Aunque ya es bien sabido que la actual crisis económica derivada de la pandemia ha sido más dura con las mujeres que con los hombres, un estudio de la ONG Cuso International, que contó con el apoyo del gobierno de Canadá, hizo zoom al mercado laboral colombiano y descubrió que el golpe no ha sido igual para todas las trabajadoras, sino que las más afectadas son las colombianas urbanas, jóvenes y de estratos 1 y 2.
En general, los jóvenes pobres que viven en las ciudades han sido los más vulnerables desde el punto de vista laboral, pues cerca de 42 por ciento de los desocupados de estratos 1 y 2 declara haber perdido el trabajo o la fuente de ingresos a causa de la pandemia y 32 por ciento dice que no ha podido buscar o iniciar un negocio. Estas cifras, por su puesto, son mayores entre las mujeres de ese grupo poblacional.
El análisis de Cuso indica que en 2020 la tasa de desempleo de las mujeres jóvenes fue 15 puntos porcentuales mayor que la de los hombres jóvenes, cuando en 2019 la diferencia era de nueve puntos.
LA ONG lleva varios años haciendo un estudio comparativo del mercado laboral juvenil en el país. La versión del año pasado buscaba comparar los resultados de 2018 con los de 2020, pero las implicaciones del coronavirus se convirtieron en el tema central. No obstante, los autores aclaran que la precariedad laboral de los 7,12 millones jóvenes pobres que viven en las urbes del país no es una novedad, ni una consecuencia de la pandemia, aunque esta sí la empeoró.
Adriana Rodríguez, una de las investigadoras, indica que quizás una de las cifras más dolorosas que encontraron es que hace dos años los jóvenes pobres trabajadores que ganaban menos de un mínimo eran 35,5 por ciento, pero ahora son 44,4 por ciento, al tiempo que los que trabajan por cuenta propia subieron de 67 a 77 por ciento.
“La precariedad laboral de los jóvenes no es solo un problema de Colombia, sino que es persistente en América Latina y viene desde antes de la pandemia por factores como no terminar el ciclo educativo o recibir educación de baja calidad, lo que aumenta la probabilidad de terminar en empleos informales, perpetuando la pobreza”, explica Rodríguez.
El estudio evidencia además que hay sectores como transporte, almacenamiento, comercio, hoteles y restaurantes que registran tasas bajas de empleo decente, debido a que contratan muchas personas a destajo, sin afiliación a seguridad social, con remuneraciones inferiores al mínimo y contratos verbales. Entre los jóvenes, por su parte, hay desconocimiento sobre qué es un empleo decente o cuáles son los derechos laborales básicos.
Rodríguez aclara que las cifras de los jóvenes pobres rurales muestran menores índices de desempleo porque cuentan con los factores de producción (la tierra), que deben trabajar para su familia, pero igualmente en condiciones de precariedad y un con una brecha aún mayor en tema de género, que aún no está medida.
La investigación de Cuso también alerta sobre la situación anímica de la juventud al estar desempleados. Al no encontrar una oportunidad laboral y aumentar su desconfianza en el sistema, muchos recurren a ocupaciones que afectan su dignidad, como la prostitución, el robo o la piratería.
¿Qué hacer?
Alejandro Matos, director de Cuso International en Colombia, considera que, si bien la pandemia ha empeorado la situación laboral de los jóvenes, esta no va a ser eterna y ya se está evidenciando que a medida que avanza a la vacunación, también avanza la recuperación económica.
“La vacunación da confianza y señala que Colombia no se va a quedar atrás en crecimiento, pero esto también debe venir acompañado de las políticas públicas de discriminación positiva, que favorezcan a la juventud de estrato 1 y 2 y en, especial, a las mujeres”, dice este experto, al tiempo que ve como positivas algunas de las propuestas de la reforma tributaria como los subsidios para la cotización de seguridad social al primer empleo y aprendices del Sena.
Precisa que es una iniciativa adecuada pero incompleta, porque los jóvenes pobres son un grupo al que hay que ayudar independientemente de si es su primer o segundo empleo. Esto se puede focalizar con herramientas como el Sisbén, el cual ayudan a identificar las personas vulnerables.
Otro de los programas es el servicio público de empleo, que hoy tiene problemas por las barreras de la virtualidad. Por eso, diversas entidades han propuesta que las personas pobres dispongan de una canasta básica digital, que incluye un teléfono inteligente o una tableta con plan de datos básico, para que no sigan rezagados.
Igualmente, la educación es un factor que reduce la probabilidad de meterse en empleos precarios. Se estima que por cada año de estudio aumenta en 1,3 veces la probabilidad de no estar en la precariedad, de ahí que también en Cuso apoyen la propuesta de matrícula cero.
“No solo hay que reducir la tasa de desempleo, sino buscar que el trabajo sea decente y productivo para que la economía sea competitiva y para que los beneficios posteriores a la crisis se irradien en toda la sociedad”, puntualiza la investigadora Rodríguez.