Diana y juan Carlos son una pareja de profesionales bogotanos que se vieron forzados a cambiar su estilo de vida y de gastos en el momento en el que se dieron cuenta de que debían 7 millones de pesos en una tarjeta de crédito y 9 millones en otra. Sin ser conscientes de ello, habían caído en el vicio de vivir al debe, de pagar una tarjeta endeudándose con otra. Ambos son empleados (él abogado y ella bacterióloga) y han logrado mantener su empleo y sus ingresos, pero se sintieron muy mal cuando hicieron cuentas y se enteraron de que en un año habían pagado 800.000 pesos solo en intereses.

Para bajar la carga, decidieron consolidar la deuda en una sola tarjeta y cuando por fin terminaron de pagar se encontraron con la sorpresa de que el primer mes que no la usaron, les cobraron cuota de manejo y ante su reclamo, la respuesta del banco fue que la tarjeta era como la luz o el agua, que así no se abra la llave, ni se prenda un bombillo hay un consumo mínimo obligatorio. Esa fue la gota que rebosó la copa y que llevó a esta pareja a tomar la drástica decisión de cancelar su tarjeta de crédito y no volver a endeudarse en la medida de lo posible. A la misma conclusión llegaron los dueños de 1,4 millones de tarjetas de crédito que dejaron de circular en el país en los primeros tres meses de 2024, en comparación con las que había un año atrás.

Esto implicó una contracción de 8,9 por ciento e indica un retroceso en materia de bancarización y de acceso a crédito, pues en diciembre de 2022 el país alcanzó 16 millones de plásticos, un año después ya eran 14,9 millones y al cierre de marzo de 2024 ya iban en 14,3 millones.

Es además una radiografía de la situación de muchos colombianos que han visto mermar su poder adquisitivo por la inflación y que tampoco pueden compensar esa pérdida con tarjetas de crédito, pues sus intereses están muy altos. En abril del año pasado, cuando la inflación aún no había empezado a ceder, la tasa de interés promedio para una compra con tarjeta de crédito diferida entre dos y seis meses llegó al máximo de 41,10 por ciento efectivo anual, fue justo el momento en el que Diana y Juan Carlos dijeron no más.

Aunque las tasas han bajado (para el mismo tipo de compra estaban en 28,96 por ciento en la segunda semana de mayo), los colombianos se han vuelto más cautos con las tarjetas, pues en los tres primeros meses de 2024, con ellas realizaron compras por 6,4 billones de pesos, 146.000 millones de pesos menos de los que gastaron un año atrás, con todo y que la mayoría de productos y servicios estaban más caros.

En donde más se ve el ‘ajuste del cinturón’ es en los avances en efectivo, el otro gran uso de las tarjetas de crédito. Entre el primer trimestre de 2023 y el mismo lapso de 2024 pasaron de 1,9 a 1,5 billones de pesos y allí la explicación es más evidente, pues los avances tienen intereses más elevados; en la segunda semana de mayo estaban en 31 por ciento.

Culpa de la usura

Jonathan Malagón, presidente de Asobancaria | Foto: Diana Rey Melo

Jonathan Malagón, presidente de Asobancaria, dice que la caída en el número de tarjetas de crédito se debe a varias causas, como la baja dinámica de la economía, niveles de inflación que se mantienen por encima de la meta del Banco de la República y tasas de interés aún altas. “Sin embargo, también se han sumado los efectos de una caída en la tasa de usura a ritmos que no se compaginan con los de disminución de la tasa del Banco de la República, lo que crea un peligroso problema de exclusión financiera”, explica.

La tasa de usura, que certifica la Superfinanciera, es el interés máximo que se puede cobrar por un crédito en el país; superarla constituye un delito. Los banqueros llevan años pidiendo la eliminación de ese límite con el argumento de que sin él podrían prestar a más personas, ya que podrían cobrar un poco más a quienes consideran más riesgosos. Esto, según ellos, sería más económico que la única alternativa disponible para este grupo de la población: los prestamistas gota a gota y ‘pagadiario’.

Otra idea han tenido los distintos Gobiernos, los cuales han insistido en la tasa de usura. Aunque en 2007 la flexibilizaron, permitiendo una tasa más alta para los microcréditos, que tradicionalmente han sido considerados como riesgosos, y otra para los demás tipos de crédito, con la llegada de la administración Petro este indicador se amplió más (ahora hay usura para créditos populares, urbanos, rurales y de bajo monto), al tiempo que se ha buscado que dicha tasa baje más rápido de lo habitual.

Como resultado, mientras que las tasas de interés del Banco de la República, que sirven de guía para las demás tasas que se cobran en el país, pasaron de 13,25 por ciento en mayo de 2023 a 11,75 por ciento un año después, la tasa de usura para el crédito de consumo (que es donde están las tarjetas de crédito) pasó en ese periodo de 45,41 a 31,53 por ciento.

Juan Carlos Mora, presidente de Bancolombia | Foto: Esteban Vega La-Rotta

Esto ha afectado en especial a los establecimientos de crédito que dependen más de las tarjetas de crédito, como Banco Falabella y Tuya (emisora de las tarjetas del Éxito), que en conjunto hoy tienen 850.000 plásticos menos que hace un año. Rodrigo Sabugal, gerente general de Banco Falabella Colombia, también atribuye la caída en el número de tarjetas a la disminución acelerada de la tasa de usura desde mediados de 2023. “Por esta razón, el mercado se ha visto obligado a limitar el acceso al crédito a ciertos segmentos de la población”.

Desde Bancolombia aseguran que el sector financiero no ha sido ajeno a la menor dinámica de la economía, lo que se ha reflejado en una menor demanda de crédito, aumento en la morosidad y menores márgenes. “Estamos seguros de que esta es una situación temporal. Tenemos un sector sólido que irá superando esta coyuntura. Para este año tenemos expectativas moderadas de recuperación, en la medida en que continúe la disminución de las tasas de interés podrá reanimarse el consumo, y con ello la disposición de las personas a tomar créditos”.

Esa visión optimista no la tienen Diana y Juan Carlos, quienes admiten que no ha sido fácil vivir sin tarjeta, pero no se arrepienten. “Acá los antojos ya se frenaron, no me compro una camisa que me guste si no tengo suficiente en la cuenta y puedo pagar de contado”, dice ella y agrega que para los gastos de emergencia, como temas de salud o el daño de algo que necesita ser reparado, construyeron un fondo de ahorro, del que sacan dinero y tratan de reponerlo tan pronto les sea posible.

Alianzas, la clave

El caso de Davivienda es una de las pocas excepciones, pues junto con el Citi y el BBVA, son los únicos que aumentaron su número de tarjetahabientes en el primer trimestre. En el banco de ‘la casita roja’ lo atribuyen a las alianzas que hacen con comercios y otros negocios.

Javier Suárez, presidente de Davivienda

Sin embargo, un experto financiero dice que en las tarjetas de crédito cada vez prima más la racionalidad de muchos colombianos que no quieren pagar cuota de manejo, cuando también pagan altas tasas de interés o que no ven la necesidad de tener la tarjeta de un almacén que no usan más de dos veces al año. “Lo que está ocurriendo es una respuesta lógica del consumidor financiero ante circunstancias más apretadas, en las que hay temor de perder el empleo o ganar menos. La ventaja es que quien ya ha tenido problemas con su tarjeta y se acercó a su banco para solucionarlos aprende a manejar sus finanzas, como el que aprende a montar en bicicleta”, dice el experto y agrega que otro de los líos de la tarjeta de crédito es que suele ser una de las primeras aproximaciones de las personas al sector financiero y por eso muchos cometen errores y se sobreendeudan.

De eso están convencidos Diana y Juan Carlos. Confiesan que vivir sin dinero plástico requiere disciplina, pero hoy tienen la tranquilidad de llegar a fin de mes sin preocupaciones financieras.