Ernesto Gómez Rozo lleva más de 20 años cultivando papa, por tradición familiar y por un gusto que él califica como vicio.
Ha visto de todo con la papa: las caídas y las subidas de precio, el impacto de los tratados de libre comercio, la competencia de los importados, los paros campesinos, la pandemia, los memes que aseguran que los paperos son hoy ‘los nuevos ricos’ y, por supuesto, la carestía que viven actualmente muchos hogares colombianos que han tenido que reemplazar la papa por otros alimentos como el plátano o la yuca, los cuales también están caros.
Gómez, quien tiene sus cultivos en el municipio de La Calera, en Cundinamarca, dice que habitualmente cada tres años suben los precios, aumenta la producción y luego vuelve y caen, en un ciclo de aguante al que no solo están acostumbrados los cultivadores y los consumidores, sino también en el Banco de la República, donde esperan que, una vez que vuelva a subir la cosecha, los precios de este alimento corrijan y con ellos un componente importante de la inflación.
Hasta febrero pasado, la papa acumuló un alza anual de 142,28 por ciento, lo que la convirtió en el producto de la canasta familiar que más subió y ratificó que los alimentos son el grupo de gasto que más aportó al dato de inflación de 8,01 por ciento registrado en ese mes.
Pese a que se espera que se repita el ciclo, Gómez no es optimista y está convencido de que los precios se van a mantener altos por varias razones. La primera de ellas, porque se ha reducido el área sembrada, lo que necesariamente implica una menor cosecha.
Las cifras de Fedepapa, el gremio del sector, indican que el año pasado se produjeron 2,59 millones de toneladas en el país, principalmente en Cundinamarca y Boyacá. De ese monto, 1,18 millones de toneladas se cosecharon en el primer semestre y la expectativa para la primera mitad de 2022 es que se produzcan 1,13 millones de toneladas.
La segunda razón que esgrime Gómez para que los precios no bajen es que cada vez hay menos personas sembrando. Recuerda la debacle de precios que vivieron durante la pandemia, cuando el bulto lo pagaban muy por debajo del costo de producción, y aunque se hicieron campañas para fomentar el consumo interno y apoyar este importante renglón de la agricultura, muchos cultivadores no aguantaron, se quebraron, quedaron endeudados y prefirieron dedicarse a otra cosa. Tan solo en el área de La Calera, donde había unos 50 cultivadores, hoy solo quedan seis.
“En ese momento estuvimos muy golpeados por las importaciones de papa congelada y si bien el mayor consumo en Colombia es en fresco, esa papa importada la compran los grandes consumidores como restaurantes y hoteles, que dejaron de lado la papa nacional porque la importada era más barata”, recuerda Gómez.
En efecto, cifras del Ministerio de Agricultura muestran que desde 2009 la balanza comercial de la papa se volvió negativa, pues las exportaciones hacia Venezuela se cerraron y empezaron a crecer las importaciones de papa precocida congelada, que se trae principalmente de Bélgica y Países Bajos. Como resultado, en 2019 entraron 58 toneladas de dicha papa, avaluadas en 54 millones de dólares, en 2020 la cifra bajó a 50 toneladas, pero ya el daño estaba hecho.
Condiciones desiguales
Gómez, quien estuvo al tanto de las negociaciones de los diversos tratados de libre comercio que ha firmado el país y ahora sufre sus consecuencias, dice que no entiende por qué se aceptó el ingreso con muy bajos aranceles, o incluso sin ellos, de productos agrícolas de naciones en donde a los campesinos los subsidian, mientras que acá no reciben ayudas y todo el riesgo lo asume el cultivador, lo que genera una competencia desigual.
Con esto en mente, dice que si bien hoy los precios son buenos a 1,4 millones de pesos la carga (que equivale a dos bultos), mientras que hace un año estaba en 700.000 pesos, el problema es que cada vez los fungicidas y los fertilizantes están más costosos y se ‘comen’ una parte importante de la ganancia. Estos insumos venían subiendo por el alza en los precios de los combustibles, pero ahora, con la invasión en Ucrania, el encarecimiento ha sido más fuerte. No en balde, Rusia es uno de los mayores productores de nutrientes como potasa y fosfato, que son claves en la fabricación de fertilizantes.
Si bien la papa se siembra y se puede cosechar en seis meses, Gómez duda que los precios actuales incentiven a nuevos cultivadores, en especial pequeños, pues saben que los costos de producción están disparados (los fertilizantes pesan 30 por ciento del total) y no hay garantía de que el clima les permita tener los resultados esperados. Justamente, otro de los factores que impediría una reducción del precio al consumidor final es que el cambio climático está afectando la productividad de este cultivo. Antes se producían entre 60 y 65 toneladas por hectárea y hoy son 30, recuerda Gómez. Asimismo, los altos precios actuales llevan a que muchos cultivadores vendan toda su cosecha, lo que implica que no guardan semillas y luego para la resiembra las tienen que comprar más caras.
Incertidumbre
Los expertos en temas inflacionarios, que se declararon sorprendidos con el dato de febrero, tampoco están muy optimistas frente a una reducción rápida del costo de vida.
En Davivienda esperan que en marzo continúen las presiones alcistas en alimentos y bebidas no alcohólicas, así como en los gastos de alojamiento y servicios públicos, junto con restaurantes y hoteles. Esto evidencia que la carestía no solo está en los alimentos, aunque vale la pena tener presente que el alza anual de 23,29 por ciento que registraron en febrero es la más alta desde mediados de 1998.
En la fiduciaria y comisionista Alianza prevén que la inflación se ubique en marzo en 8,6 por ciento, advirtiendo que aún hay mucha incertidumbre frente al precio del petróleo y de los alimentos en el ámbito mundial por la situación en Ucrania. No obstante, en Alianza aclaran que así la inflación suba hasta 9 por ciento, esta volverá a ceder hacia el 4 por ciento (algo que prevén para el primer semestre de 2023). Tienen esa expectativa, en parte, porque a lo largo de la historia los choques de petróleo han sido un poco inflacionarios y después muy desinflacionarios vía recesiones.
Otra cosa piensan en Corficolombiana, en donde antes del inicio de la guerra Rusia-Ucrania anticipaban que la inflación llegaría a su pico en marzo y luego convergería hacia 6,4 por ciento al cierre de 2022. Sin embargo, ese conflicto y las fuertes sanciones económicas a Rusia están generando un nuevo choque sobre los costos de insumos agrícolas y energéticos. “Si bien hay una gran incertidumbre sobre la intensidad y duración del conflicto, lo cierto es que los costos de los insumos siguen aumentando desde niveles altos, por lo cual la ya elevada inflación de alimentos en Colombia va a ser más persistente de lo que preveíamos”.
Esa misma preocupación la tienen Gómez y los 10.000 papicultores del país, quienes hoy celebran los altos precios, pero temen por los fertilizantes. Gómez dice que no sirve bajar el arancel de esos productos, pues muchos ni tenían, pide que el Gobierno los subsidie. Esa sería la única manera de que los pequeños puedan seguir y de competir mejor con las importaciones.