No hay futuro”, me dijo Clara, una joven de menos de 25 años hace unos días. Sus palabras me transmitían la pérdida de esperanza de los más de 11 millones de jóvenes colombianos para quienes la confianza en un mejor futuro es un cuento que no se creen.
Crisis económica, desconfianza y desesperanza dejaron de ser un lugar común para convertirse en una realidad apabullante, una pandemia de razones sin acciones, una realidad que los líderes no podemos seguir viendo desde el balcón con solo la intención de ayudar. Y tienen razones de sobra.
Se estima que 27,2 por ciento de los jóvenes en Colombia (el 17 por ciento de los hombres y el 30 por ciento de las mujeres) no estudian ni trabajan. Esto significa que hay 3 millones de personas en el país que están quedando por fuera de las oportunidades de tener una mejor calidad de vida.
Al sentimiento de desesperanza se suma la desconfianza frente a las instituciones. Clara, quien se atrevió a plantearme su visión de “no futuro”, me preguntó dónde están las acciones concretas con las que vamos a acompañar a los jóvenes colombianos.
La invité a un café y mientras me contaba cómo dejó de soñar en ir a la universidad, me cuestionaba qué estamos haciendo, Universidad y Empresa, para que la formación profesional responda a lo que demanda el mercado y para que las compañías apoyemos el paso del entorno académico al laboral, con mentorías, pasantías y otros programas prácticos con los cuales los jóvenes se acerquen al mundo empresarial y las empresas puedan encontrar el talento que necesitan.
Sus palabras fueron una declaración de principios. Clara no estaba pidiendo que le regalara nada. Clara me llevó a entender algo; cómo conectar las necesidades empresariales y de competitividad del país con los programas de formación técnica y universitaria. Y me planteó ideas de qué pasaría si en lugar de invertir en procesos de selección costosos y cazatalentos, desarrolláramos y formáramos el talento joven para los cargos que necesitamos tener.
Pedimos otro café, y mientras nos lo servían me invitó a revisar si también era posible apoyar a quienes optaron por el camino del emprendimiento con mentorías, redes de contactos y, desde el sector financiero, con el acompañamiento que necesitan para que puedan desarrollar su negocio.
Después de que me hiciera muchas preguntas, Clara me anunció que tenía prisa, se despidió rápidamente mientras me decía “sea cual sea el camino, hay que actuar, porque no hay futuro”. Mi reacción fue decir, “sí hay futuro, construyámoslo juntos”. Luego pensé en que debemos empezar a medir nuestro éxito más allá de la rentabilidad con un manifiesto a los jóvenes y a las mujeres en el que promovamos:
1. Acceso a educación técnica y tecnológica con programas de becas.
2. Generación de primer empleo, con prioridad para mujeres y jóvenes.
3. Diseño de programas rurales que promuevan la competitividad del campo, con especial énfasis en la construcción de futuro para los jóvenes colombianos.
Hoy más que nunca debemos entender lo interconectados que estamos, lo vulnerables que somos y la importancia de trabajar juntos. Por esto hago un llamado a todo el sector empresarial, a la academia y al tercer sector a unirse a este propósito común bajo el entendimiento que trabajando unidos con una meta retadora y clara podremos impulsarnos como sociedad para generar mayor equidad y acceso a las oportunidades.