SEMANA: ¿Cuál es su balance del año pasado y de los primeros seis meses de 2024?
JOSÉ ALEJANDRO GUERRERO: En general, el año pasado para la banca fue terrible, por un frenón fuertísimo. Si al sector real le va mal, al sector financiero también le va mal. Eso es así. Entonces, este 2024 para nosotros, es un año de transición. De un muy mal 2023 a un 2025 mejor. Por supuesto, no es el ideal, porque la economía seguramente va a crecer un poco más, pero no en los niveles que debería para realmente generar desarrollo y reducir la pobreza. En el primer semestre de este año tuvimos como muchos bancos, números en rojo, porque a diferencia de muchas otras entidades no tuvimos la posibilidad de desacumular provisiones.
SEMANA: ¿Y por qué no podían?
J.A.G.: Porque el microcrédito no tiene esa posibilidad, a diferencia de los otros segmentos, a los cuales, desde finales del año pasado, la Superfinanciera les permitió desacumular provisiones. Eso les ayudó a muchas entidades a no presentar pérdidas este primer semestre. En nuestro caso, creo que debemos cerrar el año con pérdidas de entre 9.000 y 10.000 millones de pesos, que realmente no es grave frente a un patrimonio de 560.000 millones y una solvencia del 16 %. Es realmente muy pequeño. El sistema financiero, en general en Colombia, es supremamente sólido.
SEMANA: ¿Y en particular qué es lo que ha hecho que ustedes pierdan?
J.A.G.: A diferencia de otros bancos que atienden nichos como libre inversión o comercial y tienen tasas de interés variables, las de nosotros son fijas, lo que implica que el margen se nos estrechó y solo dependemos de las decisiones del Banco de la República, que afortunadamente, ya empezó a bajar sus tasas. Ojalá las baje un poco más rápido, pero yo también entiendo su responsabilidad en el control de la inflación.
SEMANA: A ustedes, ¿qué les golpea más?: ¿Las mayores tasas de interés que hacían que la gente demandara menos crédito o la subida de la morosidad?
J.A.G.: El alza de las tasas de intermediación, porque incrementa el costo del fondeo y nos afecta el margen, impidiéndonos cubrir el deterioro de la cartera, que no es mucho, pero sí se ha presentado. El microempresario no es ajeno a lo que sucede en el país y la inflación le ha pegado muchísimo, afectando su capacidad de pago y reduciendo sus ventas. La señora que vende arepas en una esquina hoy vende un poco menos que antes.
SEMANA: En los créditos de consumo es en donde más se ha sentido el aumento de la morosidad, ¿cómo ha sido en el caso de ustedes?
J.A.G.: Se empezó a deteriorar de forma fuerte a finales del año, pero en abril ya empezó a mostrar mejoría. La gente está sobreendeudada y no quiere tomar crédito. Eso se ve en los empresarios de todos los tamaños y también se relaciona con que el país está muy convulsionado, lo que de alguna manera afecta un poco la confianza y la gente se mide un poquito más al tomar decisiones. A eso se suma el creciente problema de seguridad, que ha sido muy duro para los microempresarios, que son los que generan 60 % de los empleos formales y entre 30 % y 35 % del Producto Interno Bruto.
SEMANA: ¿A qué se refiere por problemas de seguridad, a la extorsión?
J.A.G.: En efecto ese es un fenómeno peor que la subida de las tasas de interés y peor que la inflación. La microextorsión está afectando duro a nuestros clientes en Bogotá, en Cali, en las principales ciudades y en la ruralidad. Eso les quita capacidad de pago, porque deben responderles a los extorsionistas. A eso se suma que hay zonas donde nosotros no podemos entrar. Donde los grupos ilegales les tienen que dar a nuestros analistas un carné para poder entrar. Es decir, es un paraestado, en el que no permiten que nosotros entremos a llevar créditos o a cobrar.
SEMANA: Me llamaba la atención porque no había escuchado que el microcrédito era otra de las víctimas de la extorsión, creía que su ‘competencia’ eran los paga diarios y los gota a gota...
J.A.G.: Esos toda la vida han estado, pero insisto en que la inseguridad está afectando muchísimo a la industria microfinanciera, al quitarles acceso al crédito a muchas personas, sobre todo en la ruralidad. Además, es claro que la extorsión siempre ha estado, pero hoy está exacerbada.
SEMANA: Varios banqueros se han quejado recientemente de la tasa de usura y piden que la quiten para así poder prestar a más personas, ¿En el caso del microcrédito tiene la tasa más alta, comparte esa solicitud?
J.A.G.: Lo que pasa es que quitar la tasa de usura políticamente no es bien recibido. Quitar ese techo ha servido para un avance rápido de las microfinanzas en países como Bangladesh o la India. Las microfinanzas son una actividad muy costosa. Es un modelo de negocio muy distinto a la banca tradicional. Nosotros le prestamos a la gente con la cédula, porque nuestros clientes son informales y usualmente no son sujetos de crédito. Por eso competimos con el gota a gota o el paga diario y lamentablemente hay un dicho que explica bien esta situación y que dice que “la plata más cara es la que no se tiene”. Esos agiotistas les prestan a los vendedores de las plazas de mercado al 10 % diario, lo que les permite subsistir, pero no crecer; nosotros como banco la tasa más alta que podemos cobrar es 3,5 % mensual y seguramente el año entrante a medida que bajen las tasas del Banco de la República, el costo del crédito volverá a bajar. Si bien la tasa de usura del microcrédito es más alta, el Gobierno creó cinco subsegmentos, en donde han venido bajando las tasas, como es el del crédito rural productivo, el cual hoy está en 27,8 % y justamente por estar tan bajo nadie presta. Esa línea de crédito va a ser un fracaso absoluto.
SEMANA: ¿Una tasa de 27,8 % es insuficiente?
J.A.G.: En efecto no alcanza, hoy ni siquiera Finagro está desembolsando en esa línea lo mismo que desembolsó en el pasado. Somos más o menos 40 entidades de microfinanzas en Colombia y ninguna le está apuntando a ese nicho. Solo lo hace el Banco Agrario, el cual no es tan ágil. Nosotros desembolsamos un crédito entre 24 y 48 horas, porque competimos con el gota a gota, el Banco Agrario se demora uno o dos meses. Lo único que queda es esperar para que el Gobierno entienda.
SEMANA: Además de la rapidez, ¿cómo compiten con el gota a gota?
J.A.G.: Nosotros tenemos el propósito social de hacer inclusión financiera y lo hacemos a través de un producto que se llama “Gotahorro”, que es un gota a gota, pero con ahorro, es un producto lindísimo en el que hemos colocado más de 300.000 operaciones. Lo desembolsamos a 30, 60 o 90 días.
SEMANA: ¿Y las personas primero ahorran y luego les prestan o cómo funciona?
J.A.G.: Te pongo el ejemplo con números reales, si eres un usuario del gota a gota por varios años, te dan una “buena tasa”, que puede ser del 20 % mensual y te prestan un millón de pesos a 60 días. Es decir, con cuotas diarias de 25.000 pesos en 60 días, pagas un millón y medio. Nosotros prestamos el mismo millón de pesos, pero, en vez de pagarnos 25.000 diarios, nos pagan 24.000, lo que implica un ahorro de 60.000 pesos en 60 días, pero adicionalmente de la cuota diaria de 24.000 pesos, nosotros cogemos 6.000 y te los mandamos a tu cuenta de ahorros. Cuando la persona termina de pagar el crédito, ha ahorrado 60 mil frente a lo que le hubiera pagado al gota a gota y además tiene 360.000 pesos en su cuenta de ahorros. Como este es un grupo que pide prestado para sobrevivir, seguramente en su próximo Gotahorro va a pedir menos prestado porque ya tiene recursos y así poco a poco ya no va a requerir crédito.
SEMANA: Le insisto con la pregunta de la usura, ¿cree que debería eliminarse?
J.A.G.: La tasa de interés para competir y erradicar el gota a gota debería ser libre. Podría llegar al 80 % o al 90 %, pero no pasa nada porque es mucho mejor que el 10 % diario. El Gotahorro nuestro, por ejemplo, hoy está al 80 %, aunque el techo nos permite 85 %, y está en ese nivel porque la mora de ese crédito es más alta, la siniestralidad es del 90 %. Sin embargo, la gente que lo usa está absolutamente agradecida. Si bien son personas que no tienen balances, nosotros los ayudamos a organizar sus cuentas y si no pagan no es porque se quieran robar la plata, sino porque se equivocaron, tal como le ocurre al resto de las personas cuando hacen malas inversiones. La ventaja de los microempresarios es que son luchadores, resilientes y tienen una flexibilidad enorme, así que si el negocio no les funciona buscan otra actividad que les permita generar ingresos.
SEMANA: ¿Y algunos de sus clientes se gradúan? Es decir, ¿avanzan y ya no piden microcréditos, sino préstamos más grandes?
J.A.G.: Sí algunos avanzan e incluso cambian de banco, pero las estadísticas globales muestran que menos del 5% de las microempresas informales crecen. Una señora que vende almojábanas en la esquina tiene un negocio rentable en el que gana, por lo general, mucho más que el mínimo. Con ese ingreso compra su casa, la mejora, le hace la plancha, hace el segundo y el tercer piso, pero ella sigue en la misma esquina. Raras veces contempla pasarse a un local o crear franquicias. La mayoría se queda ahí porque formalizarse les quiebra el negocio, pues aparecen nuevos gastos que no tenían antes. Por supuesto, es necesario promover la formalidad, pero esta no se puede imponer a la fuerza, tiene que ser un proceso gradual.