Como si la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres no fuera suficiente, estudios recientes han demostrado que para ellas no solo es más difícil abrirse campo en el mundo laboral, sino que si, por algún motivo, sufren de sobrepeso u obesidad son más duramente discriminadas que ellos. Y esto no solo incluye la moda que está a su disposición, sino principalmente su capacidad de ganar dinero.
En los siglos XV y XVI la obesidad era vista como un símbolo de prestigio, pues solo era posible tener unos kilos de más cuando se contaba con los recursos para comprar suficiente comida. Este concepto hoy es completamente opuesto, dado que ahora hay una relación negativa entre ingresos y peso corporal. Como resultado, entre más adineradas son las personas, más delgadas tienden a ser. Y aunque esto parece una verdad tan evidente, como la de que es mejor ser rico que pobre, lo cierto es que el castigo económico por sobrepeso o gordura es mayor para las mujeres que para los hombres.
Esta teoría, que se suma a otras que evidencian las persistentes brechas de género, se basa en varios estudios académicos que fueron analizados en un capítulo reciente del pódcast Money Talks de la revista The Economist, que estuvo dedicado a analizar la economía de la delgadez.
Su argumento es que las mujeres ricas son mucho más delgadas que las pobres; mientras que los hombres ricos y pobres tienen la misma probabilidad de ser obesos o tener sobrepeso.
En el pódcast usan como argumento el estudio de John Cawley de la Universidad de Cornell, el cual sugiere que las mujeres con sobrepeso tienen salarios más bajos que sus pares más delgadas, lo que impide que puedan comprar los alimentos considerados como ‘saludables’ o pagar rutinas de ejercicio más efectivas. En otras palabras, reafirma la famosa frase de que no hay mujer fea sino pobre.
Por eso, el estudio asegura que la inversión que las mujeres hacen en su físico, no es un simple tema de autoestima o de buscar aceptación social, sino que, como toda inversión, se hace con la expectativa de obtener dividendos, como un puesto mejor remunerado.
Una medida que actualmente está de moda para saber si se tiene un peso ‘sano’ es el Índice de Masa Corporal (IMC), el cual se calcula dividiendo el peso de una persona por su estatura al cuadrado. Para la mayoría de adultos, un peso normal está en un IMC entre 18,5 y 24,9, por ende cuando ese indicador supera 25 ya habría sobrepeso.
En un país como Estados Unidos, con altos índices de obesidad, se estima que 45% de las mujeres que están en la parte más baja de la distribución del ingreso tienen un IMC por encima 25. Esto también se ve en otros países desarrollados como Francia y Corea.
No obstante, si el argumento es que la pobreza promueve la obesidad al no tener acceso a alimentos más sanos, ni tiempo para hacer ejercicio, el impacto en hombres y mujeres sería igual. Lo que muestran los estudios, sin embargo, es que en Estados Unidos las mujeres con 11 kilos de sobrepeso ganan 16.000 dólares menos al año que las que están en el peso considerado como saludable, mientras que un hombre con igual cantidad de kilos de más gana 80.000 dólares por encima del promedio.
En otras palabras, el mercado laboral castiga a las mujeres obesas, pero en el caso de los hombres mantienen la idea de siglos pasados de que aquellos más rellenos, están así porque tienen más dinero (esto no aplica en el caso de niveles de obesidad mórbidos en donde la discriminación es igual en ambos sexos).
En el pódcast de The Economist también entrevistan a Jennifer Shinall, profesora de derecho en la Universidad de Vanderbilt, quien señala que las mujeres severamente obesas difícilmente hacen trabajos de servicio al cliente o del área comercial, las restringen a cargos que pagan mucho menos y aunque cada vez en el mundo hay más políticas antidiscriminación por parte de los empleadores, existen industrias, como la de la aviación, en donde, por ejemplo a los auxiliares de vuelo se les exige permanecer delgados.
El tema es que aunque cada vez es más común que los empleadores no discriminen por tema de raza o identidad sexual (bajo el entendido de que son condiciones innatas de las personas), la gordura y el sobrepeso son considerados el resultado de la pereza y de no tener buenos hábitos alimenticios, lo que perpetúa los estereotipos.
El programa de audio también reseña el caso de Helen Gurley Brown, una exitosa exeditora en jefe de Cosmopolitan, quien desde las páginas de la revista en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado defendió las dietas como necesarias para salir adelante e incluso recomendaba a sus lectoras ser un poco anoréxicas. Esas ideas, hoy ya no son válidas y cada vez más se promueve a las mujeres con curvas reales y a las modelos de tallas grandes, pero lamentablemente la discriminación por peso, que algunos llaman ‘gordofobia’, no ha terminado.