La dinámica de la economía se ha acelerado a tal punto que analistas, organismos internacionales y hasta el mismo Gobierno revisaron al alza sus expectativas de crecimiento.
En varios casos, como el de Fedesarrollo y Corficolombiana, la previsión está por encima del 7 por ciento al cierre de este año. Por su parte, el Gobierno, el Banco de la República y la Anif han sido más conservadores, pero, igual, sitúan esta cifra en más de 6 por ciento.
La reapertura de sectores, en especial servicios, y la reactivación del aparato productivo vienen impulsando el crecimiento. Por ejemplo, uno de los más recientes datos del Dane, el índice de producción industrial en junio de 2021, registró una variación de 13,8 por ciento frente al mismo mes del año anterior.
Mientras que, en comparación con junio de 2019, esa variación fue de -0,3 por ciento, cerrando la brecha que dejó la pandemia, en el año corrido va en 7,8 por ciento.
No solo la reactivación local impulsa el crecimiento. Factores externos como la actividad global, el precio de las materias primas –como el petróleo o el café– y hasta las remesas, que han crecido en los últimos dos años 40 por ciento en pesos, también han dado una mano.
Sin embargo, esa tendencia se está viendo opacada por el comportamiento del desempleo. Según Luis Fernando Mejía, director ejecutivo de Fedesarrollo, la tasa de desempleo desestacionalizada en junio fue de 15,1 por ciento, prácticamente, la misma que se observó en abril y mayo.
Eso implica que en junio, a pesar de ser un mes de una dinámica importante en la que los indicadores mostraron una recuperación rápida, el desempleo se quedó quieto.
Además, la tasa promedio de desocupación en el primer semestre de este año se ubicó en cerca de 14,8 por ciento, muy por encima del 10,5 por ciento del mismo periodo de 2019, antes de la covid-19. Sectores golpeados, como el comercio, están recuperando niveles de actividad similares a los de prepandemia.
No obstante, su tasa de ocupación está por debajo en más del 4 por ciento frente a ese momento. De esta manera, se estaría materializando uno de los grandes riesgos: crecimiento sin recuperación de empleo.
Esto tiene grandes implicaciones. “Cuando se rompe la relación entre crecimiento y empleo, se quiebra la fuente principal de ingreso para los hogares, y eso implica que la recuperación de las cifras de pobreza va a ser más lenta y difícil”, advirtió Mejía, para quien esto se puede convertir en un abrebocas hacia el populismo y la demagogia.
De acuerdo con Daniel Velandia, economista jefe de Credicorp Capital, es natural que haya un rezago en el desempleo en relación con el comportamiento de la actividad económica en la medida en que el mercado laboral tiene fricciones o inflexibilidades, en especial, el formal.
“Hay que esperar que la economía se siga reactivando; los datos de junio y julio van en el sentido correcto y ahí vamos a ver una reacción en la generación de empleo.
Por culpa del paro, la economía no está creciendo más, porque veníamos creciendo a un mayor ritmo cuando se le compara con 2019, pero se frenó la creación de empleo. Si no fuera por eso, estaríamos mejor”, puntualiza. Pero, más allá del rezago y de la coyuntura, ¿por qué la velocidad no es la misma?
La pandemia aceleró la transformación digital de las empresas y la actualización de procedimientos y procesos administrativos y productivos, en los que las compañías de distintos tamaños que no resultaron tan golpeadas retornan a niveles de producción de la prepandemia, pero con menor demanda laboral.
En la medida en que las empresas se ajustaron a un nuevo contexto por la virtualidad, protocolos y tecnología se adaptan a una situación en la que han requerido menos mano de obra.
Esto podría significar que el país estaría impactando una de las variables más complejas en el desarrollo de los negocios, la productividad, en la que Colombia no había mostrado grandes resultados. “Sin embargo, se ha observado un aumento en el número de horas trabajadas por el personal ocupado, lo que anticipa un crecimiento a futuro en el empleo.
Además, el regreso a la presencialidad, más generalizada en la educación, y las políticas de apoyo al empleo del Gobierno impulsarán la creación de empleo en la segunda parte del año.
En todo caso, la gradualidad del repunte dependerá del avance de la pandemia y de la estrategia de cuidado que se implemente”, señala María Claudia Llanes, economista de BBVA Research.
Por su parte, Mejía considera que son necesarias medidas de política pública y un plan de choque para evitar que el país tenga un crecimiento de más del 7 por ciento, pero con una tasa de desempleo, en promedio, del 14 por ciento.
Una de sus propuestas, ante las dificultades fiscales del país, es que parte de los programas de infraestructura se puedan financiar a través de recursos de regalías que no se han aprobado para su ejecución. Sus cálculos estiman que se podría usar el 10 por ciento de las regalías disponibles –cerca de 3 billones de pesos– y ejecutarse a nivel territorial.
La historia y los retos
Pero la situación actual es como un déjà vu de 2019 cuando Colombia tuvo uno de los mayores crecimientos de la economía en la región, con más de 3 por ciento, pero el desempleo llegó a doble dígito.
“El mercado laboral venía mal antes de la pandemia. Hay un fenómeno más estructural y probablemente tenía que ver con que la mano de obra registraba un encarecimiento relativo a la maquinaria y equipo.
Eso ocurrió, porque se tomaron varias medidas desde el punto de vista tributario para abaratar el costo de bienes de capital”, dice José Ignacio López, director de Investigaciones Económicas de Corficolombiana. En ese contexto, a una situación que ya arrastraba dificultades, se suman otras.
¿Cuáles son los desafíos y dónde se reflejarán las tensiones de lo que está pasando en materia laboral? Por una parte, están los riesgos de que no haya condiciones favorables para la inversión y la contratación.
Por otra parte, esto ocurrió en momentos en que las empresas trataban de sacar la cabeza en medio de la pandemia, y organizaban su estructura productiva y operativa cuando se reactivaron las marchas, las protestas y los bloqueos.
Fue como una segunda estocada, que evitó que las compañías jalonaran el empleo.Y, sumado a ello, se encuentra la tensión social y política en un país polarizado en medio de un proceso electoral. “Esta ha sido nuestra mayor preocupación para 2022: la inversión privada y la contratación en un contexto de elecciones.
Con la situación social reciente, el empresariado simplemente empieza a tener más precaución en las decisiones que toma. Cuando entra el periodo electoral, se posponen algunas decisiones de inversión, y las empresas esperan tener más información y están atentas a lo que propongan los candidatos e implique condiciones favorables para la inversión privada.
Si no las hay, va a ser difícil crear empleo”, dice Velandia. Los casos más recientes e icónicos son los de Chile o Perú, donde hay incertidumbre para las condiciones de inversión privada y están teniendo un efecto importante sobre el mercado laboral.
Asimismo, la discusión del salario mínimo a final del año, en la que, según López, habrá una tensión de dos fuerzas.
Por un lado, un choque inflacionario, ya que es posible que el nivel de precios termine por encima del 4 por ciento. Y, por otro lado, una productividad en aumento con menos costos, incluso los laborales, con nóminas más pequeñas y procesos de tecnificación. Hoy, cada trabajador especialmente formal está siendo más productivo.
“Eso llevaría al alza del salario mínimo y estar tentados a subirlo, por ejemplo, por encima de 5 por ciento, pero en un momento en que el mercado laboral está muy golpeado. Eso podría frenar más los incentivos para que se siga expandiendo el empleo”, agrega López.
La situación es compleja, y, mientras el crecimiento no se traduzca en puestos de trabajo, no se reducirá la pobreza y las brechas se agrandarán.
Una de las reformas más impopulares es la laboral, y su discusión, en el mejor de los casos, le tocará al próximo Gobierno.
“Si no hacemos reformas, vamos a continuar con el equilibrio que tenemos en nuestro mercado laboral, que implica una tasa de desempleo por encima de 10 por ciento, la tasa de largo plazo es de 11 por ciento, y una informalidad de 60 por ciento.
Debemos tomar este tema en serio para generar inclusión social y productiva y propender por mayor formalidad”, concluye Mejía.