“Estamos viviendo un ataque irracional a un sistema de salud que después de la Ley 100 mejoró totalmente el acceso a las clases menos favorecidas”, asegura Vicente Borrero, director general de la Fundación Valle del Lili, entidad que cuenta con una de las clínicas más reputadas del país y que forma parte de las 1.000 empresas más grandes de Colombia.
Borrero habla sobre la reforma al sector que se tramita en el Congreso con la contundencia que le dan más de 50 años de carrera en la industria de la salud. “Yo llegué de Estados Unidos de estudiar administración de salud en la Universidad de Harvard y en 1969 me nombraron director del Hospital Universitario del Valle, el más importante de la región en ese entonces. Pero la realidad era que atendíamos la gente que físicamente cabía en el hospital; a los que no cabían les tocaba salir a buscar un mago o un yerbatero para ver cómo resolvían sus enfermedades. Hoy lo que tenemos es una cobertura casi universal y una satisfacción de la gente de más del 70 por ciento con el sistema”, dice este ejecutivo al tiempo que admite que el sistema no es perfecto y tiene fallas, aunque eso no justifica frases del presidente Gustavo Petro como que “Colombia tiene el peor sistema de salud del mundo”. Para Borrero esa afirmación es un absurdo y “una pérdida de contacto con la realidad de la mayor autoridad del país”.
También le preocupa la reciente declaración del ministro de Salud, Guillermo Jaramillo, de que las unidades de cuidado intensivo abiertas durante la pandemia fueron un negocio y un asalto a las finanzas del sector. “Eso no es cierto, por lo menos debió concretar qué entidades hicieron negocio con eso”, asevera Borrero.
¿Es un negocio?
Otro de los puntos que rebate Borrero, a cargo de la Fundación desde que arrancó en 1986, es el argumento de que la salud no debe ser un negocio.
“La medicina avanza a una velocidad muy grande. Si usted no tiene márgenes en el funcionamiento de su hospital para la actualización tecnológica, está perdido. Y no puede progresar ni el país, ni la institución, ni beneficiar a la gente. Estas instituciones necesitan márgenes para poder invertir. Aquí no hay dueños. No repartimos dividendos. La totalidad del margen se va en crecimiento físico, en educación e investigación. Somos los mayores investigadores en medicina del país y en apoyo social. Hemos logrado, por la verdadera definición de eficiencia, que es la ausencia de desperdicio, que la Fundación sea eficiente y pueda cumplir esos objetivos. Aquí no hay negocio para nadie. El negocio es para beneficio de la región y del país. Punto”, precisa.
Para Borrero tampoco es acertado decir que las clínicas de alta calidad, como la suya, son clasistas y solo atienden a los más ricos. “El 75 por ciento de los pacientes que atendemos en la Fundación Valle del Lili, en igualdad de condiciones, porque nuestro lema es que no atendemos enfermedades, sino seres humanos enfermos, son de estratos socioeconómicos bajos. No hacemos distinciones entre los pacientes; inclusive, nos llegan muchos niños con problemas complejos de desnutrición y una vez que son dados de alta les ayudamos a sus familias económicamente para que esos niños no vayan a recaer por falta de una nutrición adecuada. Eso lo hacemos en la región suroccidental. Instituciones como la nuestra o la Fundación Santa Fe han progresado porque el aseguramiento les ha garantizado un ingreso que les permite mantener la calidad de su atención”, enfatiza.
Espacio para los pacientes La idea de la Fundación Valle del Lili comenzó en 1982 con Martín Wartenberg, un cardiólogo muy reputado que no encontraba dónde atender a su gente. Sin embargo, pasaron varios años tratando de concretar el proyecto hasta que en 1994 inauguraron la clínica con 90 camas, ocho de cuidado intensivo y cuatro salas de cirugía. La creciente demanda los llevó a expandirse rápidamente y hoy tienen casi 1.000 camas, más de 800 médicos a su servicio y 9.000 empleados con los que atienden la alta complejidad del occidente del país. Sus ingresos en 2022 fueron de 1,32 billones de pesos, 15 por ciento superiores a los de un año atrás, aunque sus utilidades bajaron 2,1 por ciento, fueron de 106.476 millones de pesos.
Pese al rápido crecimiento de la Fundación, su director dice que es insuficiente, pues la demanda por los servicios es cada vez más grande: “Por eso, a pesar de las dificultades que está viviendo el país, hemos decidido no parar los proyectos de inversión, ni nuestros programas de educación médica ni los de investigación”. Agrega que tienen que seguir creciendo porque toda la alta complejidad de la región suroccidental del país, en la que viven casi 12 millones de personas, llega a Cali. “Si usted va a Popayán, a Pasto, a Mocoa, inclusive a las mismas Pereira o Armenia, no encuentra clínicas de la complejidad y la capacidad de resolver problemas como las nuestras. Tienen que venir a Cali. Entonces, no podemos parar de crecer. Esta mañana amanecimos con 125 pacientes críticos en el servicio de urgencias porque no tenemos una sola cama disponible. Y esos pacientes no son los Rockefeller, ni los Santo Domingo, ni los Ardila. Son pacientes de los estratos más bajos del país y se atienden igual y en las mismas posibilidades”, reitera.
En ese proceso de crecimiento, acaban de terminar un edificio de 12 pisos con 120 camas y comenzaron la construcción de otro de 14 pisos para atención ambulatoria bajo la premisa de que la medicina va más hacia este tipo de atención, incluso, para enfermedades como el cáncer. Además, tienen una clínica paralela, la Clínica Amiga, que era de Comfandi y ahora se llama Limonar, la cual también está en proceso de expansión, pues no tiene consultorios.
Borrero indica que la oferta de alta complejidad es escasa, ya que las inversiones son enormes y, de hecho, eso es lo que hace que las grandes empresas de salud del mundo prefieran comprar clínicas ya hechas y que ya están prestando servicio.
“En Colombia no se está construyendo nada nuevo. Entonces, reitero que no tiene sentido decir que esto es un negocio. Es básicamente un servicio que ni el Estado ha podido resolver. Y hay una cosa más grave que está pasando. En Colombia hay 67 escuelas de medicina autorizadas por el Ministerio de Educación y solo hay 13 hospitales universitarios acreditados. ¿Dónde se están formando esos muchachos? ¿Con qué calidad de educación? Y el problema es que, una vez graduados, pueden girar cheques en blanco contra el sistema de salud. Preocúpense por eso, por la calidad de la oferta de recursos humanos en el país, por mejorar la atención de los hospitales públicos. Eso es lo que debería hacerse con la reforma a la salud”, concluye el director de la Fundación Valle del Lili.