En una situación que pocos creerían o entenderían, Colombia cerró el año pasado con un fuerte aumento en los recursos de los ciudadanos depositados en sus cuentas de ahorro y corriente. Esto ocurre al tiempo que millones de personas sufren por la pérdida de empleo y solo pueden sobrevivir con las ayudas del Estado.
La economía se contrajo 6,8 por ciento, según informó el Dane, y aun así los activos corrientes de los hogares y las empresas aumentaron de forma importante. Una paradoja.
¿Qué explica la situación? Los consumidores e inversionistas redujeron ostensiblemente sus compras y, por eso, hoy tienen más dinero disponible. Y ese disponible se puede gastar muy rápidamente porque, en la mayoría de casos, el dinero está a la vista o en plazos no mayores a un año.
De acuerdo con las cifras de la Superintendencia Financiera, los depósitos a la vista y a término en el sistema financiero aumentaron $ 62 billones entre 2019 y 2020: los saldos totales de estas cuentas pasaron de $ 428 billones a $ 490 billones de un año a otro, registrando un incremento de 15 %. Antes de la pandemia, estas cifras venían creciendo, pero a un ritmo de no más de 7 % u 8 %.
Para el superintendente financiero, Jorge Castaño, las tasas de ahorro aumentaron en los países desarrollados y también en Colombia, pues la gente no pudo gastar tanto como quería, pero también por una mayor inclusión financiera. “Hay mucha más plata y esta va a tener que ir a algún lado, ya sea a gasto o inversiones”, explica.
De acuerdo con Germán Montoya, director económico de Asobancaria, los saldos que más crecieron fueron los de las cuentas de ahorro, que al cierre de 2020 alcanzaron $ 245 billones (25 % más que un año atrás). Los saldos en cuenta corriente fueron de $ 75 billones (24 % más). Lo que moderó el nivel de crecimiento en el agregado fueron los depósitos en CDT, que cayeron 1,4 %, al cerrar en $ 154 billones.
“En medio de un entorno de incertidumbre y de los cambios en los hábitos de consumo que ha generado la pandemia, los hogares han optado por tener una mayor liquidez para enfrentar imprevistos de cara a futuro, como la pérdida del empleo o la reducción de sus ingresos”, señala el experto.
Esa es la faceta positiva de esta tendencia, ya que, sin lugar a dudas, representa un mayor nivel de activo para las familias. Ello ofrece colchones para nuevos choques que se puedan presentar o un combustible importante para la reactivación en el corto plazo.
“Conforme se vaya disminuyendo la incertidumbre asociada a la pandemia y que el mercado laboral retome una senda más sostenible, es de esperar que dichos recursos empiecen a destinarse a inversiones y a financiar la compra de activos, como vivienda, gastos educativos y emprendimientos productivos”, explica Montoya.
Este no es un fenómeno exclusivo de Colombia. Para Édgar Pulido, director de las oficinas en Colombia de la firma Latam USA, en Estados Unidos “hay cantidades récord de efectivo en las cuentas corrientes de los hogares. Actualmente, los norteamericanos tienen US$ 16.000 millones, una cifra histórica”, dice.
En efecto, es demasiado dinero a la vista, que además está listo para ponerse a trabajar en el mercado. “Hoy, los hogares del país del norte tienen mayor poder adquisitivo que años atrás, sumado al incentivo estatal de inyectar a la economía cerca de US$ 5.000 millones de dólares”, agrega. La situación es generalizada en todo el planeta.
De acuerdo con The Economist, el ahorro de los hogares en 21 países ricos durante los primeros nueve meses de 2020 alcanzó US$ 6.000 millones. Esto es el doble de lo que se esperaba sin pandemia.
Además, implica un ‘exceso de ahorro’ de US$ 3.000 millones, una décima parte del consumo de estos países en un año, dice la revista y finaliza advirtiendo que, evidentemente, los hogares de esos países han acumulado una gran cantidad de efectivo.
Es claro que el Estado también ha jugado un papel clave en este proceso por la gran cantidad de alivios para las personas. En el caso de Estados Unidos, se trata de un cheque por US$ 1.400 para cada ciudadano vulnerable, y, en Colombia, una cuota periódica directamente girada a las cuentas de los hogares, en lo que se ha llamado Ingreso Solidario.
Es posible concluir que esos subsidios directos han sido efectivos para satisfacer necesidades básicas y, por ende, algunos hogares han podido guardar recursos en efectivo.
Así que el ahorro se disparó y sus potenciales repercusiones deben estar en el radar de las autoridades y los expertos. Una situación similar se vivió en el mundo en los años veinte del siglo pasado cuando el consumismo dominó las decisiones de las familias luego de la Primera Guerra Mundial.
“El consumismo se transformó en una de las señas de identidad de una época en la que todos perdieron la cabeza y muchos perdieron hasta la camisa. Era el precio del frenesí y de abandonarse a las llamas del placer”, señala Gonzalo Toca Rey, máster en relaciones internacionales, en un reporte para La Vanguardia.
¿Choque de demanda?
La pregunta que vale la pena hacerse es ¿qué pasaría si todos los que han hecho un ahorro adicional durante la pandemia decidieran sacar masivamente esos recursos para inversiones o gastos nuevos?
The Economist prevé un impulso fuerte para el aparato productivo, pues el consumo en muchos países representa casi 70 % de la economía. Ese choque positivo es una posibilidad si todos decidieran ponerse al día con el consumo aplazado.
Pero la decisión de gastar o no dependerá de las expectativas de los consumidores sobre el futuro próximo. Esta perspectiva estaría matizada por la eventualidad de una reforma tributaria más gravosa para la clase media y alta, caso en el cual algunos tratarán de mantener el ahorro para eventualidades.
No obstante, un riesgo emergente es el incremento generalizado en los precios, es decir, un episodio inflacionario, completamente innecesario en las actuales circunstancias, pues el país necesita seguir con bajas tasas de interés para impulsar la recuperación.
Un choque de demanda que genere escalada de precios pondría al Banco de la República contra las cuerdas y hasta llevarlo a quemar una carta clave en las más recientes crisis: el carácter contracíclico de la política monetaria. Lo lógico es que, cuando la economía se recalienta, las tasas de interés van al alza y la liquidez se aprieta, y, cuando la economía se desacelera, el costo del dinero puede bajar y la liquidez aumentar.
Esto ha sido así en los más recientes choques: las crisis de 2008, 2012 y 2014 cuando el Banco pudo maniobrar para manejar los tsunamis económicos que se presentaron en ese momento.
Pero, con un choque de demanda en 2021 o 2022, la situación podría poner el dulce a mordiscos: todos esperan que la política monetaria juegue un rol clave en la recuperación; subir las tasas en algún momento de este año podría ser una señal muy negativa para todos los actores económicos.
El otro efecto indeseado de un episodio de excesiva demanda es que se presentan burbujas de precios en algunos sectores, como el inmobiliario o el mercado de valores. La pandemia ha dejado como efecto colateral un incremento en el efectivo a la mano de los hogares y los inversionistas.
Esto puede representar un impulso inusitado a la economía, pero, a la vez, un choque de precios con riesgos macroeconómicos innecesarios, como la inflación. Es primordial que las autoridades se mantengan al tanto de este fenómeno para evitar sorpresas desagradables.