Analistas y entidades económicas han elevado las expectativas de crecimiento económico del país: las ubican entre 6 y 7,5 por ciento, muy por encima de las tímidas cifras del 4 a 5 por ciento que muchos veían al principio del año. Incluso tras la pérdida del grado de inversión, la tensión social y las amenazas de nuevos picos de la pandemia hay optimismo.

Eso demuestra la capacidad de reacción del aparato productivo del país frente a la adversidad. Pero esa nueva dinámica de crecimiento tiene que venir impulsada por distintas acciones. Por un lado, el contagio generó profundos cambios en hábitos y comportamientos. El desarrollo de las telecomunicaciones así como la adopción y construcción de tecnología son factores clave en la recuperación y consolidación del crecimiento. La pandemia dejó en evidencia las profundas brechas digitales y la necesidad de cerrarlas, pues su acceso se convierte en un instrumento de competitividad y productividad, pero también en un elemento de equidad.

Las empresas también tendrán que enfrentarse a una compleja situación: mientras en ellas recaerá gran parte de los nuevos recursos de la tributaria que se tramita en el Congreso, son las llamadas a mantener e incrementar la inversión para apuntalar el crecimiento económico y apostarle a generar empleos dignos y formales, que les permita a poblaciones como los jóvenes y las mujeres incorporarse al mercado laboral.

En sus agendas, además, tendrán que profundizar estrategias de innovación que potencien sus estructuras productivas y les den un nuevo aire para recuperar la dinámica que traían antes de pandemia. Las empresas desempeñarán un papel clave en el diálogo para generar oportunidades de empleo y desarrollo, en medio de las tensiones sociales que pusieron en jaque las cadenas productivas y la operación empresarial. Es fundamental generar nuevos entornos de crecimiento inclusivo, más allá de las cifras financieras. Los empresarios tienen claro que si no se crea valor social, sus compañías no serán sostenibles en el tiempo.