Desde 1999, se estima que más de 7,7 millones de personas han emigrado de Venezuela debido a la crisis política, económica y social que ha afectado al país bajo el régimen bolivariano. Esto ha convertido a la crisis migratoria venezolana en una de las más grandes del mundo, superando incluso a la de refugiados de Siria en términos de cantidad de personas desplazadas.
Colombia ha sido el principal receptor de esos millones de migrantes y, por eso, el reciente proceso electoral que vivió el vecino país despertó elevadas expectativas en términos de migración. Antes de las votaciones existía la esperanza para muchos migrantes de poder regresar a su patria para ayudar a reconstruirla, pero ahora que el régimen de Maduro se atornilla en el poder, vuelve la desilusión e incluso el temor de que más ciudadanos decidan abandonar el suelo venezolano.
“El panorama actualmente es muy incierto. En ese sentido, creo que el primer escenario a considerar es lo que pasaría si Edmundo González logra posesionarse como presidente. En ese escenario, sí se podría hablar de un retorno, pero no masivo, sino progresivo. Esto porque los migrantes tendrían que sopesar qué tanto les puede ofrecer Venezuela” explica Donna Cabrera, experta en migración y profesora de la Universidad Javeriana.
La postura de Cabrera coincide con la mayoría de los expertos, quienes aseguran que, debido a las condiciones adversas que vive Venezuela, incluso si cayera el régimen, la recuperación del país sería un proceso lento.
Esas consideraciones están en la mente de Jenny Bohórquez, una venezolana de padres colombianos quien se encarga de administrar una panadería de productos de su país que su familia fundó hace 11 años. Ella compartió su postura en caso de que Edmundo González logre hacerse con la presidencia. “Claro que me planteo volver y no porque no me sienta a gusto en Colombia. Yo me siento bien aquí, pero desde que llegó Petro a la presidencia han sido tiempos críticos para nosotros como emprendedores”, asegura, y dice que sus análisis se deben a que las ventas de su negocio han bajado 50 por ciento en el último año.
“Desde que tenemos la panadería nunca había sentido una crisis como la de ahora. En ese sentido, claro que me gustaría volver a mi país. Profesionalmente, aquí no he podido desarrollarme, tengo más de 25 años de experiencia como abogada y nunca pude encontrar empleo en esa área en Colombia, por eso emprendí, pero este año ha sido complicado”, reitera.
Vanessa Cárdenas y Dayana Mendoza, dos venezolanas radicadas respectivamente en Madrid y Bogotá, también comparten su opinión sobre esta coyuntura. “De ganar Edmundo González, yo sí consideraría devolverme a Venezuela, si y solo si allá encuentro las garantías de una estabilidad, que es lo que yo no veo actualmente en el país”, dice Vanessa. Asimismo, Dayana Mendoza, quien hace poco finalizó su carrera universitaria, evaluaría volver cuando vea que en Venezuela haya espacios para realizarse como profesional. “En primera instancia, no creo que vuelva pronto, porque, como profesional joven, necesito comenzar a forjar mi carrera; ya he perdido mucho tiempo por culpa del régimen. Extraño mucho Venezuela y sin duda me veo allá, pero en retrospectiva entiendo que no me puedo ir porque considero que las condiciones todavía no están. Sé de muchos que piensan distinto a mí, y no lo pensarían dos veces en devolverse. Yo esperaré a tener una oportunidad de ejercer”.
Golpe de realidad
Pese a los deseos y expectativas de miles de migrantes, e incluso a que países como Estados Unidos han reconocido como ganador a González, la posibilidad de que el Gobierno Maduro siga en el poder permanece. En ese escenario, expertos como Cabrera y su colega Mauricio Jaramillo, profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, prevén una nueva ola migratoria.
“Ese efecto ya lo hemos visto. Sucedió en 2017, cuando en Venezuela se eligieron los miembros que participarían en la Asamblea Nacional Constituyente propuesta por Maduro. Al no ver cambios, sino un continuismo injustificado, las personas se desilusionaron y muchas se fueron ese año. Ahora podría pasar lo mismo porque estas personas tendrían razones para buscar otro escenario para su proyecto de vida”, asegura Jaramillo.
“Sin lugar a dudas. Yo armo las maletas junto a mi esposo y me voy”. Así responde Yolanda Ramírez, una venezolana de 59 años que reside en Caracas, al preguntarle qué haría si el régimen continúa.
Yolanda comparte que de sus cuatro hijos, tres viven en Colombia y uno en Chile. Todos salieron de Venezuela hace años y ahora tiene tres nietos que también viven fuera. Para ella, ya no tiene sentido vivir lejos de su familia y bajo un régimen que trata al venezolano como un esclavo. “Dios quiera que sea todo lo contrario, pero de no serlo, sabemos que la represión va a ser mucho peor. Esta es una opción que hemos tenido en mente hace tiempo. Nos costará y mucho, pero sí me iría. No podemos aguantar más”.
Ese dilema lo viven muchas familias venezolanas cuyos miembros de menor edad se vieron forzados a migrar. Como resultado, hoy el país tiene un elevado porcentaje de padres, abuelos y adultos mayores que viven sin la compañía de sus familiares más jóvenes.
Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac) y profesor de economía de la Universidad Javeriana, opina que, además de esta población residual que no se había animado a migrar y que ahora sí lo haría, también se deben añadir al análisis aquellas personas que puedan verse afectadas por un golpe represivo del régimen. Esto aumentaría tanto el tránsito como la permanencia de personas venezolanas en territorio colombiano.
Jenny Bohórquez, la abogada que tiene su panadería en Bogotá, cree que es una posibilidad triste que crezca la migración. “Hablan de que se irían más de 4 millones, y aquellos que se queden serán los que no cuenten con los recursos, o personas muy mayores que ya no tengan facilidad de movilidad. Ellos tendrán que quedarse”, lamenta.
Sobre esto, Dayana Mendoza, cuyos padres aún residen en el estado Táchira, concluye: “En mi caso, les hemos dicho a mis padres varias veces que salgan y ellos no han querido. Nos dicen que no quieren ser una carga. Además, no aceptan migrar porque allá está todo por lo que lucharon y trabajaron, lo que es suyo; su vida. A ellos les pesa, por más que no lo digan, el tener que llegar a un sitio nuevo con las manos vacías”.
En la frontera también se siente la incertidumbre de la migración. Sergio Palacios, presidente de Fenalco en Cúcuta, señala que con los últimos acontecimientos se han resentido las ventas en la ciudad, con una baja de por lo menos 35 por ciento frente a lo que había antes de las elecciones. “Muchos venezolanos viajaron porque querían votar, pero la frontera estaba semiabierta o cerrada y la presión del régimen que no permite que la gente salga, tumbó más las ventas”, explica, al tiempo que señala que desde el gremio esperan que la situación mejore en Venezuela, pues la economía de la ciudad depende de lo que ocurra en el vecino país.
Los millones de migrantes venezolanos han ayudado a aumentar la fuerza laboral, a impulsar la economía y a contener la caída de la natalidad, al tiempo que han implicado desafíos de integración, seguridad y gasto social, que Colombia ha venido aprendiendo a manejar en los últimos 19 años. Una nueva ola de migrantes no solo sería un gran reto interno, sino un nuevo drama para una nación que no ha podido levantar cabeza.