Después de los Olímpicos de Río (2016) y del Mundial de Fútbol del Brasil (2014) muchos se preguntan qué le dejaron al país suramericano estos dos megaeventos. Pues bien, la Anif, para responder esta pregunta, señala que el balance no es positivo ni en lo fiscal ni en lo social. Según esta institución de análisis económico, el deterioro de las cuentas macro de Brasil es evidente. La relación deuda-PIB es del 78 por ciento y el crecimiento muestra una contracción de -3,8 por ciento en 2015; de -3,3 por ciento en 2016 y un aumento del PIB de apenas 0,6 por ciento en 2017. Y ni hablar de los lastres sociopolíticos con sonados escándalos de corrupción. En cuanto a la infraestructura levantada, algunos escenarios están subutilizados y otros en total abandono. Ante estos problemas, según la Anif, queda la enseñanza de que los países emergentes deben abstenerse de realizar megaeventos deportivos cuando sus finanzas públicas son frágiles. Ello obedece a que los gobiernos-sede deben financiar directamente, en gran medida, las elevadas inversiones requeridas, lo cual impone una gran presión fiscal y genera dolorosas ‘resacas’ de sobrecostos y endeudamientos.