A Winston Churchill se le atribuye la frase de que las bromas son una cosa muy seria y así lo evidencia hoy el creciente mercado de las criptomonedas, cuya cara más visible es el bitcóin, pero que tiene infinidad de opciones, algunas de las cuales hoy sorprenden por sus valorizaciones.

Justamente entre esas criptomonedas inusuales y exitosas están las llamadas meme coins, que al igual que los memes que circulan por las redes sociales nacieron como una burla de las divisas digitales, pero que ‘sin querer queriendo’ han ido ganando adeptos como el multimillonario Elon Musk. Hoy no solo implican grandes movimientos de dinero real, sino que han impactado negocios que nada tienen que ver con la virtualidad, como la venta de cachorros shiba inu.

Una de las pioneras de las meme coins es dogecoin, la cual nació en 2013 con la idea de dos ingenieros de burlarse de la ‘criptofiebre’, que vivía el mundo en ese momento. Su intención no era convertir a dogecoin (cuya imagen es un perro shiba inu que en ese entonces se usaba en numerosos memes con frases irónicas o graciosas) en un medio de pago o un activo para invertir. Por eso cuando salieron a venderla costaba un poco más que cero centavos de dólar.

El chiste, sin embargo, triunfó en redes sociales y en dos semanas el valor de dogecoin se multiplicó por 300. En 2017 su capitalización de mercado ya iba en 2.000 millones de dólares y en 2021 ha roto todos los pronósticos, con una valorización de más del 5.000 por ciento. Al 11 de noviembre, la capitalización de mercado dogecoin era de 34.789 millones de dólares, lo que la ubica como la novena criptomoneda de mayor valor.

Su éxito, sin embargo, no ha sido solo para sus compradores, sino también para otros aficionados de las meme coins, que, inspirados en dogecoin, crearon otra moneda para ‘mamar gallo’ con el nombre de shiba inu. A esta le ha ido tan bien que este año, por algunos momentos, ha superado a su ‘progenitora’ en valor de mercado.

Entre las más de 7.000 criptomonedas que se estima existen en el mundo (según cuentas de Statista), shiba inu, que fue creada el año pasado, es hoy la número siete con una capitalización de casi 30.000 millones de dólares, una cifra similar al producto interno bruto de un país como Albania.

Como con otras criptomonedas, no se sabe quién inventó la shiba inu, ni cuáles son las reales causas de su rápido éxito. Algunos lo atribuyen al hecho de que un donador anónimo le transfirió casi 1.000 millones de dólares en shiba inu al cofundador de ethereum (otra importante criptomoneda), Vitalik Buterin, quien es una de las personas más respetadas en el mundo de las divisas digitales.

Buterin, comprensiblemente perplejo de que alguien le regalara tanto dinero, decidió donarlo a los esfuerzos de ayuda contra la covid-19 en India. Eso hizo caer un poco el precio de shiba inu, pero le sirvió para darse a conocer.

“Además de la atención que le generó Buterin, una de las ventajas de shiba inu es su precio realmente bajo (menos de un centavo de dólar), con lo cual se puede comprar mucho con poco dinero, lo que lo hace más divertido y de bajo riesgo”, explican en un informe de la agencia Bloomberg, al tiempo que advierten que su precio es bastante inestable y que la mayoría de sus compradores no son inversionistas profesionales.

Para algunos expertos es un tema de culto y de contracultura más que de finanzas, prueba de ello es que ha aumentado la demanda por perros de la raza japoneses shiba inu, cuya característica es que son cazadores. Estos perros se venden en Estados Unidos por 2.500 dólares (unos 9 millones de pesos), aunque también puede haber influido que uno de los hombres más ricos del mundo, Elon Musk, no solo sea fan de las criptomonedas basadas en dicha raza, sino que también se haya comprado su shiba inu, al que bautizó Floki (de hecho ya un grupo anónimo creó una criptomoneda con ese nombre).

Este fenómeno del mundo virtual al real se compara con lo que ocurrió en 1996 tras el estreno de la película de Disney Los 101 dálmatas, que disparó la demanda por dicha raza, así como la locura por peces payaso que se dio tras el éxito de Buscando a Nemo.

Una prueba más de la frase de Charles Chaplin, quien aseguraba que “al final de cuentas todo es un chiste”.