En la medida en que las marcas llegan hoy directamente a la casa de los consumidores, la pandemia ha acelerado los cambios en el comportamiento y las percepciones de estos. Un estudio reciente muestra que los consumidores esperan que las organizaciones ofrezcan soluciones cada vez más sostenibles y con bajas emisiones de carbono. Por ejemplo, según una encuesta de percepción realizada recientemente por McKinsey, el 66 % de los consumidores están dispuestos a pagar más por productos ambientalmente amigables, y dos de cada tres afirman que sus futuras compras dependerán de cómo la marca ha reaccionado a la crisis generada por la pandemia.
Hasta hoy, la mayoría de las organizaciones se han enfocado en reducir las emisiones de carbono generadas por sus operaciones directas o su consumo energético. Sin embargo, las emisiones indirectas a lo largo de su cadena de valor suelen pasar bastante inadvertidas, a pesar de que estas representan alrededor de dos terceras partes del total de las emisiones. Esta es la razón por la cual la descarbonización activa de la cadena de suministro se está convirtiendo en una especie de licencia de operación para las empresas, y aquellas que aspiran a convertirse en líderes de la lucha contra el cambio climático deben prepararse para superar algunos obstáculos.
Las organizaciones que buscan lograr la meta de tener cero emisiones netas de carbono enfrentan cinco retos: 1) la falta de definiciones comunes en la contabilidad del carbono; 2) la alta dependencia de fuentes de información secundaria para calcular las emisiones indirectas; 3) la incertidumbre sobre los costos y la factibilidad técnica de las palancas de reducción de emisiones; 4) la necesidad de colaboración de toda la industria para abordar la mayoría de las fuentes de emisiones, y 5) la necesidad de mantener el compromiso de las partes interesadas, tanto internas como externas, a lo largo de un programa que tomará varios años
Para muchas compañías el camino más efectivo y consistente hacia la superación de estos retos comprende tres fases: primero, establecer una línea base; segundo, definir una hoja de ruta realista, y tercero, hacer un seguimiento riguroso de la implementación.
La línea base busca definir cuánto valor hay en juego y cuál es la base de emisiones generada por la cadena de valor de una organización. Las emisiones generadas por la operación directa y el consumo energético resultan relativamente fáciles de medir a nivel de las plantas de producción, gracias al uso de sensores de generación de datos o modelos de cálculo de emisiones. Sin embargo, el verdadero reto es medir las emisiones indirectas, pues actualmente no existe una metodología estándar de medición, disponibilidad o consolidación de esa información.
Una vez definida esta base, las compañías pueden articular más fácilmente el valor asociado a las emisiones y explorar las oportunidades que se presentan en términos de costos, regulaciones, percepciones por parte del consumidor y ahorro, entre otros. Por ejemplo, una cadena de retail que se comprometió a reducir las emisiones de carbono en una gigatonelada para el año 2030, actualmente ha reducido en 93 millones de toneladas las emisiones de sus proveedores, gracias al trabajo con organizaciones no gubernamentales y su propio centro de recursos digitales para proveedores en reducción de emisiones y manufactura eficiente.
El siguiente paso es definir una meta de descarbonización y una hoja de ruta realistas. Dependiendo de la industria, la hoja de ruta puede incluir iniciativas de reducción de embalajes y desechos, cambios a energías renovables, optimización logística y otras cosas por el estilo, y el primer tercio de ese recorrido puede ser incluso positivo en términos de valor presente neto, en la medida en que representa un ahorro, al tiempo que se reducen las emisiones. Un ejemplo de estas iniciativas es el de una gran cadena de restaurantes que rediseñó todos sus empaques con el objetivo de reducir los desperdicios, con lo cual obtuvo un 18 % de reducción en el total de los desperdicios asociados a empaques y un 33 % de reducción en las emisiones de efecto invernadero de su cadena de abastecimiento. Otra empresa manufacturera de electrodomésticos pequeños rediseñó todas sus cafeteras, con lo cual disminuyó en 70 % las emisiones, al tiempo que redujo los costos en 60 %. Esto muestra cómo este tipo de iniciativas pueden traer valor para las organizaciones.
Si bien los cambios operacionales que se requieren para reducir las emisiones directas y mejorar la eficiencia energética están bajo el control de la compañía, las emisiones indirectas solo se pueden abordar por medio de la colaboración con clientes y proveedores. En esa medida, es bueno que las compañías establezcan sus objetivos formales de descarbonización, con el fin de dar fe de su compromiso ante los clientes, los inversionistas y los consumidores. Este es el caso de un productor global de lácteos que ha hecho un esfuerzo tanto financiero como técnico para hacer contratos a largo plazo con más de 100.000 productores a nivel global, con el fin de que estos puedan, a su vez, invertir en iniciativas de sostenibilidad; o el caso de una empresa productora de bienes de consumo que decidió invertir en materias primas sostenibles, y al final de 2019 ya había logrado que el 62 % de sus materias primas agropecuarias fueran producidas de manera sostenible.
La última fase es el seguimiento riguroso a la implementación. Por lo general, esto es tarea de diferentes áreas de la organización y requiere no solo el compromiso de los líderes, sino un programa holístico de transformación, con mecanismos de seguimiento constante a las iniciativas, que incluyan indicadores claros, capacitación a los colaboradores, estrategias de comunicación interna y externa, y desarrollo de políticas que fomenten el logro de las metas establecidas. Por ejemplo, una encuesta a 2.600 compañías reveló que 23 % ya estaban usando internamente un indicador de emisiones de carbono, y otro 22 % planean implementarlo en los próximos dos años.
El camino hacia la reducción total de las emisiones netas de carbono trae beneficios concretos que permiten la creación de valor para las compañías, además de aumentar la lealtad e intención de compra de los consumidores. Con base en la evaluación de ESG y desempeño financiero y en entrevistas con expertos, la práctica de sostenibilidad de McKinsey ha encontrado tres fuentes principales de valor: mayores tasas de crecimiento en mercados y productos sostenibles, que llevan a aumentos del 10 al 20 % en las ventas; mejoras en la eficiencia operacional, gracias al enfoque en prácticas de sostenibilidad que hacen posible una reducción de costos del 5 al 10 %, y reducción del riesgo de transición por cambios en normas, regulaciones y percepción de los principales actores, lo que puede representar entre un 20 y un 60 % del ebitda.
Para obtener los beneficios tangibles que ofrece la meta de tener cero emisiones netas de carbono, es importante que las compañías hagan una reflexión profunda que les permita definir los aspectos de la descarbonización que desean abordar y el rol que quieren tener en una transición en la que tanto los clientes, como los colaboradores y las instituciones son cada vez más conscientes de la sostenibilidad y el compromiso con la reducción de emisiones de las compañías.
Por: Carlos Buitrago, Fabio Domenech y Mauro Martínez