Es clara la aserción reciente de Mariana Mazzucato, respetada profesora de economía del UCL de Londres, “la izquierda se ha vuelto perezosa. Debería enfocarse mucho más en la creación de riqueza”. Del lado opuesto, se podría decir “la perezosa es la derecha, que se ha enfocado poco en la distribución de la riqueza, con la cual podría lograr una mayor estabilidad política”. Pero entre esos dos puntos es claro que en una sociedad como la nuestra debe haber, de todas maneras, una mayor riqueza para tener un país más equitativo.

Colombia tiene varias fuentes de riqueza a la mano. La primera es la capacidad de trabajo y emprendimiento de nuestra gente. Aquí nunca tuvimos acceso a riquezas fáciles (excepto el narcotráfico) y eso nos ha labrado esa característica cultural.

Nos hace falta más formación masiva en gerencia y fuentes de financiación que no se limiten a los bancos, cuya estabilidad ha sido un gran activo; en Estados Unidos, hasta hace 50 años solo había “los bancos”, hoy existen fondos de capital privado, fondos de cobertura (hedge funds), inversionistas ángeles, capital de aventura, entre otros. Una mezcla de estos con crédito constituirían buenas alternativas en pymes. Pero esto no anda solo, hay que acudir a la voluntad también de los fondos de impacto.

Por otro lado, Colombia es uno de los países más ricos en agua en el mundo, con el mayor porcentaje de páramos sobre la Tierra, y nuestros paisajes, producto de esa abundancia de agua, ya empiezan a ser famosos en el turismo mundial, gran generador de empleo, que volverá cuando la pandemia lo permita. Esto es agua, como los miles de millones de dólares que se exportan hoy en flores o los que se están empezando a exportar en frutas y verduras.

Con el agua que producimos se genera la energía hidráulica, que podría certificar la producción limpia de una enorme cantidad de bienes para exportación (comparto esta idea con Bruce Mac Master, quien me la acabó de redondear).

Esto sin contar la nueva riqueza de La Guajira y el Cesar, que es el sol y el viento, para aumentar nuestro potencial de energías no contaminantes. Hace algunos años, estimaba que se podría exportar esa energía de otras maneras, pero el presidente de la Andi tiene razón, se puede exportar en millones de productos también del campo, por los que estarán ávidos millones de personas que tienen como objetivo ser carbono positivo en su vida y en su consumo.

Dentro de esa ‘agua’, se ha estimado que si usáramos la Orinoquia adecuadamente en todo su potencial, se produciría el equivalente a dos bonanzas petroleras. Para esto, como afirma Gabriel Jaramillo, el exitoso emprendedor de ganado en el Vichada, hay que tramitar la Ley de Tierras. Muy controversial si se quiere, pero relativamente sencillo. La altillanura es más grande que las dos islas de Nueva Zelanda sumadas, país que se desarrolló a punta de productos agrícolas en la segunda mitad del siglo XX.

Pero, además, hay 12 millones de campesinos que a duras penas hacen parte de nuestra economía, en la que deberíamos focalizarnos para, en primer lugar, sacarlos de la pobreza. Antes de la pandemia, el 60 por ciento de los pobres estaban en el campo. Este objetivo requiere recetas conocidas, pero, como tantas cosas en Colombia, no implementadas: 1. Conexión con las cadenas de oferta estables y a largo plazo, incluyendo la reducción de los intermediarios. 2. Asistencia técnica para mayor productividad. 3. Créditos/capital adaptados a las necesidades del campo. 4. Acceso a tierra en muchos casos. Y 5. Insumos adecuados, también desintermediados.

Colombia debe empezar a reclamar seriamente los bonos verdes como país, por el aporte de sus bosques montañosos y de su Amazonia al oxígeno que le proveen al planeta. Por último, está el enorme potencial del cannabis y su cadena de productos medicinales y recreacionales. Ya existe el nombre de nuestro país para ello, de las viejas épocas de la prohibición en los Estados Unidos y tantos otros países. Hay que aprovecharlo.