Tras seis meses del inicio de las cuarentenas, toques de queda, cierres parciales, planes candado, ley seca, pico y cédula y otras medidas de aislamiento, las cicatrices empresariales comienzan a aparecer. Miles de compañías exhiben hoy las heridas que les deja el desplome en sus ingresos, el freno en el consumo y las dificultades para reabrir. Sin embargo, muchos empresarios también muestran su casta y, en vez de sucumbir, ya trabajan en sus nuevos sueños.
Los cierres han salvado miles de vidas, pero a un costo para la economía de al menos 70 billones de pesos, que arrasó muchas empresas. El balance muestra millones de desempleados, deudas abultadas y pérdidas enormes para los empresarios. Las cifras del desastre apenas comienzan a salir. Durante la pandemia, 624 empresas vigiladas por la Superintendencia de Sociedades entraron en procesos de reestructuración e insolvencia, según reportó esta semana la entidad. Representan 4,97 billones de pesos en pasivos y más de 27.000 empleos en peligro. Las insolvencias se duplicaron en los últimos meses y más de una tercera parte de las empresas (el 38 por ciento) estaría en riesgo, según la Superintendencia.
También Bogotá y las micro, pequeñas y medianas empresas generan las mayores preocupaciones. La capital lo hace porque la densidad poblacional obligó a tomar medidas más estrictas de confinamiento. Y las micro y pequeñas empresas porque no todas cuentan con el músculo financiero para resistir.
Por tipo de actividad, pocas estuvieron exentas del impacto de la pandemia. Entre los sectores más afectados están los de servicios y comercio, que acumulan más de la mitad de las solicitudes de liquidación o reestructuración ante la Supersociedades. También las industrias culturales y las actividades de entretenimiento sufrieron un duro golpe a raíz del aislamiento social.
Ni qué decir de los pequeños negocios, muchos de ellos informales, que sucumbieron ante la caída de ingresos. Muchos de ellos no están registrados en las cifras oficiales, pero las cicatrices de su descalabro se ven en todas las ciudades colombianas donde proliferan los avisos de liquidación. Fenalco había advertido hace un par de meses que 150.000 empresas tendrían que cerrar sus puertas si no había una pronta y real apertura. Esto equivale al 10 por ciento del tejido empresarial colombiano.
También la Cámara de Comercio de Bogotá tiene reportes que preocupan. Entre enero y agosto en la ciudad se liquidaron 37.000 empresas, 63 por ciento más que en igual periodo del año pasado, ha dicho el presidente de la Cámara, Nicolás Uribe. Pero 99 por ciento de ellas eran micro y pequeñas empresas, lo que confirma que la pandemia se ensañó contra ellas. Preocupa además que, en el mismo periodo, no renovó su matrícula mercantil el 16 por ciento de las empresas inscritas en la Cámara de la capital y en 59 municipios del departamento. Este trámite es indispensable para desarrollar la actividad comercial.
A esto se suma que algunas actividades no han podido volver a operar porque siguen vigentes sobre ellas las medidas de aislamiento. Restaurantes, bares, gimnasios, hoteles, centros de entretenimiento han sentido con mayor rigor el coletazo de la pandemia. Solo en el gremio de los gimnasios se calcula que el 30 por ciento de los más de 700 que operan en Bogotá no volverán a abrir. Y 25 por ciento podrían quebrar por las restricciones para funcionar.
Ayudas, ¿efectivas?
Desde que comenzó el aislamiento obligatorio, el Gobierno anunció que les lanzaría salvavidas a las empresas. Estos comenzaron a concretarse casi un mes después. Por un lado, mediante el Fondo Nacional de Garantías, amplió el aval hasta el 80 y 90 por ciento sobre créditos que el sector financiero conceda a las empresas para seguir operando.
También lanzó el Programa de Apoyo al Empleo Formal, Paef, que subsidió por tres meses la nómina en el 40 por ciento del salario mínimo para empleados formales que ganan hasta un millón de pesos, en empresas de tres o más trabajadores. Unas 134.369 empresas y 21.000 personas naturales han recibido el apoyo, lo que ha resguardado la estabilidad de 3,3 millones de trabajadores. El Ministerio de Hacienda asumió el costo de 3,5 billones de pesos.
Pero algunos siguen pensando que las ayudas resultan pequeñas y llegan tarde. Y las perspectivas de la economía no mejoraron después de que en el segundo trimestre el PIB cayó -15,7 por ciento, el peor en la historia del país.
A esto se suma que el proceso de recuperación que debía comenzar en el tercer trimestre perdió fuerza en julio y agosto por las restricciones que mantuvieron algunas ciudades. El Indicador de Seguimiento de la Economía cayó 9,55 por ciento en julio y este es un buen predictor del comportamiento del PIB.
Pero no todas las noticias son malas. En agosto, el desempleo se ubicó en 16,8 por ciento, una cifra esperanzadora después de haber superado el 20 por ciento. El Gobierno espera que para finales de año esté por debajo de 14 por ciento y represente el inicio de la recuperación de la economía, la reactivación del consumo y el retorno de la confianza empresarial y la inversión.
Además de la disciplina social y la responsabilidad individual, la recuperación también requerirá del apoyo decidido del Gobierno, estímulos al consumo, una respuesta solidaria de los compradores para garantizar el empleo. Solo así podrá ceder la pandemia, que hoy tiene postrada a buena parte del sector empresarial.
El país está ávido de buenas noticias. Los empresarios las han protagonizado en el pasado y lo harán de nuevo en el futuro. En su ADN están la capacidad para correr riesgos y sobreponerse a la adversidad. Estas son algunas historias de empresarios que han perdido una batalla, pero no la guerra.
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