Quizás uno de los trabajos menos valorados en el país es el de las empleadas de servicio doméstico. Pese a ser una labor que les sirve a las familias y a mujeres con bajos niveles de educación para obtener ingresos de manera rápida y legal, cada vez a ellas les cuesta más emplearse.
Ese es el caso de Blanca, quien luego de quedar viuda y con tres niños se vio inicialmente obligada a trabajar en la venta de pollos en la que estaba empleado su marido. Era un puesto nocturno y muy pesado, que no le permitía estar pendiente de sus niños. Eso la llevó a decidirse por el trabajo doméstico. También lo intentó como guardia de seguridad, donde fue rechazada porque solo requerían personas jóvenes (Blanca pasa los 50 años).
Comenzó en casas de familia, pero su meta era obtener un empleo formal, así que se vinculó a una empresa de aseo, que no le puso ningún requisito para contratarla y la ubicó en una clínica de Bogotá.
Llegó en 2018 y las cosas funcionaron. Tenía salud para ella y sus hijos, así como caja de compensación y ahorro para su pensión. Tuvo que vivir todo el terror del primer año de la pandemia, limpiando incluso habitaciones en donde había muerto gente por covid y rogarles a sus hijos que no dijeran en dónde trabajaba para que los vecinos no la fueran a rechazar.
Lamentablemente, la empresa de aseo terminó el contrato con la clínica y Blanca se volvió a quedar sin empleo después de tres años de estabilidad y, como ella misma dice, ‘arriesgando su vida’. Lo mismo les sucedió a 500 compañeras suyas que quedaron en la calle a principios del año pasado y sin siquiera una liquidación, pues la empresa de aseo aún no les ha hecho los pagos de ley.
Blanca tuvo que volver a casa de familia, pero ya después de la pandemia las cosas cambiaron. Los patronos se volvieron muy quisquillosos con el aseo, pagaban menos y encima le exigían vacuna (que ella dice que fue unas de las cosas buenas de haber trabajado en una clínica, pues fue una de las primeras en vacunarse), pero ellos no estaban vacunados y no usaban tapabocas así estuvieran resfriados.
“Es muy difícil conseguir un empleo formal a los 52 años. Para hacer aseo, muchas empresas quieren personas de 35 para abajo y en las casas hay muy pocos contratos de tiempo completo, la mayoría solo emplea por días”, se lamenta Blanca.
Tanto ella como sus compañeras dicen que otro factor que tiene deprimido este mercado laboral ha sido la llegada del personal venezolano, que no solo es más joven que el colombiano que se dedica a estas laborales, sino que acepta trabajar por menos dinero.
Empleos que faltan
Como Blanca están hoy 117.000 mujeres que en 2019 tenían un empleo formal en el servicio de aseo (las informales son muchísimas más) y hoy están desempleadas o trabajando por cuenta propia.
Si bien el Dane ha señalado que al país le falta recuperar 1,2 millones de empleos frente a los que existían antes del inicio de la pandemia, también es claro que de esa suma 890.000 puestos estaban en manos de mujeres y que, aunque ellas están en todos los sectores económicos, en el área del servicio doméstico son mayoría y constituyen una prueba adicional de que esta crisis laboral actual ha sido más dura con las mujeres que con los hombres.
Precisamente, muchas mujeres que trabajan en otras actividades y que por la pandemia tuvieron que dejar sus puestos para cuidar de sus hijos y sus hogares son algunas de las que han dejado de demandar el servicio doméstico. También están los que aprendieron a trabajar y a atender sus casas en simultánea y ahora consideran que ya no necesitan ayuda externa de tiempo completo, sino parcial. Así mismo están las familias que tuvieron una fuerte reducción de sus ingresos y ya no pueden pagar este servicio.
Aspiraciones limitadas
Paola Ríos, investigadora para Cuso International, ONG que hace estudios sobre el mercado laboral con el apoyo del Gobierno de Canadá, confirma que las restricciones sanitarias hicieron que muchos hogares decidieran suplir esos servicios internamente, lo que afectó, además, el mercado laboral de las mujeres que desempeñan otras labores, pues está demostrado que los niños interrumpen más a las mamás que a los papás.
No comparte la percepción de Blanca y sus colegas con respecto a las venezolanas, pues dice que mientras las colombianas pueden aspirar a trabajar en distintos sectores económicos, las migrantes solo pueden aspirar a ocupaciones en el comercio o en el empleo doméstico. En este último tienen más cabida porque es poco regulado, en muchos casos se presta para explotación laboral y se junta con el desconocimiento de las migrantes sobre sus derechos en seguridad social.
A eso se suma el hecho de que muchos hogares, so pena de que pueden ser demandados por las empleadas domésticas, insisten en no pagar la parte de la seguridad social que les corresponde.
Natalia Zúñiga, gerente de género e inclusión social para Cuso, agrega que la situación actual se convirtió en un desafío adicional para tener empleos formales dignos en el país. En el servicio doméstico no solo se está imponiendo el pago por días, sino por horas, en donde se le dice a la trabajadora que labore medio día, por media paga, pero en ese tiempo tiene que hacer la misma cantidad de tareas que en una jornada completa.
En el caso de las empresas que contratan aseadoras, por lo general no les piden ser bachilleres, lo que les da oportunidades a muchas mujeres desescolarizadas, pero, por ejemplo, en el caso de las venezolanas no cuentan con papeles para acreditar su nivel de estudio. “Igualmente, muchas empresas solo buscan mujeres con buen estado físico, que no sean obesas, no mayores de 40 y con disponibilidad absoluta para turnos dominicales y nocturnos, lo que reduce aún más las oportunidades para aquellas que están desempleadas”, dice esta experta.
Además, agrega que las mujeres que trabajan en servicio doméstico son mayoritariamente madres cabeza de familia, que también son cuidadoras de padres, muchos de ellos adultos mayores, y no pueden aceptar trabajos que no les den espacios para atender a sus familias.
¿Cambio cultural?
Mientras en los países desarrollados tener servicio doméstico es un lujo, en muchos de América Latina es una costumbre de la clase media en adelante, debido a que no es tan costoso y porque es lo que permite que muchas mujeres puedan salir de sus casas a trabajar.
No obstante, vale la pena preguntarse si el camino hacia el desarrollo de Colombia implicará una menor cantidad de empleadas domésticas, quienes deben tener las mismas condiciones laborales de los demás trabajadores.
Zúñiga piensa que, más que una reducción de este servicio, lo que se puede esperar es que cada vez haya más conciencia de la forma en que se debe remunerar a estas mujeres. De hecho, la ley lo ha venido facilitando al permitir la cotización a seguridad social por días e incluso permitiendo que las empleadas sigan con el régimen subsidiado en salud y sus patronos respondan por pensiones, caja de compensación y riesgos laborales.
“Este trabajo va a seguir siendo demandado, no solo por los hogares, que ahora tendrán más personas de la tercera edad que necesitarán acompañamiento, sino en las labores de aseo de lugares como centros comerciales, oficinas y fábricas”, precisa la experta de Cuso.
Pese a lo anterior, el panorama para quienes sí están empleadas en este sector formal o informalmente no luce muy halagador. Por un lado, las cifras del Dane muestran que el gasto de los hogares en servicio doméstico subió 3,88 % anual en enero, una cifra muy por debajo del 10,07 % que subió el salario mínimo en el país y que es la remuneración que reciben muchas de estas mujeres.
A esto se suma que hoy, en promedio, el costo de un día de trabajo de una empleada doméstica en el país se mueve entre 40.000 y 70.000 pesos (en especial en Bogotá, la sabana y Medellín, y en el resto de ciudades, en particular en la costa Atlántica, es mucho menor). Numerosos hogares creen que agregando 10.000 pesos a la tarifa pactada están cubriendo la seguridad social, pero eso es falso. “Aquí no funciona la disculpa de que es un pago integral, porque el salario integral en el país es de 13 millones de pesos mensuales y eso no se lo gana ninguna empleada doméstica, es más, es una suma reducida para muy pocos colombianos”, explican en Symplifica, firma que ayuda en la gestión laboral de los trabajadores domésticos.
En su experiencia de cinco años, en donde han logrado formalizar al 2 % de empleados domésticos en Colombia, de los cuales el 85 % nunca había cotizado a un fondo de pensiones, ha descubierto que una de las barreras actuales es que muchos hogares están alejados de la realidad de ese mercado y quieren tener empleadas que vivan cerca de sus casas, que sepan cocinar comida vegana e incluso que hablen otro idioma. “Este no es un trabajo de vocación, sino de necesidad, de mujeres que saben que con él pueden ganarse la vida”, dice Salua García Fakih, COO de Symplifica.
Considera que, aunque las normas que protegen a estas trabajadoras ya existen, y recientemente fueron recordadas por una circular del Ministerio de Trabajo, hacen falta más campañas de concientización. Estas podrían ayudar a que Blanca y sus amigas vuelvan al mercado laboral formal o al menos a que les paguen más.