Hoy, más que nunca, la atención económica del mundo está puesta en Estados Unidos. Las decisiones que tome la Reserva Federal se están convirtiendo en el manual de texto de los demás bancos centrales en el mundo para subir las tasas y atajar la inflación que está desbordada en el planeta. Las cifras del comportamiento de su economía son el termómetro de la dinámica en la actividad económica global y determinan señales para prever el crecimiento o la contracción que podría llegar.
Sin embargo, la claridad en ocasiones no es plena. La expectativa de los últimos días estuvo concentrada en el resultado del segundo trimestre de este año. En ese periodo, la economía de Estados Unidos registró una contracción de 0,9 por ciento. Entre enero y marzo ya había registrado un crecimiento negativo de 1,6 por ciento.
En ese orden de ideas, y tras dos trimestres consecutivos en negativo, la economía de Estados Unidos podría estar en el marco de la definición técnica de recesión. Sin embargo, el debate está encendido porque hay quienes argumentan que sí lo está, mientras que para otros, los dos periodos de contracción consecutivos no son suficientes. Por ejemplo, el mismo presidente Joe Biden lo ha descartado por factores como la dinámica laboral, pues el desempleo está en poco más de 3 por ciento.
Por ahora, mientras el debate semántico e interpretativo se mantiene, se está a la espera del pronunciamiento de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas (NBER, por sus siglas en inglés), autoridad para definir si el país está o no en recesión.
La caída en el segundo trimestre se debió a una amplia gama de factores, que incluyen disminuciones en los inventarios, la inversión residencial y no residencial y el gasto público. Aunque no hay una confirmación, con esta situación el fantasma de la recesión vuelve a aparecer. La inflación sigue cerca al 9 por ciento y la Reserva Federal ya aumentó las tasas de interés al rango de 2,25 y 2,50 por ciento, ante una inflación que ya va en 9,1 por ciento anual a junio, la más alta de los últimos 40 años.
La pregunta es si Estados Unidos logrará hacer un aterrizaje suave de su economía o será, por el contrario, traumático y difícil.
La discusión
Para quienes argumentan que Estados Unidos aún no está en recesión, explican que el mecanismo de confirmación o no de esta situación es una metodología que se viene implementando desde hace cerca de un siglo y no se basa en el criterio de los dos trimestres negativos, sino en una cantidad de indicadores como el crecimiento de las ventas, de la producción industrial, del empleo, cuántos de los sectores en la economía crecen y cuántos no, en ejercicios mensuales y no en un criterio trimestral. Es decir, como señala Andrés Langebaek, director de estudios económicos del Grupo Bolívar, “es más refinado, en el sentido de que les permite analizar en forma muy detallada, mes a mes, qué es lo que pasa. Hay que esperar a que la oficina dé su opinión”.
Ahora bien, más allá de la discusión semántica y el tecnicismo, la cifra de empleo ha sido favorable. Hasta junio, no se había perdido empleo, ni ganado nuevos puestos de trabajo. Además, durante la pandemia muchas personas decidieron no trabajar y recibir las transferencias monetarias, lo que se ha reflejado en una caída en la tasa de participación laboral. Pero en la medida en que las ayudas lleguen a su final, el mercado laboral tendrá que normalizarse. A eso se sumó una política más restrictiva en materia migratoria, que venía del Gobierno Trump, con una menor llegada de migrantes ilegales, generando presión sobre el trabajo.
Otros, como Diego Camacho, economista sénior de Credicorp Capital, consideran que Estados Unidos sí está en recesión, pues su definición técnica es que son dos trimestres consecutivos con variación negativa, “pero acá aparecen análisis de segundo y tercer orden”, dice.
Para Camacho, también influye el momento político. Hablar de recesión a pocos meses de unas elecciones para el Congreso, donde el partido de Gobierno –el Demócrata– puede perder el control de la Cámara de Representantes, no es conveniente. Además, la favorabilidad del presidente Joe Biden, también demócrata, está en mínimos históricos no solo de su mandato, sino frente a otros gobiernos.
Ha tenido que enfrentar la mayor inflación en décadas, con precios altos de los combustibles, situación que normalmente castigan los votantes, y un manejo complejo de las relaciones exteriores frente a la invasión de Rusia a Ucrania y, como lo han calificado los chinos, las provocaciones al gigante asiático por la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, avivando el conflicto histórico que existe entre esa isla y China.
¿Qué tan profunda será?
Más allá de la discusión sobre si Estados Unidos está o no en recesión, lo que está claro es que hay crecimientos negativos y, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, este año podría crecer entre 2 y 3 por ciento. Sin embargo, con los datos de los dos primeros trimestres, los cálculos se estrechan más. Langebaek no cree que el país pueda remontar las cifras del primer semestre y, en el mejor de los casos, considera que llegaría a 1 por ciento, pero con más tendencia a cero.
De hecho, hay ya señales de alerta. Por un lado, por ejemplo, en el consumo de los hogares, que el último trimestre del año pasado creció 1,7 por ciento anualizado, para el segundo trimestre de este año fue de 0,7 por ciento; mientras que la inversión pasó de crecer 7 por ciento entre octubre y diciembre de 2021 a contraerse 2,4 por ciento en los meses de abril, mayo y junio de este año.
Además, hay un pulso importante en el mercado laboral, relacionado con las solicitudes iniciales de desempleo, y es la petición de subsidios por unos meses para quienes han perdido su empleo y, al parecer, están en ascenso. Y el mayor valor del dólar hace que los productos estadounidenses pierdan competitividad en los mercados extranjeros.
La pandemia cambió la dinámica en el crecimiento, no solo por el impacto que tuvo en la economía, sino por los efectos posteriores que generó. El PIB de Estados Unidos venía creciendo de manera importante y estaba por encima del crecimiento de largo plazo. Para algunos analistas, estas variaciones negativas que se están registrando son movimientos de ajuste, que algunos llaman “saludables”, hacia la tendencia de largo plazo.
Sin embargo, no todos creen que esta sea una explicación. Para Camacho, el crecimiento que registró Estados Unidos, que desarrolló el nivel de producción interno bruto, venía impulsado por un gasto federal importante. “Es decir, endeudarse, tomar prestado el futuro para entregar unos cheques en el presente. Y de ahí es donde viene buena parte de la inflación que estaríamos registrando. Y más complejo que eso, es que ese crecimiento es, básicamente, como vimos el año anterior, como prosperidad al debe. En este momento lo que está haciendo la Reserva Federal es cortar las fuentes de fondeo de esa prosperidad al debe, y eso puede desencadenar un tipo de contracción mucho más profunda de lo que hemos visto hasta el momento”, explica Camacho.
Con una contracción en el consumo, en la inversión, en el ahorro, se va a sentir con más fuerza el aumento en las tasas que viene haciendo la FED, “y va a terminar golpeando el crecimiento. Por eso hay un riesgo importante de que, en la lucha contra la inflación, Estados Unidos entre a una recesión en todo el sentido de la palabra, que es más allá de la discusión de si es técnica o no. Se viene registrando un deterioro que aún no incorpora la subida de tasas”, señala Camacho.
Apenas se está viendo la punta del iceberg, la gran duda es qué tan intensa puede ser la recesión que puede registrar Estados Unidos, más aún cuando para algunos se está generando un escenario de estanflación: crecimiento limitado, pero alta inflación. En ese contexto, hay dos escenarios. Uno, que se trate de una recesión profunda, con un incremento en las tasas de desempleo, ocasionando un deterioro del comercio mundial y una mayor percepción de riesgo global.
Y dos, como explicó en una entrevista a SEMANA Leonardo Villar, gerente del Banco de la República, podría ser una recesión sin una caída enorme en la actividad económica o sin un aumento alto en las tasas de desempleo. “Lo que se está pensando es que de niveles de actividad extraordinariamente altos que registra Estados Unidos con la recuperación que tuvo, se mantenga en niveles parecidos o ligeramente menores en los siguientes dos trimestres, y eso se configuraría como una recesión, que paradójicamente se daría con niveles de actividad altos. Ese sería un escenario de aterrizaje suave, que podría ser muy benéfico para las economías emergentes”, explica.
Paradójicamente, esta situación conduciría a que la inflación global se modere, al igual que las presiones que están recibiendo países como Colombia. Eso haría más fácil el manejo monetario de los bancos centrales y conduciría a un cauce más normal de la economía. Como coinciden distintos analistas, la recesión es la cura para la inflación.
Pero no solo es Estados Unidos. Morgan Stanley prevé que la zona euro entrará en recesión a finales de este año por el impacto que ha tenido la guerra entre Rusia y Ucrania en su economía y suministro de energía. Además, aunque China ha venido recuperando espacio en el crecimiento económico, las amenazas por su estrategia para enfrentar la covid, con drásticos aislamientos y restricciones que paralizan las producciones y afectan los procesos logísticos, despiertan alertas permanentes.
¿Y Colombia?
Colombia tiene una particularidad en este momento. Por la guerra entre Rusia y Ucrania, los precios de los commodities crecieron –aunque algunos se han moderado, como el petróleo, pero con cotizaciones muy cercanas a 100 dólares por barril.
Sin embargo, precisamente uno de los commodities más sensibles al ciclo económico global es el petróleo. Con una recesión en Estados Unidos habrá menor demanda de combustible, presionando el precio a la baja. ¿Hasta dónde? Dependerá de muchos factores, pero muy relacionados con el tiempo: cuánto durará una posible recesión de Estados Unidos y cuándo se definirá el fin del conflicto entre Rusia y Ucrania, que, a pesar de la desaceleración en la economía global, le ha puesto un piso al precio, que aunque ha disminuido no se ha derrumbado.
El otro canal por el que Colombia se puede afectar es por las remesas. El envío de dinero de los trabajadores colombianos que viven fuera del país ha sido dinámico. En el primer semestre de este año esos recursos superaron los 4.400 millones de dólares, frente a 4.100 millones del mismo periodo del año anterior, y ahora con un dólar por encima de los 4.200 pesos se vuelve aún más atractivo, pues son más pesos en Colombia. Este ha sido uno de los combustibles del consumo de los hogares, en el que se ha apalancado el crecimiento de la economía en el país.
Con una desaceleración en Estados Unidos y un eventual aumento de desempleo, los recursos hacia países como Colombia podrían disminuir.
El panorama es complejo y va más allá de una definición semántica.