El sector petrolero atraviesa una profunda crisis que tiene dos causas fácilmente identificables: una guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia que nació en la Opep, y el desplome de la demanda por el crudo causado por el coronavirus. A la primera le están buscando una solución. La segunda es estructural y no tiene un arreglo rápido. Todo comenzó en una reunión el 8 de marzo en la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleos en Viena entre la Opep+, como se conoce al cartel petrolero ampliado al sumar a aliados externos como Rusia. Arabia Saudita, el mayor productor del cartel, llevó una propuesta de recortar producción en un intento por subir el precio del crudo. Después de que Rusia rechazó la idea de nuevos recortes, los árabes montaron en cólera y abrieron los grifos para inundar al mercado de crudo. Incluso tomaron la agresiva medida de llamar directamente a los clientes de Rusia para ofrecerles petróleo con descuentos de 6 o 7 dólares por barril.
El fracaso de la reunión de la Opep+, sumado a la crisis del coronavirus, tumbó los precios del petróleo, que tocaron fondo en 25 dólares para la referencia Brent y 20 para WTI el 18 de marzo. Estos dos son los tipos más usados para fijar un precio internacional, y corresponden al petróleo del mar del Norte y de Texas, respectivamente. Pero otras referencias como el Crudo Maya, que se usa para fijar precios de petróleos pesados de menor calidad en el Golfo de México, cayeron aún más. El barril de crudo venezolano, por ejemplo, llegó a transarse a menos de 10 dólares barril.
Estados Unidos es hoy el mayor productor de petróleo del mundo, con 15 millones de barriles día. No obstante, gran parte de su aumento en producción está en pequeños campos de shale, o no convencionales, que requieren tecnologías intensivas en capital como el fracturamiento hidráulico o fracking. Estos campos tienen costos de producción altos, que algunos analistas han estimado en cerca de 40-45 dólares por barril. Wood Mackenzie, una firma de consultoría energética, estima que, con el Brent a 25 dólares, hasta el 10 por ciento de la producción mundial –de casi 100 millones de barriles diarios– dejaría de ser rentable.
+ Los árabes y los rusos, los mayores productores después de Estados Unidos con alrededor de 12 millones de barriles día cada uno, tienen menores costos de producción (cerca de 3,50 y 5 dólares por barril, respectivamente). Y llevan años soñando con quebrar a los frackers de Estados Unidos con un periodo largo de precios bajos. Sin embargo, es una estrategia riesgosa, ya que pueden terminar pegándose un tiro en el pie si el precio queda en el piso.
Los que llevan del bulto son los productores intermedios como Colombia, que tienen barriles costosos (alrededor de 30 dólares), no poseen injerencia en el precio internacional y no pueden darse el lujo de un periodo prolongado de precios bajos. Ecopetrol alcanzó a perder el 50 por ciento del valor de la acción hace unas semanas, aunque se ha recuperado un poco. Venezuela, por ejemplo, atraviesa una crisis económica y humanitaria sin precedentes, y tiene el agravante de las sanciones internacionales. Frente al abismo, los gigantes petroleros recogieron la cuerda y el domingo pasado negociaron una tregua en la Opep donde acordaron un recorte de producción de 9,7 millones de barriles día. A pesar de lo histórico por su magnitud, el acuerdo no ha surtido efecto y puede no ser suficiente. Se estima que la menor demanda por coronavirus puede llegar de 20 a 25 millones de barriles día. Una semana después de los recortes, el precio del Brent sigue por debajo de los 30 dólares. Curiosamente, esta negociación de la Opep+ contó con el apoyo activo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Históricamente, desde el embargo petrolero de los años setenta, la Opep y Estados Unidos –el mayor consumidor de petróleo– han tenido relaciones de vendedor y cliente. Sus intereses han estado enfrentados: los productores quieren un barril caro, y los norteamericanos, combustible barato. Pero con Trump en año electoral, su prioridad es mantener el empleo en el sector petrolero y evitar una racha de quiebras en estados como Texas, Pensilvania y Nebraska. Por primera vez, Estados Unidos se sumó a los llamados de la Opep para subir el precio del barril. No está claro cómo lo va a lograr: no es un país propietario de una petrolera estatal, y aunque tiene cierto poder regulatorio, no puede imponerles recortes de producción a miles de empresas de fracking. Seguramente Estados Unidos reducirá su producción, pero no porque así lo decida un jeque o un presidente, sino por la ley de oferta y demanda.
En los próximos meses cobrará mayor importancia el tema del almacenamiento del petróleo, que en el ámbito mundial se está agotando. En caso de que se cope a finales de mayo, las compañías tendrán que frenar la producción por falta de tanques donde guardarlo. Venezuela, por ejemplo, ha visto una caída pronunciada en la demanda por su crudo debido a las sanciones de Estados Unidos, y tiene tanqueros cargados a tope en puerto a la espera de un pedido.
La crisis del precio del petróleo va para largo. Por eso las empresas del sector tendrán que apretarse muy fuerte el cinturón. La Opep+ dice que va a mantener el recorte de 10 millones de barriles día por dos años para estabilizar el mercado. Falta ver si logran mantener el pacto, o si se cae a pedazos apenas suba un poco el precio. Los acuerdos de la Opep por lo general no duran mucho: los interesados tienen un incentivo para hacer trampa, aumentar producción y maximizar sus ingresos petroleros. Aunque logren reducir la oferta global, la demanda seguirá deprimida. Las cuarentenas en el ámbito mundial han reducido la demanda de combustibles para transporte terrestre, y prácticamente toda la industria de transporte aéreo de pasajeros está en tierra. El planeta hace un experimento radical en teletrabajo y reuniones virtuales por plataformas como Zoom, que pueden eliminar gran parte de necesidad de los viajes de negocios de manera permanente.
La demanda no se va a recuperar rápidamente. El FMI reveló el martes la revisión de sus proyecciones de crecimiento para 2020. Por primera vez desde la Gran Depresión de 1929, la economía global va a vivir una contracción del 3 por ciento. Ni la Segunda Guerra Mundial, ni la crisis petrolera de los setenta o la financiera de 2008 se acercan a lo que el fondo ha denominado “el gran encierro”. En 2021 el FMI estima un recuperación de 5,8 por ciento, en parte por el efecto rebote después de tocar fondo. La crisis en la industria petrolera va para largo, y mientras tanto las empresas petroleras tendrán que apretarse el cinturón. Muchas ya anuncian recortes laborales y aplazan sus planes de inversión. Rystad Energy, una consultora, estima que solo la industria del fracking en Estados Unidos puede perder 240.000 empleos este año.
Los países que, como Colombia, dependen de un ingreso petrolero compuesto por impuestos, regalías y utilidades tienen una tarea difícil por delante. El Presupuesto General de la Nación para 2020 se calculó con un precio del petróleo de 67 dólares por barril. En lo corrido del año ha caído más de 50 por ciento frente a ese pronóstico. El país corre el peligro de una rebaja en la calificación de riesgo y de perder el grado de inversión. Las calificadoras no han demostrado mayor tolerancia, a pesar de que ninguna nación estaba preparada para una pandemia global. ¿Quién se beneficia con los bajos precios del petróleo? En tiempos normales, los consumidores de combustible, como la industria del transporte de carga y de pasajeros, que estarían de fiesta. Pero no corren tiempos normales. Paradójicamente, los sectores que más se podrían beneficiar con el petróleo barato están bajo restricciones y cuarentenas obligatorias. Y los consumidores no pueden salir de la casa para disfrutarlo.