La pandemia ha dejado consecuencias políticas, económicas y sociales. Golpeó el tejido empresarial, el crecimiento, destrozó los avances en materia de disminución de la pobreza y los ha hecho retrasar al menos una década. Pero uno de sus mayores efectos es que puso a prueba al sistema de salud del país.
El sistema no colapsó a pesar de las tensiones, el número incremental de contagiados y de fallecidos y los altos niveles de ocupación en las unidades de cuidados intensivos. Entregó respuestas aceleradas en materia de pruebas, de temas médicos, científicos y estratégicos que le han permitido al país pasar tres picos. Que, además, se tienen que conjugar con la reactivación de la economía.
Elías Botero, presidente de Famisanar, asegura que lo importante para su entidad y para cualquier EPS no es hablar en términos de ganancias o pérdidas monetarias, sino de contar con resultados que son clave para preservar la vida misma. Por eso, en la reactivación económica que se ha venido dando parcialmente, la gestión de las EPS se multiplica porque deben, como sea, hacerle frente y tratar de frenar el contagio del virus por medio de la comunicación y concientización del autocuidado a los afiliados. Y, sin duda, “contar con todos los recursos técnicos, estructurales y humanos para responder a la toma y resultado de pruebas, vacunación, atención de pacientes positivos y la necesidad apremiante de frenar la cadena de contagio, entre otros factores importantes”, señala.
Esta EPS es una de las más importantes del centro del país, que además tiene presencia en regiones como la costa Caribe y en departamentos como Santander, Boyacá, Risaralda, Meta, Nariño, entre otros. El año pasado, superó los 2,7 millones de usuarios, un crecimiento del 13 por ciento frente a 2019. Y en los primeros seis meses de este año esa cifra aumentó en 40.000 nuevos usuarios. Sus ingresos para 2020 crecieron 18 por ciento, al compararse con 2019, y llegaron a 2,8 billones de pesos.
“Teníamos un plan de inversión en tecnología, un plan a futuro de omnicanalidad, estábamos pensando con trabajar medicamentos de manera domiciliaria. Pero la pandemia nos aceleró todo: tuvimos que hacer en forma inmediata lo que pensábamos hacer en dos o tres años”, dice Botero.
Cambios y ajustes profundos en medio de una compleja situación del sector: por una parte, en lo económico, las EPS están a la espera de que el Gobierno revise el desbalance que se generó entre agosto y diciembre del año pasado en los llamados presupuestos máximos –los pagos que se hacían a estas entidades con estadísticas de lo que consumían–, cuyo valor puede oscilar entre 600.000 millones y el billón de pesos. A esto se suma la demora en los pagos de las canastas covid que no se han realizado para este año. “Estamos en un nivel de estrés muy serio. Tenemos descuadrados presupuestos máximos, y las canastas covid que no han sido activadas. Eso significa que se acabaron los recursos”, señala el directivo.
Y de otra parte, lo que está pasando en materia de salud. Está aumentando la siniestralidad de la atención normal –los servicios que se habían congelado por la prioridad que se dio en la pandemia– buscando reducir el rezago, más la atención de la pandemia; los desempleados que quedan en esquemas denominados población descendente que siguen siendo atendidos por sus EPS –dadas las características especiales en materia social de cada uno–; y el reto mismo que genera la pandemia con una población que o no quiere vacunarse o busca ciertos biológicos.
A pesar de la compleja situación, Botero es optimista. Cree que esta ha sido una oportunidad para que cada persona, familia y organización en cada país se comprometa con la salud y el bienestar. Solo así se superará la pandemia.