POCAS PERSONAS SE HUBIERAN IMAGINADO en el Londres de comienzos de la era victoriana que esa incipiente publicación titulada con el nada atractivo nombre de The Economist: or The Political, Commercial, Agricultural, and Free-Trade Journal, fundada en septiembre de 1843 por un obsesivo y autodidacto fabricante de sombrero escoceses, llamado James Wilson, se iba a convertir en uno de los medios de comunicación más influyentes en la historia de la humanidad.James Wilson era un personaje curioso. Hijo de un industrial de la lanas descendiente de pastores de Escocia, era el cuarto de 15 hijos. Nació en 1805 e inició muy temprano su vida profesional, dedicándose a la fabricación de sombreros. Cuando tenía 19 años trasladó su negocio a Londres. Diez años más tarde tenía un capital de 25.000 libras esterlinas, que equivaldrían a un millón y medio de dólares de hoy. Poco tiempo después lo perdió todo por cuenta de malas inversiones en índigo. Ya desde entonees el negoeio de los textiles tenía sus ciclos.Con la obsesión y la tenacidad que lo caracterizaban se rehizo en poco años y fundó la revista en 1843. Pero la dejó en manos de su yerno Walter Bagehot -un destacadado banquero, constitucionalista y hombre de letras inglés- para poder dedicarse a la política. Llegó a ser miembro del Parlamento de Inglaterra y ministro de Hacienda de la India -por entonces la principal colonia del Imperio Británico- donde alcanzó a introducir el impuesto a la renta, el papel moneda y el presupuesto equilibrado antes de que una disentería lo llevara a la tumba en 1860.La personalidad de Wilson era tan fuerte y dominante que, según Ruth Dudley Edwards, la autora de "The Pursuit of Reason" -un libro de 1.000 páginas que se acaba de publicar para celebrar los 150 años de la revista-, sus principales virtudes y defectos han llegado hasta el The Economist actual: la reverencia por los hechos y las estadísticas, la integridad, la consistencia de principios, el análisis racional y la absoluta claridad, como virtudes; y la ausencia de duda y la pedantería, como sus principales defectos. Según la misma autora, la religión de Wilson era el laissez-faire; su libro de cabecera "La riqueza de las naciones", y su cáliz sagrado, el libre comercio, al que toda la vida abrazó con pasión.En Inglaterra se tiene de los escoceses la misma percepción que en Colombia se tiene de los antioqueños: trabajadores, austeros, ahorrativos y hábiles para el comercio y la industria. Y esa percepción se basa en fundamentos históricos. No es de extrañar por eso que Escocia sea la cuna de algunos de los hombres que más han influido el pensamiento económico, como Adam Smith y James Wilson. Casi que se podría decir que Escocia cumple en economía lo que Irlanda en las letras: ser la cuna de gigantes como Oscar Wilde, George Bernard Shaw y James Joyce.Walter Bagehot, por su parte, estuvo a la cabeza de The Economist como editor durante 16 años -entre 1861 y 1877-, y hasta su muerte. Fue considerado un genio en su época y una de las figuras más influyentes de la Inglaterra victoriana. Su nombre y su legado constitucional son, aún hoy en día, objeto de la admiración y reverencia de los británicos. De hecho, una de las cuatro columnas que publica semanalmente la revista -aquella dedicada a la actualidad británica- lleva el nombre de Bagehot en homenaje a su memoria.Wilson dejó como herederas a seis hijas cuya influencia en The Economist se prolongó hasta los años 20 del presente siglo. Las hijas no sólo vivieron toda la vida y en forma bastante cómoda de la renta que les generaba el semanario, sino que tres de ellas intervinieron muy activamente en el campo editorial y se preocuparon de mantener vivos los principios establecidos por su padre y por Walter Bagehot. Esa presencia le dio a la revista una gran fortaleza y fue uno de los factores claves para garantizar la continuidad de la línea editorial.EQUIPO SELECTOOtro fue la escogencia de sus colaboradores. Se trata de un cuerpo reducido de personas de muy alto nivel intelectual cuyos nombres no se divulgan por el celo con que se guarda el anonimato. Pero la lista de colaboradores a lo largo de su historia no podía ser más ilustre: incluye nombres tan conocidos como los del historiador Arnold Toynbee, el economista John Maynard Keynes, el famoso jurista estadounidense Félix Frankfurter y el filósofo Herbert Spencer.The Economist siempre se ha caracterizado por sus férreos principios. En los primeros años del siglo, y bajo la dirección de Edward Johnstone, el semanario se hizo famoso por su integridad, en un período en que la prensa económica y financiera de Inglaterra se vio marcada por la venalidad.Esa firmeza de principios se refleja en su presentación gráfica. Son pocos los cambios que ha sufrido en su historia e incluso hoy, en un mundo donde todos los medios escritos tratan de introducir el color, la tecnología y el sensasionalismo, The Economist es el único que no tiene fotos a color, ni titulares escritos para promover las ventas.La filosofía política de la revista ha sido, según su propia definición, de extremo centro. Es un reducto del liberalismo inglés y sus editores suelen despreciar por igual el conservatismo y el socialismo. Con la misma firmeza con que defiende tesis económicas que pueden aparecer de derecha, como el equilibrio fiscal y la libertad de mercados, defiende tesis de las cuales se ha adueñado tradicionalmente la izquierda, como las libertades civiles, la oposición a la pena de muerte y a cualquier tipo de discriminación. De hecho, es quizás el medio más importante del mundo en pronunciarse de frente en favor de la legalización de la droga.Es difícil pensar que exista un medio impreso que tenga tanto impacto en la opinión de la clase dirigente mundial. A pesar de su circulación relativamente reducida (ver cuadro), The Economist es la revista más leída por jefes de Estado, ministros de economía y finanzas, gobernadores de bancos centrales y dirigentes Empresariales. Y el país no escapa de esa influencia.No se sabe quién fue el primer colombiano que influyó en The Economist. Pudo haber sido Florentino González cuyas tesis coincidían en el tiempo y en el fondo con las de la revista, o Rafael Núñez quien, probablemente, la leía en los fríos inviernos de Liverpool. Pero eso es especulación. Lo que sí se sabe es que en el presente siglo la revista ha influído el pensamiento de presidentes como Alfonso López Pumarejo, Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur, de muchos ministros de Hacienda y de un número importante de los miembros del establecimiento económico. En total, la revista tiene 550 suscriptores en el país. Y a juzgar por las opiniones que se recogen en este artículo, su influencia se prolongará por mucho tiempo más. -