Un ranking internacional de 2017 realizado por la firma inglesa Caterwings midió a 167 países para ver en dónde era más cara la carne de res. Ubicó a Colombia en el puesto 106, lo que implicaría que, comparativamente hablando, no es una proteína costosa. No obstante, en el ámbito doméstico, la carne está cada vez más restringida y solo la pueden comprar los colombianos con suficientes recursos.
Esto se evidenció en el más reciente reporte de inflación del Dane, el cual no solo mostró que los precios de los alimentos siguen siendo los principales responsables del aumento del costo de vida, sino que, en particular, la carne de res ha desempeñado un papel protagónico.
En septiembre, el índice de precios al consumidor aumentó 0,38 por ciento, mientras que la carne subió 1,19 por ciento. Como resultado, la inflación por nivel de ingresos de los hogares subió más para el grupo de mayores ingresos que para los pobres, que suele ser la situación habitual. Según Juan Daniel Oviedo, director del Dane, los hogares de mayores ingresos fueron los más afectados por el alza de la carne, pues son los que más la consumen. Por el contrario, los hogares pobres sintieron menos el alza de la carne al tiempo que se beneficiaron con la reducción en el costo del arroz (-3,60 por ciento en septiembre) y el huevo (-5,85 por ciento), dos alimentos fundamentales en su dieta.
Si bien es positivo que la canasta familiar de los pobres suba más lento, también es inquietante que la razón para esa menor carestía se deba a que no pueden consumir proteínas consideradas fundamentales para una buena nutrición.
Jairo Núñez, investigador de Fedesarrollo y experto en temas de pobreza, dice que, en efecto, este tema tiene dos caras: por un lado, la inflación de los pobres es la que sirve para actualizar la línea de pobreza, y, si esa inflación desciende, menos hogares quedarían por debajo de la línea de pobreza, asumiendo que sus ingresos se mantienen estables; pero, por otro lado, ocurre el tema doloroso de que para unos colombianos la canasta de alimentos sea solo de arroz y huevo, y para otros sí incluye varias proteínas.
El lío está en que, a diferencia de otros productos de la canasta familiar, cuyos precios son cíclicos y se ajustan con la oferta y la demanda, la carne de res no tiene perspectivas de descenso. José Félix Lafaurie, presidente de Fedegán, explica que la cadena de valor de la carne es asimétrica en la transmisión de precios: si el valor del novillo gordo sube, inmediatamente el precio de la carne al consumidor sube; pero, si baja, el precio al consumidor nunca se reduce. Además, como este sector inició un proceso de exportaciones, no ven factible que los precios vayan a disminuir.
Igualmente, otras proteínas animales muestran fuertes aumentos de precios. De hecho, la carne de cerdo subió en septiembre mucho más que la de res (3,59 por ciento), pero, como su consumo es inferior, el impacto en el costo de vida nacional también es más moderado.
Sea como sea, estas cifras ratifican una de las frases favoritas de los economistas: la inflación es el impuesto más caro que pagan los pobres, pues, a medida que suben los precios de los alimentos, estos hogares deben destinar para ellos una mayor proporción de su ingreso y les queda menos dinero para el consumo de otros bienes y servicios básicos. Otro factor de desigualdad.