SEMANA: El papel de las multilaterales ha sido muy cuestionado porque algunas no están cumpliendo el rol para el que fueron creadas. ¿Están perdiendo brillo? Luis Alberto Moreno: En el mundo hay una gran discusión sobre el multilateralismo del siglo XXI, y este tema cobra tanto interés que el propio secretario general de Naciones Unidas ha convocado a una reunión para analizarlo, en junio. Pero el punto al final del día sigue siendo el mismo: si uno eliminara todas las instituciones, tendría que hacer unas nuevas, muy seguramente parecidas o iguales a las que ya funcionan. El asunto de fondo es que estas instituciones son tan buenas como los accionistas quieren que lo sean. En una institución como el BID, con 48 Gobiernos como socios, si ellos no tuvieran interés de que el banco avanzara, de tener una gerencia profesional y poner el capital para sacar adelante las distintas asignaciones que hacen sus accionistas, pues no funcionaría. Así de fácil. SEMANA: ¿Qué explica entonces esta ola de críticas frente a lo que muchos perciben como bajos resultados de las multilaterales? L.A.M.: Creo que en este mundo, en donde ha cambiado tanto la comunicación, hay una especie de desintermediación de los actores políticos tradicionales con las personas, y la pregunta de la gente en la calle es: ¿esto para qué sirve? ¿Cómo mejora mi calidad de vida? Eso nos obliga a cambiar, tanto a las multilaterales como a los países, nuestra forma de comunicación. Estamos haciendo un enorme esfuerzo para entender que esta revolución digital pasa desde ver cómo operamos para que se conozca bien nuestro papel en el desarrollo hasta ayudarles a los países a que se monten en esta revolución digital. La gran paradoja es que los Gobiernos hoy están en el siglo XIX, y las sociedades, en el siglo XXI. Esta desconexión no solo es válida para las multilaterales, sino también para los Gobiernos, y el desafío es cómo hacer para adaptarnos a esos sistemas de comunicación y que la gente entienda mejor nuestro rol. Esto hace parte de los temas de gobernabilidad, de cómo hacerla más eficiente y abierta vía redes sociales. Lo ideal es que la ciudadanía esté mejor informada, porque lo peor que nos puede pasar es que la gente se entere menos y reclame más.
SEMANA: ¿Esta desconexión y el desánimo, especialmente entre los jóvenes, explican las crecientes protestas en la región? L.A.M.: Hay muchos diagnósticos sobre este tema y nadie tiene hoy la respuesta completa. Si uno se detiene a revisar lo que ha ocurrido en los últimos años, encuentra que países como Chile o Colombia han tenido un aumento progresivo en el ingreso per cápita de sus habitantes. Esa era la medida tradicional que tomábamos. Pero la gran discusión es por qué, si no hay una gran contracción en la economía, sino al contrario ha habido una mejoría progresiva, hay tanto descontento. SEMANA: ¿Si estos indicadores de crecimiento no anticipaban lo que se estaba gestando en la región, qué los alertó? L.A.M.: Cuando se habla de qué tan feliz es una persona y se revisan los indicadores de felicidad –hay muchas formas de medirse–, los ciudadanos mencionan desde la calidad de los servicios públicos hasta qué tan contentos se sienten en su empleo, qué tan seguros están en este, cómo ven el futuro de su familia. En las encuestas esos números venían cayendo de forma consistente. Cuando caían anticipaban la protesta que se avecinaba y el nivel de tolerancia al estado de las cosas, porque la economía en América Latina se estaba enfriando o crecía a menor ritmo. En la encuesta Latinobarómetro, con datos de 17 países, una de las sorpresas que vimos el año pasado fue cuánto había dejado de creer la gente en la democracia como sistema político. Ahí queda en evidencia que factores como la disrupción de los canales tradicionales de comunicación, una menor confianza en el capitalismo y la democracia, y ser menos felices terminan afectando el estado de ánimo y explican en parte lo que está pasando. SEMANA: ¿Es hora de cambiar la tradicional forma de medir el desarrollo, por lo menos de saber por qué hay tanto descontento? L.A.M.: Sí. Las fórmulas tradicionales sobre las cuales todos hemos trabajado, y que medían solo el ingreso per cápita, no son suficientes. En una región tan desigual como Latinoamérica, donde el 10 por ciento de la población tiene 30 o 35 por ciento de la riqueza, y que incluso el 1 por ciento de los ciudadanos tiene más del 20 por ciento de ella, hay que revisar qué pasa con la población. Esto es muy cuestionado hoy en el mundo. Y creo que obliga a una revisión por parte del sector privado. Las responsabilidades de las compañías no deben limitarse tan solo con los accionistas; también deben mirar qué hacer por sus empleados y por la sociedad. Una empresa que está en una sociedad enferma no es viable.
SEMANA: ¿Cómo reducir la desigualdad, uno de los temas que inspiran las protestas, de una manera más efectiva? L.A.M.: Todo el tiempo nos preguntamos eso: reducir la desigualdad. Como banco de desarrollo lo que hacemos es financiar programas que ayuden a cerrar estas brechas sociales. Pero esto no se logra de la noche a la mañana: uno no decreta que se acabe la desigualdad, sobre todo en América Latina. En la última década –de buen crecimiento en la región– esa brecha lentamente empezó a cerrarse, pero hay que trabajar mucho más. SEMANA: Uno de los principales desafíos para crecer es aumentar el comercio exterior, ¿qué hacer en Colombia para lograrlo? L.A.M.: Para crecer, las economías pequeñas como la colombiana o incluso las latinoamericanas deben tener un comercio exterior más grande como porcentaje de su producto interno bruto. Es decir, debe tener más comercio para crecer. Algunos temas comienzan a desenredarse: la guerra comercial que se vivió hasta el año pasado no ha servido, y el acuerdo comercial entre Estados Unidos y China nos genera cierta tranquilidad; además, hay claridad sobre lo que pasará con el brexit y eso también genera cierta tranquilidad. Pero en el caso de Colombia, es importante no solo aumentar nuestro comercio de bienes, sino también el de servicios. El comercio de bienes no crece al mismo ritmo de los servicios, y ahí es donde el país tiene un potencial muy grande. SEMANA: ¿Cómo mejorar nuestra capacidad exportadora si, a pesar de múltiples acuerdos comerciales, estos no se están aprovechando? L.A.M.: Aquí hay que analizar varios aspectos. Primero, durante años tuvimos un comercio bilateral con Venezuela muy activo, que además era natural para Colombia pero que se redujo en los últimos años, y sin duda esta oportunidad seguirá estando allí en la medida en que se resuelvan los temas internos de Venezuela. Segundo, para exportar más debemos tener presencia internacional, y los empresarios colombianos no son muy dados a viajar por el mundo. En lo que yo veo, encuentro que tienen más presencia en escenarios globales empresarios de Brasil, México, Argentina y Chile que de Colombia. Creo que nos falta salir de nuestra zona de confort, salir al Pacífico. Nuestro comercio con Asia es muy pequeño, y ahí tenemos un reto muy importante. Hay que buscar más comercio, sobre todo con Asia.
SEMANA: ¿Cómo van los preparativos de la próxima Asamblea del BID en Barranquilla? L.A.M.: Esta asamblea tiene un significado muy importante para mí, pues es mi despedida. Es la principal reunión de tipo económico que se hace en la región todos los años y es una oportunidad para que Barranquilla pueda lucirse, pero también para analizar grandes temas. Estos tienen que ver con desarrollo y con economía creativa, asuntos empresariales, cambio climático, tecnología, así como con el vínculo entre desarrollo y deporte, y entre artes creativas y desarrollo. Déjeme anticiparle que los alcaldes tendrán un papel muy importante porque hemos convocado una gran cumbre de alcaldes que vienen de todo el mundo. SEMANA: ¿Cuáles son las tareas más importantes que le recomendaría a su sucesor? L.A.M.: La primera y clave es tener continuidad. El BID es una institución de 60 años de historia, que ha tenido solo cuatro presidentes. Lo importante es que el que viene siga construyendo y mantenga una línea de personas muy competentes. Lo segundo, que América Latina debe trabajar más en temas de educación, calidad y tecnología porque sigue siendo una región que exporta bienes básicos, y si bien otros países como Canadá y Australia lo han hecho, allí se han enfocado en crear industrias exportadoras de alta tecnología y servicios, que les han permitido tener más desarrollo.