Parece que cada vez más los gobiernos, las empresas y los ciudadanos han comenzado a tomar conciencia de las afectaciones ambientales que ha causado el consumo exacerbado y la contaminación de los recursos naturales. Y no es para menos, pues un reciente informe de la ONU afirmó que, si no se frenan en seco estos procesos, la vida como la conocemos se podría estar esfumando para el año 2050.
Se ha convertido en una moda hablar de temas ambientales, como la transición energética o la responsabilidad social empresarial; pero, ¿qué es exactamente la economía ambiental?
Matías Franchini, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, explicó en un diálogo con SEMANA que cuando se habla de economía se piensa rápidamente en patrones de producción y consumo basados en la oferta y la demanda; pero cuando ya concierne al tema ambiental, se trata de incorporar en la discusión los efectos ambientales de esa producción y consumo.
“Los efectos ambientales de la actividad económica son el principal vector de la crisis ambiental global que vivimos. La economía ambiental busca entender cuáles son esos efectos y mecanismos para que también se vean reflejados en los precios de los productos”, afirmó.
Por supuesto que muchos de los productos que se compran a diario en tiendas o supermercados no están demostrando en sus precios todo el proceso de afectación ambiental que hay detrás: explotación minera, contaminación del agua o expulsión de gases tóxicos a la atmósfera.
Por eso, Franchini aclaró que se busca convencer al consumidor que se incline por productos y servicios que no generen afectaciones al medioambiente, como lo es el caso de los productos orgánicos.
Fernando Carriazo, economista y magíster en Economía del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales, conversó con SEMANA y aclaró que la economía ambiental es una subdisciplina de la economía que revisa por qué y cómo los ciudadanos y las empresas toman decisiones que pueden afectar al medioambiente.
Es más, esta economía promueve la implementación de cambios institucionales y políticas públicas concretas que logren mermar los graves impactos ambientales.
La bomba de tiempo
Desde el nacimiento del neoliberalismo, la preocupación de muchos se centraba en el daño que se le estaba generando al planeta. Sin embargo, a partir de los años 70 fue cuando se comenzó a escuchar el término de economía ambiental; algo débil, no tan robusto, pero ya era parte de muchas mesas de conversación.
El grave derrame de crudo en Alaska, en 1989, fue la bomba que explotó para que los especialistas tomaran acciones frente al medioambiente. “Desde ahí se comenzó a reconocer que los ecosistemas tenían un valor económico”, dijo Carriazo.
También, los países desarrollados, según el economista, siempre han tenido una tradición institucional frente a las legislaciones y el control de la contaminación, lo que permitió revisar el papel que tenía la economía como ciencia para analizar los problemas de degradación ambiental y cómo crear incentivos para cambiar el comportamiento de las empresas y las personas.
El poder ambiental de la ciudadanía
Los ciudadanos suelen pensar que el problema se lo dejan a los gobiernos y a las empresas: “¿por qué no?, son ellos los que están contaminando”. Pero la economía ambiental es un tema que concierne a todos los habitantes del planeta.
Franchini explicó que el desconocimiento por parte de la ciudadanía en la falta de políticas ambientales y de producción puede generar que adquieran o utilicen productos que están golpeando negativamente a los ecosistemas.
“La economía ambiental nos permite entender que podemos generar incentivos para que se utilicen más vehículos eléctricos, patinetas o bicicletas, porque eso tiene un impacto directo sobre la calidad del aire”, afirmó.
Por ejemplo, los negocios con la movilidad sostenible se han incrementado no solo por la solución rápida a los problemas de tráfico en las ciudades, sino como medio de transporte que no necesita de los combustibles fósiles para su uso.
Las decisiones de las personas tienen consecuencias directas sobre el medioambiente. De allí surge la importancia de plantear incentivos al comportamiento.
“Aquí hay una dimensión ética y moral con la relación que tienen las personas con el medioambiente, pero también como una respuesta a los incentivos. Por ejemplo, Bogotá que está haciendo ciclorrutas, logra crear los incentivos para que las personas puedan utilizar medios de transporte no motorizados”, aclaró Carriazo.
Incluso, es cada vez más común que la ciudadanía tenga en cuenta cuáles son los productos que en su proceso de elaboración no contaminaron el medioambiente o no fueron testeados en animales.
La transformación del planeta no solo va de la mano de los gobiernos y del sector empresarial. También debe ser una aliada de los ciudadanos, que son los principales consumidores. Por medio de compras y acciones responsables, se puede contribuir al cuidado ambiental, tan necesario en nuestros días.