Resulta difícil imaginar que una compañía que en los años noventa era la mayor productora de fibra algodonera en el país, con dominio del 97 por ciento del mercado local y exportaciones a Brasil y Venezuela, terminara en bancarrota. Más sorprendente aún es que, a la salida de esa especie de pantano en el que queda atrapada una empresa cuando tiene que acudir a la ley de reestructuración de pasivos, su nueva apariencia sea la de un cisne con las alas más fortalecidas. Y lo mejor: se salvó gracias a la decisión de mirar hacia la basura.
Ese es el resumen de lo que sucedió con Enka de Colombia, la compañía que duró casi 20 años operando bajo la Ley 550, o ley de quiebras, después de haber reinado en el mercado colombiano e internacional desde 1964. La fundó en el país el grupo holandés AkzoNobel, de la mano de empresas textileras nacionales que buscaban fabricar y comercializar resinas y fibras sintéticas para la industria de las confecciones.Cuando todo parecía andar sobre ruedas para la que estaba entre las diez compañías más grandes de Colombia, en los libros de contabilidad empezó a verse el efecto de la correría que emprendieron por el mundo los tigres asiáticos (Corea, Hong Kong, Singapur y Taiwán), que se devoraban el mercado de las confecciones con precios irrisorios.“
Al precio que nosotros conseguíamos las materias primas, ellos vendían el producto final”, recuerda Álvaro Hincapié Vélez, presidente de Enka, en diálogo con SEMANA.
Empezaron así a acumular deudas. El momento crítico se produjo en 2002 cuando se diseñó el plan de reestructuración, pues las acreencias ascendían a 320.000 millones de pesos y eso era lo que escasamente reunían con las ventas. “El ebitda era negativo, no se generaba valor para la compañía”.
Uno de los tragos más amargos lo pasaron en el momento previo a la firma de la reestructuración. La banca extranjera era incrédula. “No salen”, decían. Ya el mundo estaba enfocado en el control del mercado que habían logrado los tigres asiáticos, principalmente en el sector textil del que dependía Enka.
Algunos acreedores se mostraban reacios a aceptar los acuerdos para posponer los pagos que la empresa les tenía pendientes. “Ni en 700 años salen del acuerdo de reestructuración”, eran algunas de las voces de pesimismo que escuchaba Hincapié.
Justamente, algunas de esas expresiones fueron las que prendieron el bombillo de los que se encargaban en ese momento de pensar en la manera de salir del túnel. “No salimos si nos quedamos haciendo lo mismo”, concluyeron. Y a partir de allí empezaron los cambios audaces que ahora llevan a Enka de Colombia a cerrar la página, después de casi dos décadas de reestructuración, con un endeudamiento neto cercano al cero y lista para invertir los rendimientos financieros que genera.
El camino no fue fácil. Cuando estaban ahogados en deudas, “algo ordinario se convirtió en extraordinario”. Esa frase, que ahora se ve con frecuencia debajo del nombre de la marca, se empezó a repetir como un mantra desde que incursionaron en terrenos impensables para una empresa de textiles en esa época: el reciclaje PET y la economía circular.
Con el duelo de dejar atrás lo que fue su origen, se deshicieron del negocio con el cual nació la empresa, el de los insumos para el sector textil. Así, en vez de producir bienes básicos para que fueran utilizados como materia prima a fin de elaborar otros bienes para la industria textil, decidieron concentrarse en productos de alto valor agregado y con la mira en la diversificación.
“Empezamos a hablar de economía circular cuando en Colombia ni siquiera se sabía qué era eso. Desinvertimos en negocios poco rentables y de alto riesgo para nosotros, como el del sector textil en commodities. Esos recursos los necesitábamos para los nuevos planes”. Dispusieron así de 160 millones de dólares para adquirir maquinaria de última tecnología, y con eso pudieron desarrollar los productos más especializados y avanzar en la apertura de nuevos mercados.
Con un poco más de oxígeno financiero, llegó 2007, y el reciclaje aún no formaba parte del boom ambiental en el país; pero ellos se lanzaron al agua. El mundo se empezaba a cuestionar por el alto consumo de derivados del petróleo que se requería para fabricar gran parte de los productos usados por la humanidad: telas, plástico, llantas, fertilizantes. Todo eso, en un momento en el que ya se hablaba de transición energética para ir dejando atrás los combustibles fósiles. Enka tenía una ventaja. Conocía la técnica para elaborar los productos vírgenes que se hacen a partir de derivados del petróleo, pero ahora los iba a producir con base en materias primas recicladas.
Fue así como en 2009 arrancaron con el reciclaje de botellas PET. Montaron una planta que las procesa y las convierte en fibras (hilos) para atender el mercado de geotextiles, es decir, las telas negras que se utilizan al pavimentar las vías. Eso se realiza con botellas verdes y ámbar. Con esas mismas fibras elaboradas a partir de botellas, Enka incursionó en el mercado de la ropa de hogar.
“Hoy la mitad de lo que producimos en esa planta se exporta. Son productos de alto valor agregado”.
Además, se convirtieron en el productor clave de hilos y lona para llantas de América, donde participan con el 60 por ciento del abastecimiento, desde Estados Unidos hasta la Patagonia.
En la memoria de Hincapié está el paso a paso de la transformación de Enka. En 2014 salió a la luz otra planta, la que transforma las botellas en materia prima para –de nuevo– hacer botellas, con lo cual agregaron a su portafolio de clientes a las principales embotelladoras, tanto locales como internacionales.
De la reestructuración, cuando tuvieron que apretarse el cinturón hasta casi no poder respirar, aprendieron a aprovechar todo lo que comúnmente se deja en la caneca del desperdicio. Si reciclaban el plástico de las botellas, les quedaban las tapas y etiquetas, con las cuales nació un nuevo negocio luego de instalar una planta para su procesamiento. “De las tapas y etiquetas sacamos resina de polietileno y polipropileno”.
Para entonces, otro hito había ocurrido en 2007. Luego de recorrer algún trecho en la reestructuración empresarial y con un nuevo modelo de negocios más convincente, se enlistaron en la Bolsa de Valores de Colombia. “Decidimos capitalizar las deudas, los acreedores se volvieron accionistas, lo que permitió cubrir el 70 por ciento de las obligaciones que había cuando empezó el proceso de Ley 550”.
La emblemática Enka, después de casi 20 años, pasó a ser la compañía con la mayor red de captación de reciclaje PET en el país. Está presente en 900 municipios, en los que recoge 3 millones de botellas al día, cifra que duplicará a 6 millones diarios una vez inaugure la cuarta planta, ya en construcción y que será puesta en funcionamiento en diciembre. “Con la nueva planta vamos a requerir de 21.000 recicladores, a los que les van a llegar más de 200.000 millones de pesos en ingresos por la compra de las botellas”.
La reestructuración fue casi hacer un borrón y cuenta nueva, pues el 85 por ciento de los productos que ahora fabrica Enka no los elaboraban hace 20 años cuando empezó a navegar bajo las reglas de la ley de insolvencia. Un 54 por ciento de su producción utiliza materia prima reciclada, y esa cifra subirá al 70 por ciento con la entrada en operación de la cuarta planta.
Lo que produce la compañía colombiana se halla en los filamentos de poliéster y nailon de los vestidos de baño de algunas marcas reconocidas o en la lona de las llantas que ruedan por las vías colombianas. Hasta en las camisetas de la selección Colombia hay hilos fabricados con botellas recicladas. La huella de Enka ya es imborrable.