Actualmente, hasta la mitad de los alimentos que no llegan a ser consumidos por el ser humano (con un valor estimado de 600.000 millones de dólares) se pierden en la granja o cerca de ella, durante o justo después de la cosecha.
Esto también genera efectos secundarios como el consumo excesivo de agua y las altas emisiones de gases de efecto invernadero. De esta manera, reducir la pérdida de alimentos es una prioridad social y medioambiental, pero también podría ser una prioridad empresarial.
De hecho, un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) indica que la inseguridad alimentaria aguda afecta hoy a 200 millones de personas en el mundo, y el número crecerá debido a la guerra en Ucrania, el clima y las crisis económicas. En Colombia, se estima que 7,3 millones de colombianos precisarán asistencia alimentaria este año y hasta julio de 2021 había 1,1 millones de migrantes venezolanos en el país en situación de inseguridad alimentaria, aunque reporta que esto ha mejorado ligeramente.
Un examen en profundidad de la cadena de suministro de alimentos de la granja al minorista revela que la pérdida es el resultado de ineficiencias, y sus costos ocultos son iguales o mayores que los beneficios netos de los minoristas, incluso de los que obtienen mejores resultados.
La investigación realizada por McKinsey & Company argumenta que la pérdida de alimentos se puede reducir entre 50 % y 70 %. Para esto, los fabricantes y minoristas de alimentos, al estar en el centro de la cadena de valor, están en una posición única para liderar los esfuerzos globales en esta tarea que trae beneficios para las empresas, las personas y el planeta.
¿Dónde y cómo se pierden los alimentos?
Cada año se pierden o desperdician más de 2.000 millones de toneladas de alimentos. Alrededor de la mitad ocurre en las fases previas: durante la cosecha, la manipulación y el almacenamiento posteriores a la cosecha y las fases de procesamiento.
La investigación reveló que dos tercios de las pérdidas son comestibles y podrían destinarse al consumo humano de forma segura; sin embargo, se interponen factores como: sobreproducción, altos estándares de los consumidores y falta de transparencia en la oferta.
¿Qué pueden hacer los minoristas y fabricantes?
- Crear transparencia y establecer objetivos: aunque la cuantificación de la pérdida de alimentos y la rendición de cuentas al respecto no son una ciencia exacta, se pueden establecer objetivos tanto para la propia empresa como para los proveedores. También se puede integrar la visibilidad y la reducción de la pérdida de alimentos en las estructuras de incentivos.
- Decidir qué hacer y hacerlo: la investigación reveló cuatro palancas que los minoristas y los fabricantes de alimentos pueden utilizar para lograr un impacto significativo, que son: minimizar las pérdidas durante la producción y el procesamiento, minimizar las pérdidas durante el tránsito, vender más de lo que se produce y prevenir pérdidas estructuralmente. Cada palanca comprende un conjunto de acciones potenciales que resultarán no solo en una reducción de la pérdida de alimentos, sino en una cadena de valor más eficiente, mejoras en el EBITDA y menores emisiones de CO₂.
- Habilitar un cambio duradero y verdadero: esto se logra a través de un modelo de gobernanza sólido con responsabilidad interfuncional a nivel individual, funcional y empresarial. Designar un propietario para cada iniciativa de pérdida de alimentos y alinearse con las medidas de éxito ayudará a alcanzar el progreso y, además, a concientizar a todas las personas en que esta problemática es una ineficiencia en lugar de algo inevitable.
De acuerdo con el último informe del Ministerio de Agricultura en materia de producción, durante el año 2021 se registraron 5,3 millones de hectáreas sembradas, de las cuales se cosecharon 4,9 y se registró una producción total de 73,2 millones de toneladas, de las cuales 34,4 millones fueron alimentos.
El balance de estas cifras deja ver que, pese a que no hubo un crecimiento notable, sí se conservó el dinamismo del agro. Sin embargo, es probable que la producción de alimentos tenga números más bajos en el balance de este año, como consecuencia del invierno y las alzas inflacionarias, además de los paros que afectaron la siembra del año pasado.
La mayoría de las empresas se ha permitido no tener que prestarle atención a esta problemática. Sin embargo, con una posible emergencia alimentaria acercándose, los consumidores serán más conscientes y, en consecuencia, más exigentes, obligando a los minoristas y a los fabricantes a actuar.