El mundo ha registrado grandes choques en los últimos años. Tras la pandemia se inició una escalada al alza en la inflación, que se profundizó luego con la invasión de Rusia a Ucrania, en un conflicto que ya tiene casi un año.

Una de las mayores preocupaciones en el planeta han sido los impactos de estos choques en los alimentos, con problemas de desabastecimientos, pero, especialmente, de un incremento en los precios que aceleró el flagelo del hambre, que ya venía desde antes.

Como advierte el Banco Mundial, “irónicamente, aunque la producción mundial de alimentos casi se cuadruplicó entre 1961 y 2020 y aumentó 50 % entre 2000 y 2020, hoy más personas que nunca pasan hambre”.

La lucha contra la crisis alimentaria se ha convertido en una de las prioridades en la agenda y es necesario centrarse en la transformación de los sistemas alimentarios para hacerlos más sostenibles.

Un informe de Naciones Unidas, entregado el año pasado, pero con datos de 2021, deja en evidencia esta dramática situación: cerca de 828 millones de personas padecieron hambre en 2021: 46 millones de personas más que el año inmediatamente anterior y 150 millones más que en 2019.

Según el análisis, tras permanecer relativamente sin cambios desde 2015, el porcentaje de personas afectadas por el hambre se disparó en 2020 y siguió aumentando en 2021, hasta alcanzar el 9,8 % de la población mundial, frente a los porcentajes del 8 % registrado en 2019 y el 9,3 % en 2020.

La lucha contra la crisis alimentaria se ha convertido en una de las prioridades en la agenda y es necesario centrarse en la transformación de los sistemas alimentarios para hacerlos más sostenibles.

“Un sistema alimentario que funciona bien ayudará a desarrollar capital humano, sacar a las comunidades de la pobreza y mejorar la resiliencia climática. En cambio, nuestro sistema alimentario mundial genera anualmente una cifra estimada de 12 billones de dólares en costos sociales, económicos y ambientales ocultos, entre ellos la generación de casi un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. También impulsa a los consumidores a elegir alimentos poco saludables al mantener demasiado altos los precios de los alimentos sanos”, señala el Banco Mundial.

Los cambios necesarios

Uno de los principales desafíos, según el Banco Mundial, es que el sistema alimentario global es sumamente complejo y está muy fragmentado. “A pesar de los considerables aumentos de la producción, el sistema es ineficiente y derrochador, y la abundancia y el hambre siguen coexistiendo. En el centro de estos fracasos está la falta de acceso a información entre los agricultores y dentro de los mercados, donde los sistemas inflexibles incentivan los altos costos de transacción”.

Un mejor uso de los datos y la tecnología digital puede ayudar a conectar a los 570 millones de establecimientos agrícolas del mundo con 8.000 millones de consumidores.

La agricultura digital basada en datos puede ayudar a mejorar el rendimiento de los cultivos, reducir los desechos, bajar los costos y disminuir la contaminación, todo lo cual contribuye en gran medida a reducir la desigualdad y el hambre en el mundo.

Avanza la revolución digital en el sector agrícola, y sería vital para mejorar la problemática. | Foto: Cortesía Bayer

Para esta entidad, un cambio clave se relaciona con la forma de utilizar el apoyo a la agricultura. En el mundo la asistencia para la agricultura y la alimentación supera los 700.000 millones de dólares al año. Aunque el apoyo es necesario, gran parte no está orientado de la manera correcta: según cálculos del Banco Mundial, los agricultores reciben solo 35 centavos de cada dólar y, a menudo, la asistencia fomenta prácticas de producción insostenibles.

Hay opciones para que los gobiernos reorienten el apoyo agrícola actual —que se utiliza principalmente para apoyar los precios, los subsidios a los insumos y los pagos directos a los productores— y lo usen para implementar políticas respetuosas con el medio ambiente e incentivar a los agricultores a adoptar prácticas agrícolas inteligentes desde el punto de vista climático.

El financiamiento público también puede utilizarse para ayudar a reducir los riesgos de las inversiones del sector privado que cumplen normas sociales y ambientales más exigentes. “Asimismo, puede usarse para incentivar nuevas tecnologías que ya han demostrado ser prometedoras, como los aditivos para iniciativas que reducen los gases de efecto invernadero, o para técnicas de producción de arroz que disminuyen las emisiones de metano”, agregó el Banco Mundial.

Adoptar políticas adecuadas reduciría las distorsiones de precios, promovería un crecimiento de la productividad resiliente y sostenible, y fortalecería las cadenas de valor. Esto, a su vez, mejorará la seguridad alimentaria y la nutrición, reforzará los ingresos de los agricultores y permitirá optimizar mejor los recursos en los programas públicos.

Y concluye: “No hay una solución única. Todos los países tienen su propio conjunto de desafíos y necesitan identificar opciones y estrategias para lograr los resultados deseados. En última instancia, transformar los sistemas alimentarios para obtener mejores resultados de desarrollo requiere análisis locales y específicos de cada país, respaldados por diálogos de múltiples partes interesadas para incluir a todos en el proceso de formulación de políticas”.