Como si la crisis generada por la pandemia no fuera suficiente, a la Argentina le cayó otro mal. En la última semana se confirmó que otra vez está colgada con el pago de una cuota de intereses de deuda. La historia de tensiones entre el país austral y sus prestamistas extranjeros viene de vieja data. Como no es la primera vez que esta nación incumple con el pago de sus acreencias, los mercados volvieron a calificarla de malapaga. Esta vez debía cancelar 503 millones de dólares de intereses que vencieron un mes atrás, en abril, en plena pandemia de coronavirus. Como no pagaron y el Gobierno tampoco logró un acuerdo para reestructurar una parte de la deuda (65.000 millones de dólares), entró en lo que se conoce como un default selectivo o parcial.
Para el Gobierno de Alberto Fernández resolver este tema resulta apremiante ahora que el país tendrá que buscar recursos frescos para reactivar la economía, afectada por la pandemia. Desde mediados de abril, el Gobierno pidió la renegociación, pero no ha tenido el voto favorable de sus acreedores. Las conversaciones podrían extenderse hasta el 30 de julio. Más allá de los tecnicismos, expertos coinciden en que el Gobierno sí incumplió sus obligaciones y está en la fase terminal para perder la poca credibilidad que le queda ante los mercados extranjeros. La situación se ha agravado por cuenta de la pandemia, que, a largo plazo, podría ahogar aún más las finanzas del país. Un impago total de su deuda lo dejaría en manos de los acreedores, que podrían acudir a los estrados judiciales. Incluso, reviviría el interés de los ya conocidos fondos buitre, que aprovecharían para comprar barato y luego trabar una futura renegociación. La deuda argentina asciende a 324.000 millones de dólares, equivalentes al 90 por ciento de su PIB. El problema de fondo es que, si la historia se repite y se concreta el nuevo default, las consecuencias sobrepasarán sus fronteras y podría afectar a toda América Latina, que también quedaría tachada como poco confiable.
La fama de la Argentina sumada a la de Ecuador y Venezuela se convertiría en el caldo de cultivo para que los prestamistas miren con recelo hacia este lado del mundo, dice Giovanni Reyes, profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario. Hasta países como Colombia, que siempre ha pagado sus obligaciones, no se escaparían de esta nueva realidad regional. Pero en esta ocasión se añade un ingrediente: la peor crisis de la historia reciente. Para Candelaria Botto, economista argentina y coordinadora de Economía Feminista, en este momento la posición de los organismos multilaterales parece más amigable hacia los países emergentes por los efectos esperados de la cuarentena. El premio nobel Joseph Stiglitz y varios economistas y académicos, como Jeffrey Sachs, Thomas Piketty y Ricardo Hausmann, entre otros, respaldaron la oferta de reestructuración de deuda del Gobierno argentino por 65.000 millones de dólares y les pidieron a los acreedores privados actuar de buena fe. “Nadie en su buen juicio espera que Argentina pueda pagar más de lo que ofrece. Es una solución responsable que beneficia a ambas partes y sería ‘un precedente positivo’ para el sistema financiero internacional en su conjunto”, puntualizaron.
El retroceso social que puede traer la lucha contra el coronavirus en América Latina, nuevo epicentro de la pandemia, es enorme. Por eso, muchos creen que requerirá mayor comprensión de la comunidad internacional. El presidente Iván Duque así se lo planteó esta semana al resto del mundo: es necesario encontrar un mecanismo para flexibilizar el pago de la deuda externa de economías emergentes como Colombia. América Latina se prepara para un periodo de fuerte destrucción de empleos y riqueza. La región ahora necesita ayuda con créditos, no más presiones. Solo así podrá garantizar su sostenibilidad económica y social.