ONU lanzó una propuesta para llevar 2,5 billones (millones de millones) de dólares con ayudas directas a los países en desarrollo. La mayor parte de estos recursos se expresan como una condonación de deudas, lo que liberaría flujo de caja de los gobiernos para repartir entre sus ciudadanos, y lo demás sería dinero contante y sonante para distribuir. Aquí es donde el problema se vuelve más complejo porque hay una paradoja: los más vulnerables frente a la parada súbita de la economía no son necesariamente los más pobres, el golpe más duro va a ser para la clase media, que ante un cierre repentino de sus ingresos, puede caer fácilmente de nuevo en la pobreza. De hecho, por lo menos en el caso de muchos países latinoamericanos, las redes de protección social como Familias en Acción (en Colombia) son un colchón para las clases de menos ingresos. Estos programas han sido fortalecidos por los gobiernos y por eso van a entregar más recursos a las familias. La clase media enfrenta el problema de flujo de caja más inmediato, pero las bases de datos que hay sobre este segmento de la población no revelan necesariamente sus necesidades directas. Por ejemplo, la información crediticia no dice si las personas tienen contratos laborales y la base de datos de la seguridad social no revela el nivel de endeudamiento de los ciudadanos, así que asignar los recursos será una de las más difíciles tareas. ¿Quién realmente necesita esa plata? ¿Cómo reconocer a alguien que no perdió su empleo o alguien que mantiene sus ingresos? Tal vez la salida sea acudir al concepto que uno de los más heterodoxos economistas, Milton Friedman, acuñó como "el dinero helicóptero". Se trata de una metáfora con la que Friedman procuró abordar el problema de cuánto dinero necesita una economía para funcionar en condiciones de normalidad: ¿qué pasaría si, simplemente, para asignar los recursos, las autoridades llenaban un helicóptero de dinero y lo regaban por las distintas regiones de un país? En pocas palabras, ¿qué pasaría si, simplemente, las autoridades (los bancos centrales y los gobiernos) se deciden a imprimir y regalar billetes, sin ningún respaldo en la realidad económica?

El temor de los heterodoxos era que esto afectaría los precios, pero en una circunstancia extraordinaria como la de estos meses, es posible concluir que la gente va a utilizar estos recursos en alimentos y otras necesidades básicas. El mundo entró en una etapa en la que todos los términos que definían lo económico han quedado suspendidos. Es claro que en muchos países, y durante el tiempo que demore el confinamiento, los aparatos productivos van a estar concentrados en satisfacer las necesidades más básicas: alimentos y salud. Así que para el resto de la economía se inició una especie de limbo. Para enfrentar esa situación va a ser necesaria mucha inteligencia micro: entregar sabiamente el dinero a los que lo necesitan, para que puedan destinarlo a sobrevivir. Ese es el tamaño del problema que está enfrentando el mundo. Es probable que la manera de enfrentarlo sea regalando plata a los que de verdad lo necesitan.