La adquisición de la canasta básica tiene en apuros a las familias colombianas. Una inflación que subió en los últimos 12 meses, hasta octubre, a 12,2 por ciento; un dólar que rebosó la barrera de los 5.000 pesos; el aumento en los precios de la gasolina, que sube 200 pesos cada mes; y la disminución de la oferta que trae consigo el crudo invierno, pues las lluvias y el mal estado de las vías dificultan la salida de los alimentos de las zonas de producción. Todo esto se juntó y creó un ambiente muy complicado para los consumidores.
Como resultado, un plátano que antes valía 500 pesos ahora cuesta 2.000; el mango, una fruta tropical que se cultiva en el patio de muchas viviendas de la región Caribe, en lo corrido del año registra un incremento de 165 por ciento en una ciudad como Barranquilla; y el limón común subió 146,1 por ciento en Medellín, según el Sistema de Información de Precios y Abastecimiento del Sector Agropecuario (Sipsa), del Dane.Los precios suben a un ritmo frenético.
La rapidez con la cual se traslada a los productos el aumento diario del dólar y los pronósticos de una inflación disparada lleva a los ciudadanos a temer que, además de la compleja situación económica, se estén cometiendo abusos. ¿Cuál es la realidad?.
En Colombia hay libertad de precios, puesto que se promueve la libre competencia. Así, se espera que el mercado, por sí mismo, se autorregule.
Además, la especulación con los precios, como tal, es considerada delito, por lo que Eduardo Visbal, vicepresidente del gremio de los comerciantes (Fenalco), sostuvo que no cabe la posibilidad de que se esté especulando. “Las empresas no se arriesgan a trasladarles a los consumidores un precio que no corresponde al costo, y menos en un mercado tan competido como el colombiano, porque la consecuencia sería que el mismo mercado los expulsa. Nadie les compra”, dijo.
No obstante, algunos expertos no descartaron que surjan oportunistas que pescan en río revuelto para obtener ganancias del difícil momento. Felipe Campos, jefe de Investigaciones de Alianza Valores y experto en temas del dólar, afirmó que la situación con el rápido incremento en los precios tiene que ver con la escalada en el índice de precios al productor. Este ha estado por encima del 26 por ciento, y las compañías lo venían asumiendo sin trasladarlo a la gente, pero, si se le suma la subida del dólar, es difícil que no le pasen ese costo al consumidor. Sin embargo, expresó que también “puede haber cierta especulación, pero es algo difícil de medir y comprobar”, pese a que hay 53 denuncias en la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) relacionadas con el incremento de precios en los alimentos.
Por el lado de los comerciantes, los argumentos para explicar los altos precios sobran. En la investigación del Sipsa le dijeron al Dane que en octubre el queso costeño, la cuajada y los huevos rojos AA tuvieron un precio más alto por los costos de producción. Sobre la subida en el precio del lomo de cerdo sin hueso, aseguraron que se debe a un menor abastecimiento como consecuencia de una menor producción por los altos costos de los productos concentrados con los que se alimentan los animales. Y el alza en el precio del plátano la explicaron por las lluvias que dificultaron la recolección en la zona bananera.
De los artículos importados, como el ajo, el alto precio fue justificado con el mayor valor de lo que se trajo desde China debido al dólar. En el caso de la manzana royal importada, ahora cuesta más por la poca producción en Chile y el alza del dólar. Si bien en los últimos días se hizo más visible la volatilidad del dólar, la escalada hasta valores máximos por encima de 5.000 pesos duró varios días y luego la divisa perdió más de 200 pesos, pero los precios de los productos se quedaron arriba.
Con inventarios debería protegerse el precio
Es bien conocido que las compañías, en el caso de alimentos perecederos, trabajan con inventarios que, de ser voluminosos, deberían ayudar a mantener por un tiempo el precio estable a los consumidores.
Visbal explicó que “el tema de los inventarios es muy complejo”. Depende del momento de la compra por parte del comerciante. “Se compra hoy, pero el desembolso, si es en tres meses, toma en cuenta la tasa de cambio vigente para esa fecha”. Es decir, los comerciantes hacen cálculos sobre lo que deberán desembolsar en el momento del pago a los proveedores, según lo confirmó Javier Díaz, presidente del gremio del comercio exterior, Analdex. “En la medida en que los precios suben rápidamente, los importadores revisan precios al consumidor al alza, tratando de llegar al precio de reposición y tener una utilidad”.
Costos que no se habían trasladado al consumidor
Para defender la tesis de que en los altos precios de los alimentos frescos tampoco hay abusos, Francisco Salcedo, gerente de Corabastos, sostuvo que en esa central ya no hay intermediación. “Algunos se han vuelto agricultores-comerciantes”; por lo tanto, “no son comerciantes de oportunidad, que se aprovechan de la situación de variación de precios”. Para Salcedo, la carestía tiene mucho que ver con el dólar y los trámites de nacionalización, los cuales han impactado la cotización de los productos importados: “Estos alimentos cuando llegan al puerto de Buenaventura tienen costos de legalización, almacenaje, transporte y gastos operacionales que se pagan con el precio al que esté la divisa en el momento de legalizar la mercancía”. La política de precios depende de cada compañía según los volúmenes de compra que haga y, al final, ellos mismos se autorregulan para poder seguir en la competencia.
Por ende, Visbal enfatizó en que llegar a un control de precios de la canasta básica, como lo sugirió en el pasado la ministra del Trabajo, Gloria Ramírez, para ayudar a que el salario mínimo no se le esfume tan rápido al ciudadano sería un desastre que quebraría a las empresas.
¿Hay algo por hacer?
El Banco de la República ha venido aplicando medidas para controlar la inflación y detener así el incremento de los precios.
Pero la demanda continúa intacta, lo que se junta con una menguada confianza de los industriales, quienes no se arriesgan a producir más debido a la incertidumbre frente a lo que pueda venir en el corto y mediano plazo. Si hay demanda y poca producción, el abastecimiento se vuelve insuficiente, lo que también presiona el precio de los bienes. Lo cierto es que en muchos almacenes de cadena y supermercados los trabajadores tienen una nueva tarea: cambiar con más frecuencia las etiquetas con los precios de los productos.
La subida en las tasas de interés por parte del Emisor, que ya están en 11 por ciento y le llegan al usuario a través de créditos más caros de la banca comercial, busca frenar la dinámica del consumo, lo cual, hasta ahora, no se ve reflejado en la estabilización de los precios.Por esa razón es clave echar un vistazo a otras experiencias, como la que dejó la pandemia. En esa oportunidad, la SIC, junto con otras entidades del Estado, tuvo que introducir novedades en la vigilancia y control para proteger al consumidor sin intervenir los precios.
Andrés Barreto, exsuperintendente de Industria y Comercio, afirmó que cambiar los precios en los productos de los estantes no está prohibido, “siempre y cuando no sean precios explotativos o no se esté especulando con ellos”. Agregó que debido a que la especulación es un delito “la mejor manera de atacarla es con prevención y disuasión”.
Así se hizo durante la emergencia por la covid-19. “La Superintendencia se unió con el CTI de la Fiscalía para hacer visitas presenciales a los comercios”. También se activó el monitoreo con herramientas tecnológicas y, de esa forma, pudieron detectar cuándo estaban intentando hacer jugadas para aprovecharse de los consumidores.
Otra herramienta aplicada en ese momento fue la alianza entre el Dane y los ministerios de Agricultura y Comercio para publicar periódicamente la dinámica de los precios, de manera que el consumidor se convirtiera en veedor e informador de situaciones atípicas. Las revisiones pasaban por ir a las bodegas para verificar inventarios y evitar que le vendieran más caro al comprador habiendo adquirido la mercancía a un menor valor; y por los anaqueles de los expendios para confirmar que al consumidor le mostraran con claridad el valor final del producto, incluidos los impuestos, y el cambio de precio –si aplicaba–.
El ejercicio, que permitió mantener los abusos a raya, demostró que el consumidor no sabe reclamar sus derechos y que, en el caso de la crisis sanitaria, acudió a lo que se conoce como compra nerviosa, como lo hicieron con el papel higiénico. Lo adquirían por montones, como si el país hubiera entrado en una guerra de la que no se sabía cuándo terminaría. “Se adelantaron campañas para decirle al ciudadano que si compraba todo el papel higiénico ayudaba al desabastecimiento. Si el comercio ve que un bien tiene alta demanda, puede presionar el precio al alza”, reiteró Barreto.
La incertidumbre actual con el año venidero tiene motivos muy distintos, pero las evidentes similitudes dan para seguir caminos que ayuden a visibilizar lo que está pasando con los precios.