Nadie puede estimar con exactitud cuál va a ser el costo de la guerra contra la pandemia del coronavirus, tan solo se sabe que va a ser enorme, mayor que el de las últimas recesiones mundiales. Tampoco hay certeza de cuáles son las mejores políticas para neutralizar el impacto económico de las medidas adoptadas para proteger la vida y la salud de los colombianos, tales como cuarentenas, limitación al transporte aéreo y terrestre, cierre de hoteles, restaurantes y muchas empresas.
Lo que sí se sabe es que el mundo se enfrenta a una situación totalmente inédita, a una verdadera guerra contra un enemigo mutante y desconocido, y que una de las consecuencias de esta guerra va a ser un cambio en los paradigmas que han dominado la economía y las políticas económicas en las últimas décadas. El presidente de Francia dijo recientemente que "lo que ha revelado esta pandemia es que la salud gratuita, nuestro estado de bienestar, no son costos o cargas, sino bienes preciosos (…) y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar por fuera de las leyes del mercado”. Esta cita ilustra los cambios de paradigma que se explican a continuación. 1. Ahora todos somos keynesianos Sin que la propagación del virus haya tocado techo, las consecuencias económicas ya son enormes: las principales bolsas de valores del mundo colapsaron, el precio del petróleo se redujo a la mitad, en solo una semana el número de desempleados en Estados Unidos creció 56% al pasar de 5,9 a 9,2 millones. Pero lo peor está por venir: el secretario del tesoro de Estados Unidos piensa que el desempleo puede llegar a 20%, varios analistas pronostican que la caída del PIB en ese país puede ser entre 30% y 40% este trimestre y, suponiendo una rápida recuperación, 8% en el total del año. También para la economía mundial, se estima una contracción económica peor que la de la recesión de 2008. Lo que sucede es que todos los componentes de la demanda agregada están cayendo a un ritmo acelerado: el consumo de los hogares, la inversión y las exportaciones. Lo único que podría compensar esa caída es una política monetaria superexpansiva –que ya la Federal Reserve ha anunciado– y sobre todo el aumento del gasto del gobierno que se va a dar en una cuantía de US$2 billones (10% del PIB). Puras políticas keynesianas de estímulo a la demanda, que acaban de enterrar el trasnochado monetarismo. 2. La mano invisible del mercado requiere de la mano visible del Estado La recesión del coronavirus es diferente a cualquier recesión anterior y las políticas tradicionales de estímulos generales a la demanda no son suficientes. Bajar la tasa de interés puede aplazar la quiebra de algunas empresas, pero no va a detener el despido de empleados, ni a sacar a la gente de sus casas a que consuman más. Bajar impuestos no le da ingresos para comer a quienes han perdido sus empleos. La recesión mundial de 2008 y la colombiana de 1999 fueron generadas por una crisis financiera y las medidas de salvamento a los bancos atacaron la causa, aunque de una manera ineficiente e inequitativa, pero hoy son inútiles para devolver el ingreso perdido de los desempleados o informales o recomponer la fracturada cadena de abastecimiento.
Lo que se requiere hoy, en lugar de estímulos fiscales generales (aumento indiscriminado del gasto público o rebaja de impuestos), son gastos focalizados e intervenciones regulatorias que fortalezcan el sistema de salud pública a la vez que protejan el ingreso de la población y a las empresas. Estimular el gasto con restricciones de movilidad para proteger la salud. Este aumento del gasto público tiene que financiarse, pero no en el mercado de capitales para no desplazar al sector privado, sino con el Banco Central. En el futuro hay que pagar esa deuda y habrá que subir impuestos, pero no el IVA sino la tanta veces pospuesta tributaria estructural que sea verdaderamente progresiva y equitativa. Como en una economía de guerra el Estado tiene que recortar su propio gasto no esencial, como la compra de equipos para la guerra tradicional, y establecer prioridades claras de hacia dónde se debe orientar la producción del sector privado. El premio Nobel E. Phelps propone una reorganización temporal de toda la economía dirigida por el Estado, casi volver a un sistema de economía planificada. 3. Desarrollo sostenible y equitativo, no solo crecimiento del PIB La pandemia ha desnudado las falencias del modelo económico imperante, obsesionado con el aumento del PIB y que ha descuidado la equidad y la sostenibilidad del crecimiento. El virus nos ha recordado que ante la muerte todos somos iguales, pero la realidad es que, sobre todo en países donde no existe una fuerte red de protección social, los pobres tienen muchos menos medios para protegerse y curarse y, sobre todo, que no cuentan con recursos ni siquiera para alimentarse cuando pierden sus ingresos. Como dice Macron, la responsabilidad del Estado de garantizar los derechos de sus ciudadanos no puede dejarse al arbitrio de las leyes del mercado.
Esta guerra contra el coronavirus debe enseñar también la urgente necesidad de cambiar a un modelo económico que respete la naturaleza. La destrucción ambiental producida por la economía conllevaría a una catástrofe mayor que la ocasionada por la pandemia. Si no se atienden estas señales se corre el riesgo de que el miedo y el hambre alimenten los movimientos populistas y nacionalistas y que, como pasó después de la Gran Depresión de 1929, desemboquen en estados fascistas.