Grecia se convirtió en el epicentro de la economía mundial. La crisis que sacude a este país desde hace cinco años llegó a su clímax. La semana pasada ocurrió lo que algunos temían podría suceder más temprano que tarde: Atenas entró en default (cesación de pagos), una situación extrema a la que un país acude cuando las deudas aprietan tanto como una soga al cuello a punto de asfixiar. El gobierno del primer ministro Alexis Tsipras no pagó cerca de 1.700 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), desembolso que se vencía el 30 de junio. Grecia se convirtió así en la primera economía desarrollada en estar en mora con el organismo multilateral, y este es el mayor incumplimiento de pagos en la historia del fondo. Ante la grave situación de liquidez, el gobierno tomó otra drástica decisión. Ordenó el cierre del sistema bancario durante seis días, decretando un corralito similar al que ensayó Argentina en el año 2001. A los griegos se les limitaron hasta 60 euros (67 dólares) los retiros por cajero automático, y el banco central aplicó controles para evitar la salida de capitales. Mientras las imágenes, que mostraban a los pensionados haciendo largas filas en los cajeros, le daban la vuelta al mundo, los líderes de la eurozona y el gobierno griego cerraban las puertas a una negociación. Ante la imposibilidad de lograr una salida a la crisis, a través de la extensión de los plazos para el pago de las deudas, el futuro de Grecia quedó en manos del pueblo, a través del referendo citado por el gobierno que integran la izquierda (Syriza) y un pequeño partido de derecha (Griegos Independientes). A los griegos se les llamó a las urnas para hacerles una pregunta inusual pero decisiva. Se les consultó si estaban de acuerdo o no con la última oferta realizada por los acreedores internacionales (la llamada troika: Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) que incluye recortes en pensiones y aumentos de impuestos. El referéndum tuvo otra particularidad y es que Alexis Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, tomaron partido por el No, invocando la dignidad nacional tras considerar que los términos del rescate ofrecido por la troika son una “humillación” para el pueblo griego. Según Tsipras un triunfo del No se traduciría en mejor capacidad de negociación frente a los acreedores. Curiosamente, las encuestas que se conocieron durante la semana mostraban que los griegos estaban más inclinados a votar por el Sí, hecho que ha sido interpretado como un apoyo a la permanencia de Grecia en la eurozona. Dimitris Pefanis, director del portal financiero In.gr, le dijo a SEMANA que alrededor del 75 por ciento de los griegos prefiere la moneda común a la nacional (el antiguo dracma). Si bien para el pueblo, ni la eurozona, ni su moneda son ideales –pues la situación ha empeorado en los últimos años– regresar al dracma podría llevar la economía al desastre. Aunque saben que mantenerse en la zona significa más austeridad, recorte presupuestal y reformas, la esperanza es que ello conduzca a un mayor crecimiento en los próximos años. Por el contrario, abandonar el euro los puede llevar a navegar por aguas desconocidas en un barco que no está preparado para ese viaje. Grandes gurús de la economía consideran que la salida de la crisis no está en apretar más a Grecia. Thomas Piketty, autor del libro El capital en el siglo XXI, afirma que la receta pasa por borrar una parte de la deuda (algo que en el argot financiero se conoce como ‘quita’), un asunto que causa escozor en las grandes potencias de la eurozona, especialmente Alemania. “Hay una especie de amnesia y de ignorancia históricas por parte de nuestros dirigentes que es absolutamente chocante porque Europa se construyó en los años cincuenta, precisamente, sobre el perdón de las deudas públicas del pasado para invertir en infraestructuras y en crecimiento”, dijo el economista francés, citado por la agencia EFE. Piketty recuerda que Alemania tenía una deuda exterior considerable, que fue anulada por las conferencias de París y de Londres de 1953 y 1954, justo para invertir en el futuro, “aunque sus precedentes gobiernos habían hecho tonterías mucho más graves que las de los gobiernos griegos en 2009”, señaló. El premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz, considera que las naciones europeas acreedoras “son las culpables” de la crisis griega. En una entrevista con la BBC dijo que es necesario que el resto de Europa y Alemania despierten y se den cuenta de que sus exigencias a Grecia son “absolutamente indignantes”. Paul Krugman, otro destacado premio nobel, criticó las medidas de austeridad de Europa. En su columna en The New York Times escribió que si bien el gobierno griego gastó más de lo que podía, también es cierto que recortó el gasto y aumentó los impuestos. Según Krugman, un apretón como el que se le impone a Grecia provoca que la economía colapse. “Sabemos que más austeridad es un camino sin salida: después de cinco años, Grecia está en peor forma”. Igualmente enérgico se mostró el economista Jeffrey Sachs quien afirmó que las demandas de Europa “son petulantes, ingenuas y fundamentalmente autodestructivas. Al rechazarlas, los griegos no están jugando; están intentando sobrevivir”. Para Sachs, la fórmula que se le aplicó a Grecia a partir de 2009, cuando quedó al desnudo su crisis de deuda y financiera, no ha dado resultados. Desde entonces el Producto Interno Bruto (PIB) ha decrecido un 25 por ciento, el gobierno está insolvente y muchos de los ciudadanos sufren hambre. En esto coincide el exministro colombiano y profesor de la Universidad de Columbia, José Antonio Ocampo, quien afirma que el programa que se le ha impuesto a Grecia es demasiado riguroso y fallido. “Una reducción el PIB del 25 por ciento es algo que ocurre muy rara vez en la historia”. Casi que las únicas caídas, de esta magnitud, en un periodo tan corto, fueron las de los países socialistas cuando cayó el comunismo. Costo del desenlace La realidad es que cualquier camino que tome Grecia tendrá implicaciones políticas sobre Europa y efectos económicos en todo el mundo. Es decir, el costo no solo lo pagarán los helenos, aunque serán los más afectados ya sea que se mantengan en la zona euro o se retiren. Esta segunda eventualidad es la más crítica, porque significa que Grecia quede a su propia suerte. No tendría acceso a créditos del FMI ni al fondo de estabilidad europeo. La transición hacia una moneda nacional sería traumática en el corto plazo y podría agudizarse la recesión. El sistema bancario podría colapsar y el gobierno tendría que salir a su nacionalización. Por el contrario, mantenerse en la zona implicará aceptar algunas de las exigencias de los acreedores, aunque es de esperarse que Europa module su apretón. En este punto todos tendrían que ceder un poco. Sobre las consecuencias económicas en todo el mundo hay que decir que si Grecia desconoce sus compromisos de deuda –si decide abandonar la zona– las naciones grandes de Europa que le han extendido créditos perderían su dinero. Es el caso de Alemania y Francia que le han prestado, entre ambas, cerca de 80.000 millones de dólares desde el año 2010. Las dos potencias temen que con una reestructuración puedan perder su dinero. De allí que haya la dura presión que ha ejercido la canciller alemana, Angela Merkel, para forzar a Grecia a un nuevo apretón. Un costo que no hay que desestimar es el riesgo de contagio. Una vez se haya creado el precedente de una nación que decida salirse de la zona euro y no cumplir sus obligaciones aumenta el riesgo de que otros sigan su ejemplo. Analistas consultados por la BBC temen que se incremente el riesgo que afrontan los inversionistas en muchos países europeos, particularmente en otras naciones del sur del Viejo Continente que también enfrentan graves problemas económicos. El exministro José Antonio Ocampo cree que este efecto contagio hubiera sido catastrófico hace tres o cuatro años y no tanto hoy, cuando es más posible contener la situación. El país más débil de la periferia que podría sufrir consecuencias graves sería Chipre. Otras economías de la eurozona, como Portugal, Irlanda y España, han tomado medidas para reformar sus economías y actualmente están menos vulnerables. Otra consecuencia, según la agencia Bloomberg, es un aumento sustancial del costo del dinero en Europa. “Estamos viendo contagio de Grecia por primera vez desde 2012”, dijo un analista. De hecho, el propio Banco Central Europeo advirtió que, de no darse un acuerdo rápido, existe el riesgo de un ajuste al alza de las primas de riesgo exigido por los bonos soberanos (deuda) de la zona euro. El impacto también ya se siente en las principales bolsas europeas que tuvieron descensos la semana pasada. Ahora bien, hay consideraciones menos pesimistas frente a las consecuencias. The New York Times recuerda que desde que se inició la crisis de deuda de Grecia, en 2010, la mayoría de los bancos internacionales y los inversionistas extranjeros venía vendiendo sus bonos griegos, por lo que ya no son vulnerables a lo que sucede en allí. Sin embargo, algunos inversionistas privados que posteriormente reinvirtieron en esos papeles, apostando por una recuperación, podrían estar lamentado hoy la decisión. Por supuesto, los efectos preocupan también a este lado del Atlántico. El presidente estadounidense, Barack Obama, advirtió que la crisis financiera en Grecia podría tener un “impacto significativo” en el crecimiento de Europa y “disminuir” la expansión económica mundial. El exministro Armando Montenegro escribió en su columna de El Espectador que tanto Colombia como otros países de América Latina podrían sufrir el impacto. El golpe más inmediato se vería en la tasa de cambio –con una aceleración de la devaluación del peso– y en el costo del crédito que también se elevaría. “Ante la dificultad de financiar el déficit externo, parte del ajuste se produciría a través de un menor crecimiento económico. Lo que no se puede predecir es la magnitud y la duración de estos efectos”. Lo que sí es claro es que desde algún lado tendrá que venir la ayuda para Grecia. El FMI reconoce que es necesaria una reestructuración de la deuda –que equivale al 177 por ciento del PIB– con una extensión de los plazos para pagar los préstamos y una quita de la deuda en un monto significativo. Dado el deterioro de los últimos meses, se estima que el país necesitará unos 50.000 millones de euros en los próximos tres años. El Banco Central Europeo dice que la pelota está en la cancha griega, pero también pide a los europeos que cedan algo. Naturalmente se requerirán correctivos dentro de Grecia. Como dice el analista heleno Dimitris Pefanis, el objetivo de los gobiernos después de 1980 fue la ampliación de la economía y no el crecimiento sostenible, lo que ahora está pasando cuenta de cobro. Como parte de la Comunidad Económica Europea, este país recibió fondos que no fueron bien invertidos en la economía y más bien se desperdiciaron. Tras unirse al euro, Grecia consiguió créditos a tasas muy bajas que, en lugar de impulsar el crecimiento, ampliaron el gasto del sector público. Lo cierto es que enderezar la economía será un enorme desafío no solo por la complejidad misma del problema, sino porque al interior del gobierno hay fisuras. Analistas señalan que si bien el primer ministro Tsipras se muestra desafiante frente a las autoridades europeas, en la mesa de negociaciones ha estado dispuesto a ceder un poco más. Esto le ha causado problemas dentro del partido Syriza, donde una parte importante mantiene una posición dura y radical. Las repercusiones políticas de la tragedia que vive Grecia no son menores. Muchos analistas interpretan que la crisis actual ya muestra el fracaso del sueño del Viejo Continente. La Unión Europea (UE), que se ha consolidado en las últimas tres décadas, se construyó sobre las bases de tener un mejor futuro juntos, sin nacionalismos y con democracias. Esto podría fallar si Grecia se sale del euro, e incluso de la UE a la que se unió en 1981, y se rompería el propósito con el que nació este proyecto según el cual pertenecer a este club era una garantía para tener un futuro próspero con estabilidad. Dos anhelos que hoy no están al alcance de Grecia.