En la vitrina de turismo más grande que organiza Colombia con Anato, que se adelanta esta semana en Corferias, se ha visto algo particular: con más ahínco que en versiones anteriores, las comunidades étnicas han tenido protagonismo. Incluso, algunos departamentos como La Guajira están participando con dos espacios, uno dedicado a “La capital indígena, Uribia”.
El mensaje es claro. Así como cientos de personas desean viajar al tradicional plan de playa, brisa y mar, muchas otras están buscando experiencias y por eso prefieren el etnoturismo, lo que se define en viajes y planes relacionados con los pueblos indígenas y sus hábitats, con el fin de aprender de su cultura y tradiciones.
En Uribia, por ejemplo, donde se encuentra el 80 % de las atracciones turísticas de La Guajira, como el Cabo de la Vela, Punta Gallina o el Parque Nacional Macuira, por nombrar algunas, están en territorio de los indígenas wayyú, quienes le rinden tributo a la naturaleza y ven riqueza espiritual y sagrada en una roca o yacimientos de agua.
“Una vez me visitó mi territorio un fotógrafo estadounidense que estaba de vacaciones, y yo le insistía en llevarlo a la playa, y él se negaba; me dijo que había escogido ese destino porque quería entender nuestras costumbres, poder dormir en las rancherías, escuchar las historias de nuestros ancestros, entender por qué ahorrábamos tanta agua y escuchar hablar en nuestra lengua. Ese día entendí que los wayuú teníamos que abrirnos al mundo y mostrar de lo que nos sentimos orgullosos”, le dijo a SEMANA José Gerardo González, indígena wayuú y empresario del turismo.
En realidad, hasta el momento son más los extranjeros que pagan por ese tipo de experiencias, según las mismas empresas turísticas. En primer lugar están los franceses, seguidos de los italianos, los españoles, escoceses y norteamericanos.
Nadie es profeta en su tierra, aseguran algunos, cuando ven que son juzgados por algunos colombianos: “Queremos que nuestro territorio sea visto con la magia que tiene su cultura y descubran su esencia, ese es nuestro valor agregado, más allá de los lujos está la oportunidad de aprender cómo viven los indígenas y por qué somos tan diferentes al resto de los colombianos, somos gente amable, y eso lo descubrirán cuando nos conozcan”, dijo Angélica Deluque, secretaria de Turismo de Uribia.
En Colombia hay alrededor de 100 comunidades indígenas, todas con aspectos únicos, que pretenden explotar -en el buen sentido de la palabra- en lugar de estar tentados a cambiarlos. En un ambiente consumista dónde el mercado absorbe todo lo que los hace especiales, apostarle al etnoturismo les ayuda a no desaparecer y a que las nuevas generaciones se enamoren de sus raíces para fortalecer su territorio y generar desarrollo a través de sus costumbres.
En departamentos como Amazonas, Magdalena, Guainía, entre otros, las comunidades indígenas están dispuestas a guiar a centenares de turistas y a adoptarlos en sus rancherías, viviendas, y quioscos. Tienen planes que forman parte de agricultura, pesca y ganadería e incluso hay momentos de experiencias espirituales con rituales y remedios con hierbas tradicionales.