En medio de un pronóstico de crecimiento cercano al 8 por ciento para 2021, una expectativa de inflación por encima del rango meta del Banco de la República (que es de entre 2 y 4 por ciento) y una productividad que debería coincidir con el aumento de la carga laboral que experimentan los trabajadores en la nueva realidad laboral, Colombia se prepara para negociar el aumento en el salario mínimo de 2022.
Las tres variables, crecimiento económico, inflación y productividad, componen la fórmula para definir el alza del salario mínimo. De manera sistemática, cada año, los integrantes de la mesa de negociación se enfrascan en una polémica que, en los últimos tiempos, no ha permitido llegar a acuerdos, pues el Gobierno, desde 2014 (con excepción de 2017 y 2018), ha establecido el incremento por decreto.
¿Cuándo será la negociación?
Aunque el calor del debate para intentar lograr un consenso entre los integrantes de la mesa (sindicatos, gremios empresariales y Gobierno) será a finales de noviembre, durante esta semana se produjo un hecho que anticipa la controversia. El Premio Nobel de Economía fue otorgado a dos trabajos de autores distintos, uno de los cuales se refiere a la vieja discusión sobre el efecto que tiene el alza del salario mínimo en el desempleo, indicador que en Colombia está en 12,3 por ciento. Mediante una investigación de experimentación natural, realizada en restaurantes de Nueva Jersey y Pensilvania, David Card y Alan Krueger concluyeron algo que no es fácilmente aceptado entre los economistas clásicos: “No encontramos indicios de que el aumento del salario mínimo reduzca empleos”.
En Colombia, alrededor de 11 millones de personas reciben un salario mínimo o menos como ingreso mensual, entre 21.692.000 ocupados, de los cuales 47 por ciento son informales (dato de mercado laboral de agosto).
Lo que dice la OIT del mínimo
Justamente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha establecido que la legislación sobre el salario mínimo tiene como objetivos “proteger el poder de compra de los trabajadores de bajos ingresos, aliviar la pobreza y reducir la desigualdad, entre otros”. Es decir, todo lo que se descarriló aún más durante la pandemia: la pobreza monetaria subió a 42,5 por ciento en 2020 y el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, pasó de 0,526 a 0,544.
La reducción de la pobreza que se dio entre 2012 y 2018 se debió al aumento de ingresos en los hogares. La Gran Encuesta Integrada de Hogares del Dane señala que, en ese periodo, las familias ubicadas en los dos niveles más bajos de la pirámide social subieron sus ingresos en 15,7 y 16,9 por ciento.
Por esa razón, y dándoles crédito a los hallazgos del estudio galardonado con el Premio Nobel de Economía, el excodirector del Banco de la República José Antonio Ocampo sostiene que diversas investigaciones han demostrado que el salario mínimo es un determinante clave en la distribución del ingreso. “Lo sucedido en Brasil a comienzos de siglo muestra que la mejoría distributiva que se produjo allí estuvo asociada a los incrementos en el salario mínimo. El matiz es que hay que hacerlo en magnitudes razonables”.
No obstante, el argumento que plantean los economistas que van en contra de un aumento alto del salario mínimo es que desestimula la contratación de mano de obra y promueve la informalidad.
En esos dos bandos se mueve la negociación del salario mínimo, sin que se llegue a un punto medio, pues los sindicatos piden alzas sustanciales para reducir la pobreza, mientras que los empleadores ponen en la mesa la carta de la productividad (que siempre resulta ser baja) y la necesidad de dar más empleo, principalmente a los jóvenes.
Empleos quietos, pero ocupados trabajan más horas
Jaime Tenjo, investigador del mercado laboral, manifiesta que con aumentos altos o moderados del salario mínimo, el efecto sobre la generación de empleo es casi imperceptible. Colombia, en los últimos años, ha sido prueba de ello, pues la economía antes de la pandemia crecía a un ritmo aceptable (3,3 por ciento en 2019), pero nadie generaba empleos nuevos. “Esa relación cercana entre crecimiento económico y creación de puestos de trabajo se ha ido diluyendo. En los datos recientes del mercado laboral se aprecia que el empleo no sube, pero sí las horas de trabajo de los ocupados”.
Por lo general, antes de crear nuevos puestos, el empleador debe tener una buena perspectiva de lo que va a suceder en el corto y el mediano plazo. “Cuando hay que aumentar la productividad por una mayor demanda de bienes y servicios, los dueños de las empresas primero incrementan las horas de trabajo en los mismos empleados, sin expandir las oportunidades laborales. Así se evidenció en la época en que se disminuyeron los sobrecostos por pago de horas extras para que los empleadores generaran empleos, pero no lo hicieron”, recuerda Tenjo.
Salario mínimo, muy cerca del medio
Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo, pone en el visor otro punto de vista. Partiendo de la conclusión de la investigación premiada con el Nobel, sostiene que se debe tener en cuenta el contexto en el que se plantean los incrementos salariales. “El mercado laboral en Estados Unidos es muy distinto al de Colombia. Mientras que allá el salario mínimo es 33 por ciento del salario medio, acá la distancia entre ambos (el mínimo y el medio) es muy corta: el mínimo es 90 por ciento del ingreso medio”.
En 2021 el mínimo es de 908.526 pesos y el medio es de 1.009.473.Por esa razón ha sido incomprendida la idea según la cual el mínimo en Colombia es muy alto, pues lo que se intenta argumentar es que es alto en comparación con el medio. “En ese contexto colombiano, aumentos del salario mínimo sí pueden tener impactos importantes, ya sea en generación de empleo o –como ha sido la evidencia más contundente– en informalidad laboral”.
Lo cierto es que en Colombia, donde no se ha logrado cerrar la brecha en desigualdad de ingreso, las variables con las cuales se determina el incremento del salario mínimo resultan ser algo perversas.
Cuando sube la inflación, el Banco de la República sube sus tasas de interés de referencia con el fin de moderar la demanda y evitar que se siga encareciendo la canasta familiar, pero esto afecta también la capacidad de endeudamiento de las personas, pues los créditos se vuelven más caros.
En el frente de la productividad, los sindicatos reclaman porque esta siempre resulta con una medición baja, frenando el incremento del salario mínimo. Al respecto, José Antonio Ocampo es partidario de flexibilizar la forma en la que se utiliza esa variable en la negociación. “Cuando la economía se desacelera, la productividad baja. Es un indicador muy sensible a los ciclos económicos. Por eso se debería buscar un camino intermedio, de manera que no se bajen los salarios reales en época de crisis”.
Para la negociación del salario mínimo de 2022, la situación de los elementos que se usan para definir el alza envían señales de que la cifra no debería ser tan austera.
Ni gremios ni sindicatos han destapado aún sus apuestas. Pero desde ya se empieza a vaticinar que los empleadores pondrían sobre el tapete el hecho de que ellos asumieron los impuestos de la reforma tributaria, por lo tanto, no podrán cargar también con un incremento salarial tan alto. La discusión apenas empieza.